EL DESPERTAR SAI
EL DESPERTAR SAI: ESWARAMA LA MADRE ELEGIDA ESWARAMA LA MADRE ELEGIDA - EL DESPERTAR SAI

PLATICAS DE SATHYA SAI BABA

DIOS ES AMOR

LA VOZ DEL AVATAR

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sábado, 7 de mayo de 2016

ESWARAMA LA MADRE ELEGIDA

 

 

ESWARAMA

LA MADRE ELEGIDA

 

 

 
 

 
 


 
 

 

 

N. KASTURI


 

INDICE

 

 

       PROLOGO 

       1. LOS "PADRES" DEL AVATAR  

       2. EL CIELO Y LA LUNA 

       3. EL NIÑO  

       4. EL MONTE DE LA SERPIENTE 

       5. El ANUNCIO              

       6. LA MADRE COMO MAYA  

       7. LAS PRIMERAS LECCIONES  

       8. TORBELLINO DE ASOMBROS  

       9. LA PLANIFICACION DE PRASHANTI 

       10. HORIZONTES MAS AMPLIOS        

       11. EL NILAYAM

       12. RIOS, ARENAS Y MAR    

       13. EL JUEGO DIVINO DEL AMOR   

       14. LA PRACTICA ESPIRITUAL SILENCIOSA   

       15. LA CONTESTACION AL LLAMADO  

       16. LA VICTORIA LOGRADA         

 

 

 

 

 

 

PROLOGO

 

          "Yo determiné mi nacimiento.

Yo decidí quién había de ser mi madre."

 

Así lo anunció, el 31 de diciembre de 1970, Bhagavan Sri Sathya Sai Baba como respuesta a una pregunta del editor del "Nav Kaal", el diario de Bombay. Nosotros nos encontrábamos presentes durante esa sesión especial de la Academia de Estudiosos de los Vedas (Escrituras Sagradas) fundada y guiada por Bhagavan. "¿Alguna pregunta?", dijo una vez finalizados los discursos con los que misericordiosamente nos había bendecido. "¿Desde cuándo ha mostrado estos signos de Poder Divino?", se aventuró a preguntar el editor. De inmediato vino la respuesta. "Desde el nacimiento mismo. En realidad... desde mucho antes. Estuve como Sai Baba en Shirdi antes de encarnar en la familia Raju en Puttaparti... ¡y antes de eso fui Krishna!"

El editor se qus .1ó mudo. Otro tanto le ocurrió al resto de los presentes en la sala: Sri P. K. Sawant, Ministro de Asuntos Internos del Gobierno de Maharashtra (la reunión se llevó a cabo en su residencia oficial en Bombay), Sr¡ Bharde, portavoz de la Asamblea legislativa de Maharashtra, Sr¡ V S. Page Presidente del Consejo Legislativo, y otros.

"Eso quiere decir...", balbuceó el editor. "Eso quiere decir", le interrumpió Baba, "que fui Yo quien resolvió nacer. Yo decidí quién habría de ser mi madre. Los meramente humanos sólo eligen a quien ha de ser el marido ola mujer. La Madre, empero, fue elegida por el Hijo en las encarnaciones de Rama y de Krishna, y tanto entonces como ahora, la tarea para la cual fue decidido el nacimiento fue la misma: conferirle Amor a todos y que, por medio de ese Amor, se cultive el Correcto Vivir en el género humano."

La Madre por la que se decidió Sai Baba fue Eswarama, un ama de casa de aldea, pobre, de edad madura, de corazón lleno de ternura, piadosa y analfabeta. Había dado a luz siete hijos, de los cuales sólo tres habían sobrevivido más allá de la adolescencia. Este libro representa un humilde tributo al histórico rol con que fuera investida Eswarama y a la firmeza del coraje con que desempeñó este papel y enfrentó el desafío.

El Bhagavata Purana (obra sagrada antigua) y el Ramayana (poema épico) nos entregan sólo atisbos de los altibajos de pesar y alegría, esperanza y desesperación, ansiedad y seguridad que tuvieron que sufrir las madres Yasoda y Kausalya, cuando Krishna y Rama procedieron a revelar sus respectivas magnificencias cósmicas y se lanzaron, aún niños, a castigar a hombres, monstruos y dioses. Eswarama, como toda ama de casa hindú, estaba familiarizada con las baladas, leyendas, cantos folklóricos y relatos que se han ido acumulando en torno de Rama y de Krishna. No obstante, se requirieron años de vivencias íntimas y de cientos de incidentes e indicios inexplicables para convencerla de que ese hijo suyo al que había acunado y mimado desde que era un bebé, había venido a probar que el Bhagavata y el Ramayana eran tan verdaderos y válidos ahora como lo fueran en sus respectivas épocas.

Al echar una mirada a la vida de la Madre del Avatar, encontramos que vamos avanzando a través de la curiosidad, la expectación, la compasión y la maravilla, para desembocar en el aprecio, la admiración y la adoración. A Eswarama le tocó en suerte la tarea rayana en lo imposible de expandir su conciencia más allá del cerco de montañas, más allá de las barreras impuestas por tradiciones y tabúes y de los muros levantados por costumbres y castas. Cargada con el prestigio y el perdonable orgullo de la más preciosa maternidad a la que mujer alguna pueda aspirar, no le fue posible evitar, pese al constante esfuerzo, el homenaje que, proveniente de todos los continentes, atraía hacia sí. Aun ante tal predicamento, al igual que cualquier otro aspirante espiritual ansioso por ganar Su Gracia, también ella tuvo que recorrer la senda interior que lleva de la multiplicidad a la unidad, de la dispersión a la concentración y la meditación, del egoísmo al desapego, de la pasión a la serenidad, de la indiferencia al amor que se preocupa y que comparte, de la irrealidad ilusoria (Maya) al Señor. Todo este recorrido hubo de hacerlo al mismo tiempo que seguía desempeñándose como madre y abuela tanto en la familia Raju como en la familia global de Sai en veloz crecimiento, multilingüe, multirracial y de múltiples credos. Como Madre, su amor tenía que abarcarlo todo, tenía que protegerlo todo y ser incondicional.

Fue, principalmente, gracias a las enseñanzas y a la Gracia de Baba que logró el éxito en esta misión de expandir y profundizar su amor. En su dilucidación sobre el Dharma (Acción Correcta) Baba ha revelado que la mujer representa la concreción de la caridad de Dios. Ella posee una aptitud natural hacia el esfuerzo espiritual, por el hecho de estar dotada de fortaleza, mansedumbre y humildad. La mujer es inteligente y alerta. Posee un innato sentido del honor y de la lealtad a la virtud. Eswarama, en cuanto devota más próxima de Sai, recibió Su ayuda para elevarse hasta aquellas alturas que han sido destacadas como las de la mujer ideal.

En este libro he tratado de retratar a la Madre mediante algunos débiles trazos de mi pincel. He de confesar mi incapacidad en cuanto a presentar un retrato más completo, pese a los veinticuatro. años que tuve el privilegio de pasar en Puttaparti mientras ella se mantenía activa, tanto en el pueblo como en Prashanti Nilayam (la "Morada de la Paz") donde vive Sai Baba. Sucede que ella era demasiado modesta y humilde y muy poco comunicativa como para permitirme sondear en sus acciones y reacciones. Me abrió su corazón sólo en aquellas ocasiones en que necesitaba que se aclarara alguna duda molesta, se aflojara algún nudo de tensión, se exorcisara alguna profunda aprehensión o se investigara algún rumor. En mí encontró a una persona que comprendía sus dificultades y problemas y que la adoraba como la "Madre" elegida por el Señor.

Cuando Peda Venkapa Raju terminó su estadía terrenal, Baba declaró que en cada una de las largas Eras de la historia humana sólo a una persona se le concede la reputación única de ser alabada por el género humano en cuanto Padre del Avatar.

Esta narración sobre la carrera terrenal de Eswarama, alabada como la Madre del Avatar, por muy corta, incompleta y bosquejada que sea, servirá para recordarnos la extraordinaria aventura que fuera llamada a emprender; las vacilaciones, vicisitudes, tribulaciones y esperanzas que tuvo que enfrentar y la gloria de su victoria.

 

Día de Eswarama

6 de mayo de 1984

N. Kasturi

 

 

 

 

 

 

 

LOS "PADRES" DEL AVATAR

  


Baba ha dicho que son cuatro los tipos de hijos que nacen del hombre. La distinción reside en el impulso que haya motivado el nacimiento. En tres de ellos opera la ley del karma.* El primero es aquél en que uno ha incurrido en deudas durante vidas anteriores y ha dejado de pagarlas. El acreedor nacerá como hijo para exigir el pago y abandonará para siempre el hogar tan pronto haya obtenido el total de lo adeudado. Puede que se reviertan los papeles y que los padres hayan sido los acreedores que han dejado sus cuerpos carnales antes de haberse saldado la deuda. En este caso recibirán como hijo al que debe pagar, el cual partirá, libre de sus grilletes kármicos, tan pronto sea devuelta hasta la última gota de lo adeudado. La tercera categoría está representada por la progenie que nace únicamente como un don, por la Gracia de Dios. Dios otorga un hijo y le confía a los padres la tarea de su cuidado y protección para el cumplimiento de su misión humana. El cuarto y no obstante el principal tipo de hijo, no obstante, es aquél que es el Avatar. En este caso, la Conciencia Cósmica decide un rol humano y elige el tiempo y el lugar, las personas que han de ser consideradas como sus padres y el útero en el que va a iniciar su carrera como un feto conformado por Su infinita potencia.

Según el Ramayana (historia del Avatar Rama), Narayana, el Señor de los Dioses, movido por la compasión ante los ruegos de santos y sabios, dijo: "¡Olviden sus temores! ¡Por el bien Universal, viviré en el mundo de los hombres!". Continúa Valmiki, el autor del Ramayana: "Habiendo accedido de este modo al deseo de los dioses, el Señor Vishnu** se preguntó dónde habría de nacer en el mundo de los hombres. Decidió que el rey Dasaratha habría de ser su padre, luego de lo cual nació como Rama, hijo de éste".

