EL DESPERTAR SAI
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viernes, 15 de agosto de 2014

¿De dónde he llegado? ¿Hacia dónde me dirijo?





OM SAI RAM

DESARROLLEN LA MÁS CRUCIAL
DE LAS CAPACIDADES
 
La gente se vanagloria de lo mucho que sabe, mas ¿de qué sirve todo ese conocimiento si no lo llevan a la práctica y ganan con ello paz y contento?  Fundamentalmente, la indagación que hace que valga la pena vivir, es:

"¿De dónde he llegado?  ¿Hacia dónde me dirijo?

El Rey Janaka solía reunir a muchos rishis en su palacio y se deleitaba debatiendo con ellos acerca de problemas espirituales; era un gran adepto del sadhana y alcanzó el más alto nivel de samadhi a través del Raja Yoga.  Un día, encontrándose en la corte, con la Reina y sus damas, mientras estaba debatiendo, se durmió.  Tuvo un sueño.  Soñó que era despojado de su reino y que andaba vagando, medio loco de hambre, abandonado en la jungla, mendigando comida de toda persona que encontrara; así llegó hasta un grupo de hombres que estaban lavando platos y fuentes después de un festín que habían compartido, corrió hacia ellos buscando algunos mendrugos, y le dieron algo de arroz que rasparon de las fuentes.  Estaba por llevárselo a la boca, cuando apareció un gran pájaro que se lo quitó de la mano; entonces gritó de dolor y de pesar – la reina le oyó y lo despertó.

Por supuesto que, al despertar, supo que era el Rey.  Recordó que unos segundos antes, era un mendigo. Indagó dentro de sí mismo qué era lo real, ¿ésto o aquello? A todos con quienes habló le planteaba la misma pregunta, "¿Soy un rey o un mendigo?"  La reina y los demás se inquietaron frente a su comportamiento; enviaron por los ministros y con ellos, vino Ashtavakra, el preceptor.  Descubrió la situación tan pronto como vio al rey; de modo que ante la pregunta que éste le hiciera, respondió : 

"¡Raja!  Esto es irreal; aquello es irreal; tú, el que experimentara tanto esto como aquello, tú, solamente eres real."

El estado de vigilia es real hasta el punto del estado del sueño; el estado del sueño es real hasta el estado de vigilia.  Mas, ambos son irreales, porque uno cancela al otro.  Entonces, ¿por qué tomar la vida tan seriamente, tan frenéticamente?  Todos los esfuerzos, todas las conversaciones, todos los placeres terminan con el cementerio.

Ganancia, ganancia; eso pareciera ser la máxima de la vida para cada actividad humana.  Los sabios sostienen que hay otra ganancia que es muchísimo más deseable – alcanzar la presencia de Dios, fundirse en la Ventura Suprema que es Dios, liberarse de los ínfimos placeres que nos desvían de la búsqueda del placer superior, la Dicha Divina.

Intenten ganarse la Gracia de Dios, ganar la Gracia de Dios siendo útiles para sus congéneres.  Las diferentes ramas de conocimiento son como ríos, en tanto que el conocimiento espiritual es el océano.  Del mismo modo en que los ríos se funden en el océano, todos los tipos de conocimiento se funden en el conocimiento espiritual.

Un hombre cruzaba el Ganges en una barca; le preguntó al barquero si tenía un reloj pulsera y cuando el barquero le dijo que no y se rió de la pregunta, el hombre le dijo, "Sea o no necesario un reloj, sepas o no consultarlo, si no tienes uno, equivale a haber tirado una cuarta parte de tu vida al Ganges."
Tiempo después, le preguntó al barquero si tenía un receptor de radio y cuando supo que no lo tenía, le dijo que otra cuarta parte de su vida podía ser considerada como lanzada al río.  "No estás en absoluto al día. Todo el que se precie en algo tiene un aparatito llamado transistor colgando de una correa al cuello."
Unos minutos después, le preguntó si leía algún periódico y cuando el barquero se excusó por ser analfabeto y por no tener interés por las noticias, el hombre le dijo directamente que otro cuarto de su vida podía considerarse como perdido en las aguas del Ganges.  Entretanto el cielo se había ido oscureciendo y lucía amenazador; comenzaron a brillar los relámpagos y a rodar los truenos y empezó a caer un verdadero diluvio.  Fue ahora el turno del barquero de hacer una pregunta. Dijo, "¿Usted sabe nadar?" y cuando el hombre indicó que no tenía esa capacidad, el barquero le dijo, "En ese caso, toda su vida puede considerarse como perdida."

Aprendan el arte de nadar a través del mar de la vida, por sobre sus olas de éxito y de fracaso.  Esta es la capacidad que en verdad deben adquirir.  

La Luz del Espíritu representa el Faro para los barcos que, como juguetes en medio de la tormenta, transportan a la humanidad por sobre las furiosas olas del océano de la vida.

La gente caza monos poniendo en su jardín vasijas de boca angosta con nueces dentro de ellas.  Luego espera.
Vienen los monos, meten las manos en las vasijas y toman un puñado de nueces.  Luego se dan cuenta que no pueden sacar las manos de las vasijas, porque las bocas de las vasijas son demasiado estrechas para sus puños.  Y así, son presa de los cazadores.  Con sólo soltar las nueces, podrían escapar fácilmente, pero su apego a ellas les resulta desastroso.

Del mismo modo, los humanos se apegan a los objetos sensoriales y se enredan en el mundo olvidando el propósito para el cual han venido a él.

Hay otra leyenda que nos habla de un monje viajero que llega a un lugar en donde el señor de la comarca sufre de un problema a la vista, y el monje le receta mirar hacia sólo un color para sanar.  El señor hizo traer toda la pintura disponible y a todos los pintores de la región, e hizo pintar de verde todo lo que le rodeaba – muros, techos, cercos, caminos y troncos de los árboles.  Cuando el monje retornó al cabo de unos meses, se sorprendió al ver la extraña apariencia del poblado.  Visitó al señor y cuando le preguntó por la razón del cambio, este le dijo que se debía a lo que él mismo había recetado.  El monje se rió de él por haber incurrido en tanto gasto, porque habría podido lograr el mismo efecto con sólo ponerse un par de lentes verdes.

Cuando la visión se aclara hacia Brahma, vale decir el Atma Tathwam (principio, verdad, esencia) entonces todo llegará a verse como el Brahman Básico Único." 
Sathya Sai Baba
 
(Compilación de Reet - Discursos Vol. VI caps. 44 y 45; Discursos XVI, cap. 31; Discursos Vol. XVIII, caps. 30 y 31; Vol. XIX, cap 29)
 Traducción de Herta Pfeifer



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