Años más tarde, se presentó la ocasión en la que Rama insistió en que Sita, su mujer, recién rescatada de su cautiverio, pasara por la prueba del fuego, como demostración de su pureza. Los grandes dioses y los guardianes del mundo con Brahma, el Ser Supremo, actuando como portavoz, alzaron sus voces en contra de Rama, acusándolo de comportarse como un mortal común. "¿Y qué?", respondió Rama. "Me considero un ser humano nacido de Dasarathaf No obstante, como es sabido, el rey Dasaratha había sido nulo como progenitor. El nacimiento de Rama se había producido de la siguiente manera: Durante un sacrificio destinado a lograr bendiciones para la paternidad, surgió del fuego un poderosísimo ser de inconmensurable esplendor y se anunció como mensajero de Prajapati. Entregándole a Dasaratha un recipiente de oro bruñido lleno de un brebaje de leche preparado por los dioses, dijo: "Dale de beber esto a tus consortes: tendrás hijos de ellas".

 

 

 

 

*          Karma: Acción y los efectos resultantes de ella. Ley del Karma: ley cósmica según la cual como consecuencia de las obras, acciones, palabras, pensamientos que componen la vida de cada ser, éste va acumulando residuos favorables o desfavorables que rigen la rueda de nacimientos y muertes, o sea que las futuras reencarnaciones de cada ser llevan una concordancia con su comportamiento de vidas anteriores. Ley de causa y efecto. El Karma no castiga ni recompensa, es simplemente la ley única, universal, que dirige infalible y ciegamente todas las demás leyes.

 

**        Vishnu: El tercer Dios de la trinidad hindú. El protector y preservador de toda la Creación.

Rama preguntó: "Ten la bondad, altísimo Señor, de decirme quién soy, cuáles son mis antecedentes y por qué estoy aquí". Entonces, Brahma, cuyas plegarias en favor de! género humano habían persuadido a la Conciencia Cósmica de revestirse con una vestimenta humana, le recordó a Rama la Realidad que era, la Realidad tan hábilmente velada por la apariencia que hacía que El mismo estuviera tratando de desentrañar la verdad, interrogando a quienes le rodeaban. "Oh Rama, escucha mientras te digo la Verdad. Tú eres el Ultimo, el Absoluto, el Supremo, el Eterno. De ti surge el Universo, y en ti es absorbido. Los videntes te ven en toda criatura, en toda dirección, mas ninguno sabe de tu principio ni de tu fin, ni quién eres en realidad." El sabio Agasthya habló también de manera similar cuando Rama fue instalado en el trono imperial. "¿No has realizado la verdad del 'Yo soy Narayana'? No te confundas. Tú eres el Secreto de los Secretos, eso fue lo que dijo Brahma. Tú eres el Creador de los tres Gunas* y los tres Vedas (Escrituras Sagradas). Tú eres el Residente en las tres moradas. Tú abarcaste los tres mundos en Tu andar. Ahora naciste como hombre para otorgarle Tu favor a los mundos." Estos incidentes descriptos por Valmiki en el Ramayana revelan la intención implícita en el "nacimiento" de un Avatar, la intención de concederle gloria y renombre a aquellos que sean considerados como sus progenitores.

Los eventos relacionados con la venida al mundo de otros Avatares refuerzan la creencia en la prescindibilidad de los "padres" cuando la Conciencia Cósmica resuelve asumir el rol de guía y de guardián. Kapila, a quien se considera fundador de la escuela de filosofía Sankhya, es aceptado por las escrituras como un Avatar de Narayana. Su advenimiento se describe de la siguiente manera: El sabio Kardama dice a su mujer Devahuthi: "Narayana ha respondido a la sincera devoción con la que le has ofrecido tu culto y con la que has practicado las reglas de la dedicación. Ya ha dado la seguridad de que nacerá de ti y que me dotará a mí de la reputación de que 'Dios ha encarnado como hijo de Kardama"'.

La historia de Sri Krishna, aceptado universalmente como el Purna Avatar  advenimiento total  constituye la prueba más clara de la inmaculada concepción del Divino Niño. Como lo relata el Bhagavatha, la agonía de la Madre Tierra congela la compasión de la Omnivoluntad en la resolución de encarnar como el sustentador, el solaz y el salvador del género humano. Brahma escucha la voz del Dios Vishnu, el que todo lo impregna, que transmite la bendición y merced; y anuncia a todos los sufrientes suplicantes que han llegado hasta El: "Bhagavan mismo, el Todopoderoso Residente en Todo, movido por Su propia voluntad, asume el nacimiento en la casa de Vasudeva".

Una vez que Devaki, la consorte de Vasudeva, hubo dado a luz a siete hijos y los hubo ofrecido uno tras otro a su hermano, como había prometido, la Voluntad decide que ha llegado el momento para que se produzca el Advenimiento. Dice el Bhagavatha: "El Señor que es el Soberano del Universo, decidió entrar en la mente de Vasudeva, como una faceta de Sí mismo, con el propósito de conferir arrojo a los buenos y piadosos". "Amsa", el término sánscrito empleado en el texto, traducido aquí como "faceta", se interpreta habitualmente con el significado de "parte". Mas el Absoluto Universal no puede ser dividido. El antiguo comentarista Anandagiri explica la palabra como "con un cuerpo moldeado por Su propia Voluntad y capaz de engañar al mundo haciéndole creer que es humano." "Entonces, ese indestructible Principio Divino que estaba destinado a establecer la paz y la prosperidad en el mundo, fue aceptado en la mente de ella, al igual que el cielo oriental acepta a la luna o que el discípulo recibe de su gurú (maestro espiritual) el mantra* iluminador."

El énfasis puesto en la mente tanto del "padre" como de la "madre", nos anuncia que el advenimiento del Avatar ocurre por vías suprafísicas. La madre sirve como el recipiente inaugural, para contener la Esencia Cósmica y permitirle su despliegue de acuerdo con los dictados de Su Voluntad. El sabio Viswamitra, por ejemplo, se dirige a Rama como "el buen hijo de Kausalya", porque fue ella quien.crió en su matriz al Verbo hecho carne.

Pese a que Sri Sathya Sai Baba ha declarado y revelado que El es la personificación de todos los nombres y formas que el hombre le ha atribuido a la Omnivoluntad, en una oportunidad se ofreció, con un ánimo juguetón pero profundamente significativo, a develar Su Realidad a través de una fotografía que permitió que un joven le sacara. La película no mostró la Forma Suya tal como la conocemos, sino la de Dattatreya, una deidad que representa a la Trinidad hindú de Brahma, Vishnu y Shiva en un solo cuerpo. Los tres fueron propiciados con tanto amor y devoción por las penitencias del sabio Atri y por la castidad de su mujer Anasuya que les concedieron el premio de un hijo con tres cabezas que les traería la fama al ser conocidos como los padres del Señor. Dattatreya significa "concedido a Atri". También lleva el celebrado nombre de Anasuyaputra o "el hijo de Anasuya", aquel que salvó a Anasuya de la perdición.

La encarnación de Buda también fue igualmente maravillosa. Las siguientes líneas provienen del poema épico "La luz del Asia" de Edwin Arnold: "Los devas (deidades protectoras), conocen los signos y dijeron: 'Buda irá de nuevo a ayudarle al mundo'. 'Sí, dijo El, ahora iré a ayudar al mundo. Descenderé entre los amigos que adoran al Señor, a la sombra de las nieves del sur de los Himalayas, donde vive gente piadosa y solamente un rey'. Esa noche, la mujer del rey Suddhodana, la reina Maya, dormida al lado de su señor, tuvo un extraño sueño, 'soñó que una estrella del cielo, espléndida, de seis rayos, de color rosa perlado, cuyo símbolo era un elefante de seis colmillos y blanco como la leche de Kamadhuk, cruzó rauda desde el espacio y, brillando dentro de ella, entró en su útero hacia el lado derecho"'. El Buda formó un cuerpo para sí dentro de aquel nicho maternal, confiriéndole el status de "padre" a Suddhodana, en tanto que Maya meditaba sobre la luna de Siddhartha dentro del cielo de su propio útero, hasta el momento en que todos pudieron ser testigos de la gloria del niño en la cuna.

María, la madre de jesús, fue bendecida de manera similar. "El Arcángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen casada con un hombre cuyo nombre era )osé, de la casa de David. El nombre de la virgen era María. El arcángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios. Has de concebir en tu seno y darás a luz un hijo al que pondrás por nombre Jesús..." María dijo al arcángel: "¿Cómo ha de ser esto?, pues yo no conozco varón..." El arcángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya causa el santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios". Y así llegó a suceder, como lo sabe todo el mundo.

 

*  Mantra: Potente canto vibratorio. Texto sánscrito sagrado.

 

Volvamos ahora a la historia del advenimiento de Sri Ramakrishna Paramahamsa, quien disipó las dudas de su reacio discípulo Narendra con la revelación de que El era el mismo fenómeno que había asumido forma humana como Rama y como Krishna. También en su caso el "padre" representaba una ficción y la "madre" sólo una alternativa elegida. A los sesenta años, Khudiram Battacharya recorrió a pie las cien millas que le separaban de Gaya, con el objeto de llevar a cabo los rituales propiciatorios a sus antepasados. De acuerdo con las escrituras, estas ceremonias son altamente eficaces cuando se llevan a cabo en este sagrado lugar. Después de completar los ritos, Khudiram visitó el santuario de Gadadhar. Allí "escuchó" el misterioso mensaje: el Señor le bendeciría muy pronto con el raro honor de ser padre de un Avatar de Sí mismo. Khudiram expresó humildemente que su casa y su corazón eran demasiado pequeños e indignos como para contenerle a El. Pero el Señor no se retractó. Abrumado por la felicidad, aunque temeroso de revelar este Mensaje, Khudiram regresó a su casa. Una vez allí, incluso antes de poder sobreponerse a sus vacilaciones en cuanto a si revelaba o no su visión, su mujer Chandramani Devi le confió el secreto que ella guardaba. "Cuando fui al templo durante tu ausencia  le dijoun súbito relámpago de luz indescriptible entró en mí, me envolvió y me traspasó por completo, dejándome abrumada. Luego se redujo a una encantadora llamita que se ha mantenido instalada en mí. Estoy permanentemente consciente de su suave y sublime luminosidad desde entonces, y mucho más patentemente ahora que te estoy hablando sobre ello." Khudiram se quedó maravillado, porque era un hombre viejo y su mujer era sólo diez años menor, mas la voz que él había escuchado antes, resonaba ahora en sus oídos y se aferraba a su corazón. "Escúchame", dijo, "pero no le cuentes nada a nadie. El Señor te ha dado un mandato a través de mí. Dios mismo ha decidido gatear por este piso polvoriento, sufrir nuestras dificultades y miserias y, lo que es más, El se siente seguro de desarrollarse, al igual que Krishna, más allá de sus travesuras infantiles y atraer al mundo a Su presencia, ya sea con una flauta o un látigo."

Swami ha declarado a menudo que este Avatar de Sai descendió porque los santos y los hombres piadosos de todos los países rezaban por Su venida. "Yo elegí a la madre que había de experimentar Mi cercanía durante la gestación. Nadie más que el Avatar tiene esta libertad de elección. En otros casos, son las acciones las que determinan el momento y el lugar, el grupo humano y el nivel", ha dicho. La madre es el primer recipiente de la Gracia del Avatar. El padre que protege y mantiene ala madre es recompensado con la fama que alcanza su nombre. Cuando Peda Venkapa Raju abandonó sus vestiduras mortales en 1963, Swami escribió una nota dirigida a quienes lloraban la muerte del "padre", que fue publicada en el "Sanathana Sarathi". "Y bien, ustedes dicen que era un Alma bendita desde el momento en que partió a una edad avanzada sin caer enfermo y en completa posesión de su conciencia y su memoria. No fue ésta la única forma en que fue bendecido, ya que éstos no son más que signos e indicadores. El día en que pudo llegar a ser conocido como 'padre' de esta Manifestación, el día en que esta Manifestación permitió que se supiera que era su 'hijo', ese mismo día fue bendecido y su vida se santificó y se hizo sagrada. Esta buenaventura puede ser ganada sólo por un individuo en toda una Era (yuga). Y está fuera del alcance de los demás."

En el Ramayana, Rama se declara a Sí mismo "un hombre" y "nacido de Dasaratha", debido a que había que respetar la convención. Obedece a su "padre" y acepta el exilio en la floresta para mantener la inviolabilidad de las normas morales. Sin embargo, lamenta el destino de Dasaratha, esclavizado por la pasión y carente de voluntad. Le dice a Lakshmana: "Imposibilitado y anciano, sin tenerme a su lado, ¿qué podrá hacer, esclavizado como está por la lujuria, después de haberse dejado atrapar en las garras de la reina Kaikeyi? ¿Abandonaría quizás un hombre ignorante a su hijo a cambio de una mujer hermosa, a un hijo que le venera, como él me ha abandonado a mí?". No obstante, ante el recuerdo de su madre, su corazón se llena de simpatía: "¡Después de haberme alimentado por tanto tiempo, de haberse tomado tanto trabajo en educarme, Kausalya se ve privada de Mí, justo cuando esperaba recoger su cosecha de alegría!". A la madre del Avatar se le ofrece gratitud y gracia; su rol es único, íntimo, personal.

Si es un hecho que el Avatar elige a sus padres, naturalmente elige también el lugar de su nacimiento, el que ha de ganar una fama perdurable. Permítanme que cite aquí un poema que recité en presencia del Avatar Sai en 1959. Me atrevía describir la escena en el Cielo, cuando el Señor anuncia Su descenso entre los humanos como el Avatar Sathya Sai en respuesta a sus plegarias:

 

El Señor, un día, ya hace treinta y tres años,

expresó: "He de nacer como hombre una vez más

para servir a los humanos, a sabios y a ignorantes por igual".

"¿Cuál es el lugar afortunado?", los devas preguntaron,

y el Señor les respondió: "Mmmmm... mmmm... Adivinen...

Por supuesto que ha de ser en Bharath Desh (India)

y tenía ese nombre desde antaño.

Una aldea, esta vez, con montículos de culebras.

No ha de ser ciudad ni bosque, ni una ermita solitaria.

Ni cárcel ni palacio ni bastiones que prohíban la entrada.

No todos son pastores de vacas.

Prefiero un pequeño cambio.

Pasa un río por su lado, por mucho tiempo ignorado;

amplias dunas arenosas en su lecho me permitirán jugar.

Montañas la rodean, de variados colores del negro al marrón y azul."

"Algunas claves más... ¡Sólo cinco o seis!",

clamaban los devas sin llegar a decidir.

"El cielo está cubierto con trazos de nubes,

con halos como gemas y festones como plumas.

Amplio tapiz verde cubre la tierra ahíta de arroz,

de caña, de nueces y de frutos.

El ganado regresa lento con el anochecer

cargado de alimento para el hambre de los niños;

dibujan círculos las águilas en las alturas distantes,

y rebaños de temerosas cabras y ovejas

balan ante los chacales como ladrones rezando.

Los bueyes en parejas, jadean, arrastrando

sus cargas desde pozos extremadamente profundos.

Entretanto los muchachos lugareños cantos épicos

[afinadamente entonan..."

 

 

 

 

"¡Basta!" y al unísono los dioses se levantan.

"¡Puttaparti... el Gokul* otra vez!" El Señor asiente:

"Sí... Han acertado."

 

Cuando reflexionamos sobre la providencial elección de un pequeño hogar en la aldea de Puttaparti, nos vemos llevados a los versos 28/34 del capítulo 24, parte III, del Bhagavantham, libro sobre la Forma de Dios. Allí el "padre" del Avatar Kapila alaba la buena fortuna de su aldea y de su hogar, con extasiada alegría: "A lo largo de muchas vidas pasadas, dedicadas a ejercicios espirituales y a silenciosa meditación en lo Divino, los buscadores aspiran a ganarse una fugaz visión de los Pies de loto del Señor.

Ahora, ese compasivo Señor, siempre dispuesto a exagerar las virtudes de sus devotos, ¡condesciende a iluminar este humilde hogar de aldea!"

El hogar de la familia Rathnakaram Raju que el Señor eligiera y el nombre del poblado en donde descendiera a la Tierra como el Avatar de la Era, quedarán inscriptos en la historia del género humano, en forma tan indeleble como Ayodhya o Brindavan.

El día fue el 23 de mayo de 1940. Asediado por las dudas y confundido por el misterio de todo ello, el "padre" no pudo seguir conteniéndose. Su hijo Sathya tenía catorce años, pero hablaba el lenguaje del Vedanta, componía cantos que los mayores difícilmente lograban pronunciar, rompía con muchas de las estrictas convenciones y urgía a otros a hacer lo mismo; reunía a multitudes en torno de sí, derramando dulces regalos de la palma vacía de su mano. En cierto momento, el padre decidió detener al muchacho en su acción de seguir "actuando los roles de Gurú' y Dios y de reunir multitudes". Armado de un grueso bastón, se abrió paso, indignado, por entre las filas de aldeanos y se detuvo amenazador frente al "niño maravilla". "¡Quién eres tú! ¡Dímelo enseguida!", le espetó a gritos. "¡Eres un fantasma... un loco... un fraude! ...o... ¿eres un Dios?"

Sesenta corazones ansiosos esperaron la respuesta. La atmósfera estaba tensa. "Yo soy Sai Baba. He venido a salvarles a todos del temor", fue la respuesta del niño. Su voz era resonante. Sus ojos relampagueaban. El aturdido Venkapa Raju dejó caer el bastón al suelo. El hijo habló nuevamente: "Vuestro antepasado Ven~ ka Avadhuta elevó sus plegarias para que Yo naciera en vuestro hogar, y he venido".

¡Esto sí que era una noticia! El padre estaba abrumado, el abuelo, en cambio, se sintió regocijado al escuchar el nombre de Venka Avadhuta. Suspiró tan profundamente que hubo que sujetarlo para que no se cayera. Ocho años más tarde tuve la buena suerte de recoger algunos detalles de su asociación con el Avadhuta, después de una serie de largas conversaciones. Con las palmas unidas en homenaje, Kondama Raju me contó todo lo que podía transmitir con palabras sobre aquel legendario "Solitario" conocido como Venka Avadhuta, aquel "Idolo de Bienaventuranza total" al que había instalado en su corazón como su Gurú.

"Avadhuta" significa un anacoreta que no echa anclas; una balsa que va a la deriva por aquí y por allá, arrastrada por las mareas del tiempo. La "A" del nombre significa, de acuerdo con las Upanishads, "Aquel que se ha sumergido en Akshara"  la indestructible y eternamente existente Realidad . "Va" significa "el más noble entre los mortales", y "Dhuta" "aquel que ha pulverizado los grilletes que lo atan a este tentador mundo de apariencias". Kondama Raju tuvo el privilegio de alimentar a Venka Avadhuta y de

 

*          Gokul: Pueblo en las riberas del río )umna donde Krishna vivió sus primeros años como uno de los niños que tenían a su cargo el cuidado de las vacas.

escuchar sus axiomas sobre el hombre, la naturaleza y Dios. "Nadie podía nunca mantener una expresión seria en su presencia, debido a su permanente jovialidad. No había puerta que se quedara cerrada a su paso. Todos le invitaban a pasar a sus casas. En todas partes, la gente lo reclamaba como pariente, pese a que él, en todo momento, se rehusaba a aceptar cualquier tipo de relación o de lazo con alguien. Se sentía hambriento cuando alguien sentía hambre en su presencia. Usaba ropas sólo cuando alguien recubría su cuerpo y llevaba las vestimentas puestas hasta que se le caían a pedazos. Llevaba su cuerpo como si fuera una tela impermeable, la lluvia lo lavaba, el sol lo secaba. El sueño le visitaba sentado o de pie. Y le abandonaba cuando le resultaba ingrato. Su voz nunca llegó a ser cascada, sus ojos brillaban con vivacidad. Cuando tocaba con su mano la cabeza de alguien, ese contacto representaba la antesala del paraíso. El era una brisa, una nube, un ave en vuelo desde la tierra hacia el cielo.'

"Nadie supo nunca", decía Kondama Raju, "de dónde provenía ni adónde se dirigía. Estaba allí, acá, en todas partes, por más años de los que alguien supiera o pudiera calcular." Su cuerpo físico se encuentra sepultado ahora en Hussinpura, Pavagada Taluk, Estado de Karnataka, a pocas millas de la frontera de Andhra Pradesh. Los habitantes del área me contaron que sus abuelos creían que el Avadhuta había venido a Andhra desde la región de Maharashtra y hay algunos que insisten que, en verdad, se trataba del Maestro bajo cuyo patriarcal cuidado había pasado su niñez Sai Baba de Shirdi.

Kondama Raju tomó mis manos y me hizo acercarme a él. "Una tarde", me confió, "mientras estaba sentado junto al Avadhuta bajo un plátano, me dijo: 'Bhudevi (la Divinidad de la Tierra) está llorando, de modo que viene Narayana (el Creador). Tú podrás verle. El te amará'." Y me repitió estas palabras al oído. Por último, me hizo prometerle que creía en lo que me decía. "Nunca soñé que realmente vería a Narayana en forma humana, en mi casa y sentado en mis rodillas." Sus ojos se mantenían entrecerrados por el éxtasis mientras hablaba. Kondama Raju sabía que su Gurú se contaba entre las muchas almas sublimes y compasivas que anhelaban el advenimiento de Dios en la Tierra para salvación del género humano.

El Sathya a quien llamaba su "nieto" ha proclamado en múltiples ocasiones esta singularidad. Hablándole a los miles de almas reunidas en el Mandir (templo) durante Mahashivaratri (la celebración de la gran noche de Shiva) en 1955, cuando tenía veintinueve años, hizo esta declaración: "Los malvados no van a ser destruidos por este Avatar. Serán corregidos, reformados, educados y conducidos nuevamente hacia el camino del cual se desviaron. Este Avatar, además, no elegirá ningún otro lugar fuera de éste, el de su nacimiento, como centro de Sus juegos divinos, milagros y enseñanzas espirituales. Este árbol no será trasplantado; crecerá allí donde brotó". "Otra cualidad especial de este Avatar", agregó, "es que no tendrá afinidad ni vínculos con la familia en que nació. En encarnaciones previas, como las de Rama y de Krishna, su vida se desarrolló primordialmente para los miembros de las familias y los parientes, entre los cuales mayormente se quedaron. Mas esta encarnación es sólo para los devotos, los santos y los aspirantes espirituales."

Kondama Raju fue una figura venerada. Fue un apoyo incansable para los afligidos. Los aldeanos buscaban ser bendecidos por él antes de emprender cualquier tipo de actividad, incluso labores tan rutinarias como las de arar, sembrar, cosechar o comprar bueyes. Durante las negociaciones previas a los matrimonios se le pedía su bendición y, si eran concluidas exitosamente entre las familias involucradas, éstas recibían de sus manos el auspicioso regalo del Mangalasutra, la joya que la novia lleva al cuello como símbolo del lazo matrimonial. Cientos de leyendas y de mitos extraídos de fuentes sánscritas y del telugu fueron atesorados en su memoria. Innumerables recuerdos de los santos lugares que visitara y de los santos a los que sirviera se mantenían permanentemente actuales.

A más de mil millas de distancia de Puttaparti se encontraba la aldea llamada Kolimikuntla en la región de Kurnul, gobernada en aquel entonces por el Nizam de Hyderabad. En una granja del lugar vivía Suba Raju, un ardiente devoto del aspecto Eswara de Dios. Eswara es extremadamente compasivo e incluso se adelanta siempre a bendecir a sus devotos. La experiencia de Suba Raju confirmaba tan profundamente su fe, que procedió a construirle a Eswara un templo en la aldea, en el que se llevaba a cabo diariamente el culto del Lingam* instalado allí. A la hija que naciera poco tiempo después le puso por nombre Eswarama, agregándole el sufijo femenino al nombre de Dios. Ello ya auguraba su futura gloria. El nombre significa: Madre de Eswara. Fue un afortunado golpe del destino el que recayó sobre la madre de Eswarama. El padre de Suba Raju vio una vez, por casualidad, una pequeña cara angelical en casa de un conocido, y de inmediato solicitó que se le hiciera el presente de la niña para casarla con su hijo. Para su inmensa alegría, el acuerdo se produjo de inmediato. El Señor en verdad le había guiado hasta ese hogar para conferirle a la niña el don de llegar a ser la madre de Easwara.

Kondama Raju se encontraba en peregrinación hacia Sri Sailam. Desde allí planeaba seguir viaje para visitar a algunos parientes lejanos que seguían viviendo en sus tierras de origen, y llevó consigo a su hijo mayor, Peda Venkapa Raju. Pasaron por Nandyal y Mahanadi, regiones santificadas por el culto a Nandi, el toro vehículo de Shiva, y caminaron a través de las junglas infestadas de bandoleros para poder llegar a su destino. Fueron recibidos con alegría por sus parientes ya que, pocos días antes, los bandidos habían dado muerte a seis miembros de un grupo que se había aventurado por la misma senda. Kondama Raju advirtió de inmediato las oscuras nubes de peligro bajo las que vivían esos parientes, del aislamiento y el temor que los afectaba y de la aridez del terreno y lo riguroso del clima de la zona. Trató, entonces, de persuadir a Suba Raju para vender sus tierras y su casa y trasladarse al área del Chitravati, donde encontraría tierras de cultivo regadas por el embalse de Bukapatnam. Dándose cuenta de las vacilaciones y las dudas de Suba Raju, agregó una oferta irresistible que finiquitó el asunto: su hijo Peda Venkapa se casaría con la hija de Suba Raju. Entraba a jugar el plan Divino. Suba Raju emigró hacia las riberas del Chitravati y se estableció en Karnatanagapalli, frente a Puttaparti. El sagrado vínculo se consumó, tal como se había prometido ante Dios. La niña tenía apenas catorce años de edad. Llegó al hogar como un rayo de sol. La belleza es una flor del árbol de la virtud, que ella poseía en abundancia.

 

 

 

 

 

 

* Lingam: Talla de forma oval, símbolo de la Creación, lo sin principio ni fin.

 

EL CIELO Y LA LUNA

 

 La casa de Kondama Raju que recibió a la novia, no sólo albergaba a los padres y a sus dos hijos, sino a algunas tías viudas y a sus huérfanos, a tíos, primos y a los hijos de éstos, porque, aunque la casa era chica, el corazón era grande. Eswarama era aún muy joven para llevar la carga que representaba ser la mayor de las nueras en una familia con tantos allegados. Sin embargo, como nos contó más tarde, los largos días de trabajo y de esfuerzo que implicaba llevar la casa, se veían bien compensados por el amor que le demostraban los padres de su marido.


Su suegra era una mujer piadosa y temerosa de Dios, enseñada por el santo Kondama Raju a no herir ni insultar nunca a nadie. Sus constantes ciclos de puja (ritual de adoración al Señor) y de peregrinación la mantenían muy ocupada como para advertir las alteraciones en las labores domésticas en que podían incurrir las mujeres a su cargo. Su deidad favorita era Vishnu. En la región se había vuelto popular el culto a Sathyanarayana (Narayana como la Verdad de las Verdades) con sus especiales ritos de adoración y de oración. Se había extendido ampliamente en Maharashtra, donde se encuentra Shirdi, pasando desde allí a Andhra, Orissa y a otros Estados. Tanto el ritual como los votos que lo acompañaban, eran considerados eficaces como manifestación del "Verdadero Narayana". Lakshama, la suegra, asistía a la puja de Sathyanarayana en la casa de un sacerdote brahmín, el cual también era el astrólogo por herencia, para atender las consultas de los aldeanos. El meticuloso cuidado y la fe que él ponía en la puja, la cautivaban más que cualquier otra ceremonia. El sacerdote solía recitar historias para ilustrar la eficacia de la puja y para poner en guardia a la gente sobre las tristes consecuencias que trae la vacilación en la fe. Lakshama resolvió observar ella misma los votos del culto a Sathyanarayana y participar, siempre que le fuera posible, en la ceremonia oficiada por el sacerdote. Resulta interesante observar que la puja es celebrada aún hoy en el templo de Shirdi, por multitud de devotos. Sathyanarayana es el Señor cuya palabra es Verdad y que acepta a la Verdad como la ofrenda más preciosa que el hombre pueda llevar ante El.

También Eswarama era una ardiente devota del Señor. Se había ganado el amor y el respeto de las mujeres de la aldea y de los servidores que cultivaban las tierras de la familia de los Rathnakaram. Cada sábado se dirigía al templo de Hanuman junto a las demás mujeres de su edad. El ídolo de Hanuman había sido instalado siglos antes, como guardián del fuerte adjunto a la aldea. Los lunes, día dedicado a Shiva, visitaba el templo erigido para El y, cada vez que podía, visitaba también el templo de Venugopalaswami. Había sido Venka Avadhuta quien había relatado a Kondama Raju los legendarios orígenes del trozo de roca que era adorado en ese templo y, años más tarde, Sathya Sai Baba reveló la autenticidad de esas leyendas. Hizo notar a los aldeanos los trazos que delineaban sobre la roca el relieve de la figura de Gopala (Krishna como Dios pastor de vacas) con la flauta en la que tocaba para impregnar el espacio de dulzura y luz.

Eswarama se integró a la familia Rathnakaram por su nacimiento. La palabra sánscrita "Rathnakaram" significa "el arca del tesoro de gemas": un nombre que presagiaba el advenimiento de la Gloriosa Gema que había de iluminar a un mundo sumido en tinieblas. "Raju" denota la casta de los Kshatriyas. La nobleza de los Kshatriyas no sólo proviene de sus triunfos en los campos de batalla, sino también de sus victorias sobre los enemigos internos: las tendencias hacia lo inferior que se esconden en la mente. Son numerosos los gobernantes Kshatriyas mencionados en las Upanishads que habían llegado a la realización de las Verdades del Hombre, de Dios y del Universo, y eran buscados por los aspirantes espirituales.

Los Raju habían desechado desde hace mucho tiempo su rol de Kshatriyas militantes a cambio del más fundamental y beneficioso de interpretar y popularizar la literatura sagrada a través del drama, la poesía y la pedagogía. El hogar de los Rathnakaram Raju era una verdadera colmena de actividad todo el día. Los hombres se ocupaban de escribir y ensayar obras de teatro, poniéndole música a los poemas y aprendiendo a tocar distintos instrumentos. Las mujeres tenían sus interminables labores propias: Doler, lavar y descascarar, cocinar, ordeñar y batir la leche para extraer los subproductos. Debían cuidar y alimentar a los numerosos miembros de la familia. Sobre todas ellas presidía el patriarca, Kondama Raju, el amigo y el guía, el apoyo y consejero de jóvenes y viejos que llegaban desde las aldeas de los alrededores para caer a sus pies y recibir su contacto patriarcal.

A los dos años de casada, Eswarama quedó embarazada, para gran alegría de su suegra. Su primer hijo fue un varón y unos años más tarde dio a luz una niña; luego siguió otra hija. Los Raju eran felices con la casa llena de risas, cantos y oraciones. Pero también los pesares hicieron su aparición. Eswarama tuvo una serie de embarazos que terminaron en abortos. Los mayores lo atribuyeron a magia negra. Se consultó a una serie de exorcistas y se echó mano a numerosos talismanes. Se dispuso realizar ceremonias (pujas) propiciatorias en los templos locales y en lugares sagrados como Kadiri. Cuando Eswarama comenzó su octavo embarazo, su suegra prometió un número de ofrendas a Sathyanarayana, para lograr ser bendecida con un nieto. ¡También Krishna fue el octavo hijo de sus padres!

Años más tarde, un día que Swami se encontraba sentado en medio de un círculo de devotos, se produjo una abrupta intervención. Un erudito muy versado en los sagrados Puranas (libros de mitología hindú) sintió un súbito impulso por plantear la siguiente pregunta: "Swami, ¿Tu encarnación fue una admisión o un embarazo?". Personalmente no pude entender la importancia de la interrupción que a todos los sobresaltó como para hacerles perder el ánimo festivo que reinaba hasta el momento en la conversación, pero Swami sabía la razón. Volviéndóse hacia Eswarama, sentada al frente, le dijo: "Cuéntale a Rama Sarma lo que sucedió aquel día cerca del pozo, después que tu suegra te hubiera puesto sobre aviso". La Madre dijo: "Ella había soñado con Sathyanarayana Deva y me advirtió que no me asustara si llegaba a sucederme algo por la voluntad de Dios. Esa mañana me dirigí al pozo y, cuando estaba junto a él sacando agua, una gran bola de luz azul vino rodando hacia mí y me desmayé y caí. Luego sentí que se deslizaba dentro de mí". Swami se volvió hacia Rama Sarma con una sonrisa: "¡Ahí tienes la respuesta! No fui engendrado. Fue una admisión no un embarazo..."

Volviendo al período en que Eswarama estaba encinta... Kondama Raju comenzó a soñar con Venka Avadhuta, el cual le instruía para que estuviese preparado, pero no le indicaba para qué. Peda Venkapa Raju, el padre, era despertado de noche por dulces notas musicales que surgían espontáneamente de los instrumentos de cuerda y de percusión que se mantenían en la "sala de ensayo". ¿Angeles... espíritus...? ¿Antepasados músicos? Fue a golpear a las puertas de los astrólogos. Al contarme sobre sus tentativas por entender lo que ello significaba, me describió su tensión en esa época y la reconfortante explicación de un astrólogo de Bukapatnam. "La música, ¿es dulce y serena?", preguntó. Peda Venkapa Raju le contestó que los sonidos y la percusión eran muy gratos. "¿Hay una mujer encinta en la casa?" Cuando la respuesta fue afirmativa, el astrólogo predijo que los dioses tocaban la música para deleitar al niño en el vientre de su madre, y procedió a recitar versos en sánscrito de un libro de horóscopos para tranquilizar al confundido padre.

Había llegado finalmente el momento elegido por el Señor para aparecer en la Tierra en Su forma encarnada. El lunes, día del culto a Shiva, estaba por pasar al martes, día dedicado a Ganesha. Eran las 5.06 de la madrugada del 23 de noviembre de 1926 y la estrella regente era Ardra. Desde las 4.00 de esa mañana, la suegra Lakshama se encontraba en la casa del sacerdote realizando el culto a Sathyanarayana. Fue llamada en más de una oportunidad para que volviera a la casa, a medida que se acercaba el alumbramiento, pero ella había determinado no regresar antes de tener el alimento consagrado por la deidad (prasad) para Eswarama, el que no podía obtener hasta finalizar la ceremonia. Finalmente, llegó y entregó el alimento bendecido que fue aceptado e ingerido. Y el Hijo nació.

Una estera cubierta por una gruesa manta había sido preparada en un rincón de la habitación, tan pronto habían comenzado las labores de parto y entonces el bebé fue acostado sobre ella por la abuela. De pronto, observaron que los cobertores subían y bajaban a ambos lados de la criatura. La abuela levantó al niño y lo abrazó. ¡Una serpiente estaba enrollada bajo el cobertor! Cierto es que había numerosas serpientes en Puttaparti, las que se arrastraban por las grietas o a lo largo de los muros, o se escondían en cualquier hueco. ¡Pero una serpiente en la habitación de la parturienta pretendiendo ser un lecho...! ¡Ese había sido el papel que desempeñara Adisesha para Vishnu que descansaba en sus anillos! Esto representó el primer milagro de la Encarnación. Cuando se preguntó a Eswarama sobre este acontecimiento épico, confesó que entonces se sentía tan embargada por la alegría del nacimiento de un hijo que ni siquiera había notado la conmoción a su alrededor.

El niño fue bautizado como Sathyanarayana. La asociación y la unión de lo humano y lo divino se hacía clara por ese Nombre. Anunciaba que el niño al ser Narayana era Sathya (Verdad). Dios como Sathyanarayana había entrado a las mentes de la madre y de la abuela y llenado la casa de los Ratnakaram Raju con una melodía y una fragancia divinas. Narayana viniendo como Sathya representaba la consumación que el mundo había anhelado desde hacía tanto tiempo.

 

 

EL NIÑO  


Kondama Raju estaba realmente feliz de que este "nieto" suyo fuera bautizado como Sathya, porque le hacía recordar lo anunciado en el Bhagavatha Purana respecto a que cuando Narayana nació en la Tierra como Krishna, Brahma, el primero de la Trinidad, llegó hasta la Divina presencia y alabó al Bebé como "la Verdad de Verdades, la Triple Verdad, el Centro de la Verdad, la Verdad más Alta, la Verdad Viviente, el Guía hacia la Verdad y la Fuente de la Verdad". El abuelo se había construido por sí mismo una "ermita", una pequeña choza junto a la casa familiar. Eswarama se veía obligada a ceder cada vez que su suegra tomaba al hermoso bebé y se lo llevaba a Kondama Raju. Este lo "instalaba" en su rincón de adoración y de meditación. "El niño nunca me molestó en mis plegarias. Por el contrario, su presencia me ayudaba a calmar la mente y a dirigirla hacia Dios", me confió el anciano.

Las mujeres de los hogares vecinos se arremolinaban en torno del encantador bebé, mimándolo y acariciándolo por horas. Era frecuente que Eswarama se olvidara de que algunas de esas mujeres pertenecían a castas que eran tabú; efectivamente, el niño extendía sus bracitos hacia esas "madres" como si quisiera saltar hasta sus brazos. Se ponía a llorar lastimeramente si ellas no lo tomaban, de modo que Eswarama se veía obligada a suprimir sus escrúpulos cada vez que el niño manifestaba que para él no existían. La doctora Jayalakshmi que hace veinte años sirve en el Hospital Sathya Sai en Prashanti Nilayam, escribe que quería saber de labios de Eswarama cómo era de encantador Swami de pequeño. "Llevé conmigo un cuadro pintado por un famoso artista que representaba a Krishna en cuclillas junto a un pote con mantequilla, comiendo del contenido. Era un cuadro grande que yo había sacado de un calendario que tenía en el muro de mi habitación. Cuando Eswarama lo vio, dijo: '¡Sí, su carita brillaba como ésta, igual que la luna! Tenía el mismo cabello negro y ensortijado. Sus músculos eran fuertes y bien formados. Sus cejas eran distintas a las de Krishna, se unían en el centro'. Indicando las joyas que lucía Krishna, suspiró: 'Nosotros éramos pobres. No pudimos ponerle las joyas que adornan a este niño'."

Subama, la esposa del Karnam, solía tomar al niño en brazos y apretarlo contra su pecho. El bebé gorjeaba deleitado y ella se lo llevaba afuera en triunfo. Había sólo una casa entre la de los Raju y la del Karnam. El Karnam pertenecía ala casta de los brahmines, a la cual, de acuerdo con los dictados de la tradición, todas las demás le debían reverencia ceremonial. Era el administrador hereditario de la aldea, encargado de las actas territoriales y del cobro de impuestos por cuenta del gobierno. El Karnam junto con el patel, brahmín también y autoridad hereditaria encargada de la ley y el orden, eran los más poderosos dignatarios de la aldea. Subama tenía una edad avanzada y no había tenido hijos, de modo que al compasivo corazón de Eswarama le resultaba imposible decirle "no" cuando se llevaba a Sathya para mimarlo. "Este es un niño brahmín" murmuraban otras mujeres, al observar la felicidad con que Sathya se dejaba llevar por Subama a su casa. Los parientes más intuitivos, como Kondama Raju, sacaban por conclusión que el niño prefería los mimos de Subama, porque el régimen de su casa era vegetariano. Otros, menos perspicaces y sensibles, sólo imaginaban que prefería gatear por los espaciosos y pulidos pisos de la amplia mansión. El niño nunca reía tan espontáneamente en su propio hogar, como lo hacía en el de Subama. Eswarama se sentía feliz al ver a su pequeño convertido en el centro de atención y del amor de todos y constatar que se iba convirtiendo cada día en una criatura más dulce.

Hay una muy antigua devota conocida como Shirdi Ma por el hecho de haberse encontrado en Shirdi cuando vivía Sai Baba. También se la llamaba Peda Bottu, debido al gran punto de kumkum (polvo generalmente de color rojo), que llevaba en el entrecejo. Entre sus recuerdos, cuenta que en todo momento urgía a Eswarama para que le relatara algunos de los milagros de Swami cuando era niño. La mayoría de las veces Eswarama eludía sus preguntas, diciendo que no había observado ninguno o que no los recordaba. Sin embargo, un día reveló una experiencia profundamente conmovedora que había mantenido en secreto por más de treinta años, debido a que se le había dicho que no hablara al respecto.

"Swami tenía nueve meses entonces, dijo Eswarama, puedo recordar claramente el incidente y lo tengo fresco en la memoria. Yo recién lo había bañado y vestido, y le puse un colirio refrescante en los ojos, luego le puse algo de vibhuti* del templo de Shiva y un poco de kumkum del templo de Sathyama, en el entrecejo. Lo acosté en la cuna y la impulsé para que se balanceara mientras me dirigía al fogón porque la leche había comenzado a hervir. De pronto lo oí llorar. Esto me sorprendió muchísimo, porque desde que naciera no había llorado nunca por ninguna razón, ni de hambre, ni por sentirse incómodo, ni por algún dolor. Lo saqué de la cuna y lo puse en mi falda. Dejó de llorar. Entonces, vi que lo rodeaba un halo de luz brillante, un círculo de luz que irradiaba de él. Pero esa luz no me lastimaba, era tan fresca, pese a su brillo y a su proximidad. Me quedé sentada allí, quieta, sumida en un maravilloso encanto. La luz se mantuvo allí por largo tiempo, antes de ir desapareciendo poco a poco. Cerré los ojos y probablemente perdí la conciencia de todo lo que me rodeaba, hasta que llegó mi suegra y me hizo volver a la realidad. El niño estaba dormido, aparentemente. Ella me preguntó qué había sucedido y le conté lo del halo de luz que aún entonces podía ver claramente delineado. Mi suegra se llevó un dedo a los labios y me dijo: 'No le hables a nadie de esto, ya que no lo entenderían. Lo único que harían, sería difundir toda clase de historias'. Pero creo que ella se lo contó al abuelo, porque él me lo preguntó más tarde."

Sathya, rodeado de toda clase de signos y maravillas, comenzó sus primeros ejercicios de moverse gateando por todas partes, de intentar sus primeros pasos, avanzando inseguro de las manos de algunos de los mayores a las de otros que le esperaban, de aprender a sortear los umbrales de las.puertas, de correr unos pocos pasos, de emitir sus primeros monosílabos de cariño. Estos primeros balbuceos parecían a quienes los escuchaban mucho más dulces que los de sus propios hijos.

Peda Bottu pudo convencer a Eswarama para que relatara algunos hechos de la infancia de Swami. Un día en que ambas jugaban sobre un tablero a cuadros, usando conchas de mar como piezas, Eswarama le dijo: "Ustedes lo alaban como Narayana y como Krishna. Pero yo lo consideraba un Krishna especial, que me preocupaba especialmente, porque nunca fue como los demás niños. Nunca pedía ninguna ropa o comida especial. Se traía una pila de ropas de Hindupur o de Anantapur y los mayores, el padre o el abuelo, reunían a los niños de la familia, indicándole a cada uno que eligiera por sí mismo lo que quisiera. Sathya se mantenía indiferente hasta que todos hubieran terminado de elegir y entonces tomaba lo que hubiera quedado, lo que había sido rechazado por los demás. No

 

*          Vibhuti: La sagrada ceniza que se usa para sanar enfermedades físicas, mentales, emocionales y espirituales.

parecía tener nunca deseos propios o algo que le gustara en especial, pero su carita se iluminaba cada vez que veía felices a los otros chicos. Cuando le preguntábamos qué quería, su única respuesta era una sonrisa. Solía abrazarlo y besarlo, tratando de que me confiara sus deseos. 'Sathya, dime qué es lo que quieres y yo te lo daré', susurraba en su oído. 'No necesito nada', era su invariable respuesta. 'Aceptaré cualquier cosa que me des, con eso me basta. No voy a elegir'." Su absoluta Indiferencia" la lastimaba. "¡Si sólo fuera más interesado, más decidido!", solía quejarse, en tanto que los mayores la consolaban, asegurándole que esa indiferencia no duraría mucho tiempo.

Otro de los pesares que sentía Eswarama lo causaba la solemnidad que Sathya asumía cuando estaba dentro de la casa. Fuera de ella era todo risas y alegría, saltando, deslizándose y corriendo con otros niños, jugando en el lecho del Chitravati y cantando bhajans (cantos devocionales) durante horas con ellos. Pero, cuando ella lo llamaba para volver a casa, se tornaba grave y reacio. "Esto era algo que no podía entender", contaba Eswarama. "¿En qué éramos diferentes? ¿Qué era lo que lo hacía ser tan serio y parco? Terminé por preguntarme si, después de todo, el apelativo de 'Brahmajnani' (el inmerso en Brahma) que le habían dado los mayores, no habría prendido en él y que, lo que me había parecido una burla, era después de todo un tributo."

"Sathya había comenzado a atraer la atención y la admiración de todos en la aldea y comencé a temer el mal de ojo de la envidia y el odio. Traté de contrarrestarlo por medio de los habituales ritos simbólicos de limpiar, lavar y quemar todo el mal que pudiera haber llegado hasta él. Mas, cuando me veía ocupada en esto, se retiraba, diciendo: '¡Qué podrían hacerme a mí los ojos de alguien!'." Esta respuesta audaz y autoritaria evoca una vez más el remoto eco de las palabras de Krishna a su madre adoptiva Yashoda. Cuando recibiera una reprimenda por ponerse arena en la boca, el Divino Niño le replicó: "¡No vayas a creer equivocadamente que soy sólo un niño travieso y loco!". Cuando un extranjero preguntó a Krishna cómo se llamaba, El le contestó: "¿Cuál de mis muchos nombres te diré?". A Eswarama, Sathya le recordaba a Krishna muchas veces al día y ella anhelaba que siguiera en ese rol de día y de noche.

Era obvio que Sathya prefería estar fuera de casa, mirando hacia los montes, las estrellas y el cielo, sumido en una silenciosa felicidad. Sin embargo, a medida que crecía, jugando en las calles con otros niños, sus inclinaciones se fueron convirtiendo en un real problema, porque entre las escondidas y la gallinita ciega, cada vaca y búfalo que pasara tenía que recibir una amorosa caricia de su cálida mano. Las advertencias, respecto de que eran animales impredecibles y agresivos, no le causaban impresión alguna. Lloraba inconsolable cuando lo sacaban de entre los animales, de modo que había que sacarlo en vilo y depositarlo frente a su madre.

Los niños de la aldea conformaban un grupo de traviesos pilluelos, entonces como ahora. No pueden tolerar lo que salga de lo común, ya sea en cuanto al aseo personal, el lenguaje o el comportamiento apropiados. Su estrategia favorita para rebajar lo inusual al nivel común es recurrir al asedio, la burla y el ridículo. Columpiar una gallina cabeza abajo, tomándola por las patas, patear a un perro para hacerlo aullar o torcerle la cola a un buey, eran actos que les producían ciertamente la diversión de hacer desdichado a Sathya. Eswarama los amenazaba con darles una tunda, pero ello hacía que todo fuese más divertido. Tampoco Sathya se sentía más feliz ante la idea de que fueran a castigarlos.

Nunca se quejó de las cosas que le hacían ni reveló los nombres de los autores. Parecía totalmente desprovisto de deseos de venganza, de resentimiento e incluso de desagrado.

No pasó mucho tiempo sin que Eswarama se diera cuenta de que Sathya era extremadamente inteligente. Sus argumentos siempre eran invencibles y su proceso de razonamiento más rápido y correcto que el de cualquier adulto. Sus sentimientos eran profundos y duraderos. Sus palabras eran más suaves y dulces que las de cualquier otro niño de los que conocía. No fue de extrañar que muy pronto toda la aldea lo apelara "guru", Maestro espiritual. Eswarama, automáticamente, pasó a ser identificada como la Madre del Gurú, alguien especial, y las mujeres comenzaron a inclinarse reverentes y a tocar sus pies cada vez que la encontraban junto al pozo o en los templos de Sathyabhama, Gopala Krishna, Shiva o Hanuman.

El llevar al niño a la escuela obedeció más al deseo de mantenerlo a salvo cuando estaba fuera de casa que al interés por hacerlo estudiar. Pero Sathya creaba problemas. Solía regalar esteras y mantas a sus compañeros de curso a quienes el frío hacía castañetear los dientes y sentarse ateridos y encogidos. Todo compañero hambriento era llevado por Sathya a su casa para servirle leche, cuajada y galletas.

Muy pronto Sathya cumplió los siete años y estuvo preparado para ingresar a la escuela elemental en Bukapatnam que quedaba a tres millas de distancia. Eswarama no podía creer que los años hubiesen pasado tan rápidamente. Si parecía que en el último Festival de Dassara* lo estaba aún meciendo en su cuna. Y ahora tenía que vestirlo con una camisa blanca y planchada, pantalones largos, aplicarle vibhuti en su amplia frente y el lunar de kumkum entre sus tupidas cejas, envolver su almuerzo de sangti (arroz y harina de ragi cocidos juntos) y verle echarse su bolso al hombro, gritando: "iMa, me voy!", mientras ella se quedaba mirándole desde la puerta con los ojos llenos de lágrimas.

El trayecto hasta Bukapatnam implicaba largas horas fuera de casa. Sathya salía hacia la escuela cerca de las 8.30 de la mañana y regresaba a casa justo antes de ponerse el sol. Sus primos que iban a la escuela con él se resentían por su inmaculada limpieza; se destacaba de) "rebaño". Esperaban hasta haber salido de los límites de la aldea y, al cruzar el río, se lanzaban sobre él y, haciéndole caer, le arrastraban por los pies hasta que las ropas que Eswarama había lavado y planchado con tanto esmero quedaban más sucias y arrugadas que las que vestían ellos. Eswarama nunca logró que Sathya acusara a los culpables. Cuando oscurecía, sentado a la luz de las lámparas con aceite que lanzaban sus destellos vacilantes desde los nichos en los muros, Sathya relataba los eventos diarios de la escuela y del viaje de ida y de regreso. A diferencia de otros niños, rara vez hablaba de las lecciones que se le enseñaban. En cambio, contaba lo que él enseñaba a los niños de su curso y, lo sorprendente, incluso a los mismos profesores que se atrevían a enseñarle.

Un excitado grupo de niños relató la "lección" que Sathya había dado al profesor Kondapa. Cuando estaba dictando notas que cada alumno debía escribir en su cuaderno de ejercicios, descubrió que el único niño que no anotaba el dictado era Sathyanarayana Raju. Naturalmente, se enfureció, se sentía insultado. Preguntó a Sathya por qué no hacía como los demás y el niño le respondió que no sentía la necesidad de hacerlo, ya que podía contestar a todas las preguntas respecto del tema tratado. Esto le pareció al profesor una verdadera provocación, según me lo confesara el mismo Kondapa años después, cuando le conocí en Anantapur. Me relató luego los eventos que se produjeron: la silla que se adhirió a él, la humillación y el alboroto. Tuve ocasión de oír la historia de labios de Swami y logré

 

*          Festividad que celebra la victoria de las fuerzas del bien sobre las fuerzas que impiden el progreso del hombre hacia la luz.

reunir la suficiente osadía como para decirle que, siendo yo mismo un profesor, no podía en verdad apreciar la tragedia que había ocurrido al pobre docente. Baba me indicó que Su intención no había sido la de insultarle o injuriarle. "Sucedió, simplemente, porque había llegado el momento de hacer un anuncio más resonante respecto de que Yo no era únicamente un niño humano."

La historia, empero, alteró grandemente a Eswarama y a la familia Rathnakaram.

Eswarama arrastró a Sathya fuera del granero en donde se encontraba mientras los chicos relataban su travesura. "Te obligarán a dejar la escuela y no serás admitido en otra", le advirtió. "¡Te convertirás en un vago ineficiente, que no servirá sino para cuidar ganado!" Estaba aterrada ante la idea de que la impertinencia de su hijo le podía acarrear la indignación de la gente entre la que vivían. Pero pronto supo que no sólo sus compañeros de escuela, sino también los profesores, incluyendo a Kondapa, le ensalzaban, a pesar de estos incidentes y, tal vez, precisamente debido a ellos. Kondapa compuso inclusive una guirnalda de versos alabando a Sathya como a un niño Divino y los hizo imprimir para su distribución.

Luego llegaron las buenas nuevas de que Sathya había sido declarado el mejor alumno en los exámenes que los niños del área habían rendido en Penukonda. La gente de Bukapatnam organizó una procesión a través del pueblo en honor al prodigio. Eswarama se sintió orgullosa y feliz, aunque también un poco temerosa por la envidia que pudieran sentir los demás. Cuando Sathya fue traído a casa, colgó cocos a su alrededor y los rompió y, además, movió de un lado a otro frente a él el alcanfor encendido para alejar el "mal de ojo".

Sathya no tenía ni un solo momento de descanso, ni en la casa ni fuera de ella. Siempre lo rodeaba una banda de muchachos que le seguía dondequiera que fuera, por los cerros y los valles o por los vastos arenales del lecho del río. Cuando los chicos retornaban a sus casas y se dispersaban, cada familia se emocionaba con las historias que contaban. Un día, el relato trataba de un gran trozo de caramelo que cada uno había recibido de Sathya. Otro día, había transformado a una docena de sapos en otras tantas golondrinas que salieron volando del canasto en que había metido a los primeros. Un día les había enseñado un canto en alabanza a Panduranga, la deidad de Panharpur en el Estado de Maharashtra y les había invitado a danzar al compás de la melodía. Otro día les había hablado de los súbditos del cielo que estaban prestos a obedecer a su llamado y a cumplir sus órdenes.

Los amigos y los vecinos de los Rathnakaram Raju auguraban que Sathya sería expulsado de la escuela. El incidente de la "silla" era obviamente ominoso. Cuando oí hablar de ello por primera vez, no me sentí nada sorprendido, puesto que el Avatar no puede tolerar restricciones insensatas ni enseñanzas vanas. El no conoce horizontes que le circunscriban. El Evangelio de Mateo dice lo siguiente respecto de jesús en la escuela: "Mas Jesús miró a Zaqueo, el profesor, y le dijo lo siguiente: 'No conoces a Al fa respecto a su naturaleza, ¿cómo pretendes enseñar a otros Beta, hipócrita? Primero, cuando sepas, enseña Alfa ¡y recién entonces te creeremos en lo que concierne a Beta!'. Entonces hizo que se confundiera la lengua del profesor en cuanto a la primera letra y éste no pudo llegar a contestarle". Jesús explicó, entonces, el misterio que encierra la letra "A". (En el Bhagavad Gita, el Señor ha declarado que El es la letra "A" del alfabeto.) Jesús confunde a Zaqueo del mismo modo en que a menudo hiciera Sathya diciendo: "¡Oh maestro, escucha! Mira el ordenamiento de la primera letra y presta atención a esto, cómo tiene líneas y una marca en el medio, común a ambas; marchando separadas, llegan juntas, elevándose hacia lo alto, danzando; los tres signos de una misma clase, equilibrados, de igual medida". Sathya habló con más suavidad y menos enigmáticamente y, por ende, el profesor de Bukapatnam respondió con mayor reverencia.

Puttaparti era Gokul* dado que Sathya estaba allí. El antiguo nombre de la aldea de Puttaparti había sido el de Gollapalli, "caserío de pastores de vacas". "Es este nombre el que debe haber atraído a Krishna para nacer de nuevo en la Tierra. ¿De qué otra manera podría explicar las extrañas cosas que el niño hacía?", señaló Eswarama y me narró una historia de sus primeros años.

Fue una noche durante el monzón de Uttara. El cielo se cubrió de nubarrones oscuros y amenazantes. Venkama estaba construyendo una casa por aquel entonces y había una gran pila de ladrillos mojados que esperaban ser cocidos. Los leños estaban cortados y listos, pero el fuego podía ser encendido recién al día siguiente dado que no era auspicioso. Con las fortísimas lluvias que estaban por descargarse ahora, la pila de ladrillos quedaría reducida a un gran montón de greda informe.

Debía hacerse algo pronto. Afortunadamente se presentó un vecino solícito. "Hay que cubrir los ladrillos con atados de hojas secas de caña azucarera", aconsejó a Venkama. Pero, ¿dónde se conseguirían? Recordó entonces a un amigo suyo, que vivía sobre la ribera oriental del Chitravati, que podría ser persuadido para que las regalara. Una larga fila de hombres, mujeres y niños corrió por las extensiones de arena, todos apremiados por la desesperación. Swami también se les unió como último en la fila de voluntarios.

Avanzó hasta el medio del lecho del río y, de súbito, comenzó a dar voces para que todos se detuvieran. "¡VenkamaV, llamó. "Las lluvias no vendrán"... Las nubes se disiparon, el día se aclaró... ¡la amenaza había terminado! Unas cuantas palabras musitadas, la pequeña palma de una mano dibujada contra el cielo oscuro por algunos instantes... ¡y allá arriba, en el espacio, el viento, los nubarrones y la lluvia, obedecieron! Todos retornaron a sus casas sin traer ni una sola hoja de caña, porque entre ellos se encontraba el joven Señor de los Elementos.

Eswarama dio fin a su historia con un tono triunfante y se volvió hacia mí para observar con satisfacción anhelante la expresión de mi rostro. No la defraudé. "¡Este Krishna ha salvado a este lugar con sólo levantar un dedo!", dije.

Sathya se convirtió en un héroe que era admirado y temido, amado y puesto en tela de juicio. También Eswarama se vio arrastrada por el torbellino de afecto y de constante asombro, de suspenso y de cautela. Era frecuente que pasara los días sumida en la oración, rogando por la intervención Divina para volver a Sathya a la normalidad de los otros niños de Puttaparti, con quizás sólo un poco más de inteligencia y sentido de orientación en la vida. Podía ver en él los potenciales de poeta, de músico, de cantante, de bailarín o de autor y director teatral. Era su esperanza que llegara a desarrollarse en alguno de estos campos. Le parecía que Sathya estaba atrayendo sobre sí el "mal de ojo" y toda enfermedad que llegaba a tener la atribuía a sus habilidades de mostrar lo imposible como posible. Protestó vehementemente cuando sus hijas difundieron la noticia de que Sathya podía danzar una intrincada pieza mucho mejor que un niño artista que la había interpretado durante una función de teatro en Bukapatnam. Pero, por otro lado, se dejó llevar hasta tal punto por el talento de Sathya, que se puso a llorar a viva voz cuando lo vio ser "torturado" en una obra en la que actuaba.

 

 

* Pueblo donde Krishna vivió sus primeros años.

El padre cavilaba en silenciosa impotencia sobre este asombroso hijo suyo, pero era Eswarama la que debía soportar el peso de las rarezas de Sathya. Su espíritu batallador estaba siempre atento. No dejaba pasar error alguno. El Sathya de nueve años era lo bastante osado como para escribir audaces cancioncillas y quintillas jocosas  créanlo o no  en contra del bigote a lo Hitler que lucía alguien tan conspicuo como el Karnam, el marido de su "madre adoptiva" Subama. Sathya enseñó a sus amigos una parodia, para cantarla frente a la casa del dignatario, hasta que éste se vio obligado a borrar de su rostro ese anémico cepillo. La pobre Eswarama no tuvo necesidad de explicarle a Subama que el niño era incorregible, le transfirió la tarea de inculcarle algo de sabiduría mundana. Sin embargo, Subama se sentía feliz ante el hecho de que el Guru se ocupara de enseñar. Su risa ahuyentó el pánico de Eswarama. "¡Déjalo ser lo que es! ¡El sabe lo que es mejor!", le aconsejó.

Muy pronto, Eswarama tuvo que amonestar a Sathya por herir, a través de sus aguijones poéticos, la sensible epidermis de los notables de la aldea. Sathya compuso una diatriba de diez líneas sobre la ingratitud mostrada a los hombres que realizan los trabajos pesados bajo el sol o la lluvia, para cultivar el arroz que permitía a los ricos disfrutar de un lujo conspicuo. Cuando los versos comenzaron a ser cantados por los pilluelos que iban tras el ganado que llevaban a los pastizales, estallaron las iras y se iniciaron investigaciones. Los mayores se preguntaban sobre cómo era posible que el Rathnakara pudiera albergar esta chispa revolucionaria en su pequeña cabeza. Sospecharon que alguna fuerza siniestra estaba actuando a través suyo. Subama le rogó que le revelara quién había compuesto estos versos. Hablaron sobre las iniquidades del sistema de las castas que había terminado por degenerar en una forma de agonía para los obreros. Sin embargo, Sathya no pudo ser obligado a guardar silencio. El había venido a condenar y a corregir. Se trataba de Su mundo y se mantuvo inflexible respecto de Sus derechos. A Eswarama y a Subama no les quedó más que guardarse sus angustias para sí mismas y desearle suerte.

Otro día, cerca del mediodía, un chofer de librea dejó chillando a todas las aves de la aldea. Venía corriendo por las torcidas callejas en busca del "niño maravilloso" que creaba vibhuti. Finalmente, el niño fue encontrado, sentado en una terraza, relatando historias a una banda de pilluelos. Los niños huyeron en busca de refugio, en tanto que Sathya esperaba tranquilamente. El hombre quería un poco de la ceniza milagrosa para "sanar" el motor de su jeep que se había descompuesto en el camino, por la margen oriental del río, en la ruta que llevaba desde las junglas en medio de las montañas hacia la ciudad de Anantapur. "El señor está esperando. Está furioso." Sathya fue llevado por el agitado intruso hasta el vehículo descompuesto. Algunos de los niños les siguieron. Vio al señor sentado en el jeep con aire de triunfo, acariciando las orejas de una tigresa muerta. Sathya lo enfrentó con una reprimenda. "Esta tigresa no te hizo ningún daño. ¿Por qué la fuiste a acechar en la jungla, donde estaba criando a tres cachorros y la mataste? Fue mi voluntad la que hizo que se detuviera el jeep. ¡Regresa, encuentra a los cachorros y llévalos a un zoológico! ¡Y no vuelvas nunca más a cazar por mero placer y orgullo! Puedes tomar una cámara, en cambio, y eso te convertirá en un héroe mucho más grande... ¡Váyanse!" El motor comenzó a funcionar. El conductor hizo volver al jeep por el camino por el que habían venido.

¡Llamarle la atención a un blanco, a un inglés con casco tropical y rifle! ¡Detener su jeep y negarle lo que pedía...! El padre de Sathya estuvo a punto de desmayarse. Tuvo aterradoras visiones de policías y cárceles.

El hermano mayor de Sathya, Seshama Raju, era el cerebro de la familia. Había pasado con éxito todos sus exámenes para ganar el diploma de experto en idioma y literatura telugu. No obstante, aunque los santos poetas de la literatura clásica del telugu han escrito con éxtasis sobre los "Juegos Divinos" (Lilas), cuando se trataba de interpretar el comportamiento de Sathya, Seshama Raju no podía sino concordar con la conclusión a que había llegado su padre: estaba "poseído" por un astuto espíritu de los mundos inferiores. En los años treinta y cuarenta de este siglo, la pedagogía utilizaba, como único medio de instrucción, una vara de caña, y la psicología infantil de la época impartía una sola lección: "Ahorra el uso de la vara y echarás a perder al niño...". Seshama Raju que había finalizado un curso de capacitación docente y había sido designado en la Escuela Superior en Uravakonda, Monte de la Serpiente, a sesenta millas de distancia, se llevó a Sathya consigo, determinado a extinguir los arranques de fantasía que lo marcaban como niño peculiarmente problemático.

 

EL MONTE DE LA SERPIENTE

   

Eswarama quedó muy apesadumbrada ante la idea de la separación. Tenía miedo por el inmerecido ridículo al que seguramente se vería expuesto Sathya, si su propio hermano creía que se dedicaba de manera involuntaria a los trucos que le dictaba la influencia de los espíritus malvados. Pero no había ninguna escuela secundaria en un radio de veinte millas y Sathya era tan inteligente que quitarle posibilidades de seguir educándose parecía un sacrilegio. Tener la posibilidad de ir a Uravakonda y vivir al cuidado de su hermano era lo mejor para él, era consciente de ello, mientras le rezaba a lo Divino para que suavizara y endulzara los días de Sathya en el "Monte de la Serpiente". A Peda Venkapa Raju era muy poca la compasión que le quedaba. Se sentía aturdido por las extrañas acciones de su hijo. Su mente estaba impregnada de la cultura popular, que atribuía todo desvío de lo normal a las maquinaciones de los rivales, los ritos de brujas o los designios del demonio. Eswarama tenía que suspirar y llorar a solas y, cabría agregar, también tenía que gozar a solas algunas veces.

No obstante comenzaron a filtrarse historias a través de la distancia respecto de las maravillas de las que Sathya era autor, de las curaciones que había efectuado, de los problemas que había resuelto, como asimismo de las penurias que había debido sufrir, las cargas de combustible que debía llevar sobre la cabeza desde la jungla ala casa.

Durante las visitas a Puttaparti mientras vivía en Uravakonda, Eswarama le daba el vigorizante "baño de aceite", vale decir, le untaba la cabeza con aceite de "sésamo", como también el tronco y los miembros, masajeando los músculos para fortalecerlos y flexibilizarlos, quitando luego el aceite con una ducha de agua caliente y una solución de jabón de coco. Un día observó una ancha zona alargada sobre el hombro de Sathya, en la cual la piel se notaba engrosada y oscurecida, aunque el niño no se quejó cuando tocó y presionó la región. Sathya se rió cuando ella quiso saber qué le había causado esa marca pero, ante su insistencia, le dijo que tal vez se debía a la vara con que acarreaba agua en dos baldes que colgaban de sus extremos y que apoyaba en el hombro. Había sólo un pozo en Uravakonda del cual se podía extraer agua potable, ya que de todos los demás salía barrosa, y ese pozo quedaba corro a un kilómetro de distancia de la casa. Sathya debía ir y volver hasta allí seis veces al día, tres en la mañana y otras tantas en la tarde, para atender a las necesidades de la casa de su hermano y también las de una familia vecina que había solicitado su ayuda. Eswarama le dijo: "Tienes que irte de allí. Están explotando tu bondad y tu deseo de servir. ¿Por qué tienen que depender de ti para obtener agua?". Sathya la interrumpió, respondiendo: "¡Lo sentí como mi deber, Ma! ¿Cuánto tiempo sobrevivirían los niños con ese veneno barroso? Les llevo con gusto el agua de la vida desde esa distancia, Madre. He venido para prestar este servicio". Esto hizo que Eswarama dejara de discutir y se callara.

 

 

El amanecer de la Declaración

 

Amaneció el 11 de mayo de 1940 en Puttaparti. El sol se asomaba al valle sobre los montes, cuando un mensajero de Uravakonda llegó hasta la casa de los Raju. Traía una carta de Seshama Raju dirigida a su padre. Eswarama observaba el rostro de su marido mientras leía. Vio cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas. "Es Sathya, dijo, pero no es nada serio. Posiblemente sólo una picadura de escorpión". "¿Por qué habrá incluido ese 'posiblemente'?", se preguntó ella. "No pudieron encontrar al escorpión... Sucedió hace tres días, al caer la noche... ¡Y escucha! Seshama escribe que Sathya cayó en un profundo sueño que duró todo el día siguiente... ¡pero no sentía dolor alguno!" A nadie se le permite dormir después de una picadura de escorpión, por temor a aumentar el efecto del veneno. De modo que Eswarama estaba asustada.

Afortunadamente, Eswarama no sabía nada sobre lo desastrosa que puede resultar una picadura de escorpión especialmente si sucede en Uravakonda. El lugar era llamado "Monte de la Serpiente", porque en la cresta del monte aledaño se elevaba una alta formación rocosa que terminaba en forma de una caperuza de cobra, que amenazaba atacar al poblado. Viviendo a la sombra de esa roca, la gente creía que en el área dominada por la cobra petrificada, los ataques de las serpientes y los escorpiones eran siempre mortales. Venkapa Raju, sin embargo, sabía que las picaduras allí solían ser fatales. De modo que se preparó para partir de inmediato hacia el fatídico lugar.

Horas después, sin embargo, llegó otro mensajero con una segunda carta de Seshama que anunciaba que Sathya había recobrado el conocimiento, pese a que no se encontraba aún en muy buen estado. No quería comer ni beber. Parecía inconsciente de lo que sucedía a su alrededor, como si estuviera en otro lugar, conversando con seres invisibles. Eswarama no resistió seguir escuchando. Rogó a su marido que la llevara consigo y, durante todo el camino, fue musitando plegarias desesperadas. Pedía sólo una gracia: que Sathya fuera normal. Ya no deseaba que fuera único, ni siquiera más inteligente que el resto.

Aquéllos fueron largos días y noches de ansiedad para Eswarama. Nadie tenía el bálsamo que pudiera calmarla. Seshama no hacía más que retorcerse las manos en su desesperación. Había agotado todos los remedios que conocía. Había llamado a sacerdotes, astrólogos, quirománticos, homeópatas, naturópatas e incluso a un dignatario tan importante como el Oficial Médico del Distrito. Pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. Sathya, en tanto, se mantenía sentado, calmo e indiferente, en medio del torbellino de preocupaciones.

Todos habían agotado sus recursos y no sabían ya qué hacer, cuando Eswarama insistió, finalmente, en que se llevara de regreso a Sathya a Puttaparti. Esperaba que la compañía de su hermano menor que ya había cumplido seis años y se mostraba ansioso por jugar con el famoso Sathya, le haría volver a la normalidad. Volvieron al hogar. No obstante, aquellos mismos niños a quienes Sathya guiaba antes por las calles de más de una aldea cantando y danzando la Gloria de Dios, se vieron ahora enfrentados a un destello de rechazo en su mirada y a un canturrear ensimismado de sus labios.

El abuelo Kondama Raju recurrió a citas de los Puranas y del Yoga Vasishta (famoso texto sánscrito) para calmar la agitación de los padres. El Yoga Vasishta relata que Rama pasó por un similar estado de indolencia interna, aproximadamente a la misma edad: "Su cuerpo adelgazó, su mente revoloteaba de una idea a la otra, permanecía sentado, en silencio como una pintura en el muro". Kondama Raju les recitó las dos primeras líneas de la estrofa que describe la condición de Rama en ese canto épico:

 

"¿Qué es la riqueza? ¿Qué es la calamidad? ¿Qué es el hogar? ¿Qué es el deseo? Todo es tan sólo irreal. Y diciendo esto, permaneció sentado, en silencio y en soledad."

 

Con su inclinación mística de siempre, Kondama Raju encontró consuelo en estas palabras, pero ellas no satisficieron a los demás. Peda Venkapa Raju fue acusado de ser insensible por parte de los grupos que se habían congregado junto al niño sin habla. La pobre Eswarama no podía casi soportar las insinuaciones respecto del origen de la enfermedad y los augurios sobre su curso futuro. Se encerró en su habitación, alejándose de todos, sumiéndose desesperadamente en sus plegarias a lo Divino.

Sathya, pese a permanecer indiferente a los trastornos que estaba causando, no estaba al margen de ellos. Por momentos manifestaba una profunda compasión o una tolerancia irónica. Una sonrisa se dibujaba en su rostro cuando alguno de los que venían a verle declaraba poder curarlo. Periódicamente, afloraba en él el Gurú, con poéticas exhortaciones, urgiéndolos a todos a controlar sus impulsos por explotar a otros y a cultivar el control y el respeto de sí mismos. Estas manifestaciones representaban el triunfo de su voluntad sobre el estado predominantemente apático de su mente. Sus hermanas permanecían constantemente a su lado, esperando ansiosamente una oportunidad para poder ofrecerle algo de comer o de beber. Ellas anotaban estas enseñanzas poéticas, pero Eswarama las detuvo, temerosa de que estas líneas llegaran a manos de los patriarcas e inflamaran los ánimos de los explotadores que, sin duda, se reconocerían como el blanco de las expresiones del niño.

El plazo para mantener la paciencia, empero, se agotó pronto. Seshama Raju envió un mensaje diciendo que Sathya había estado ya demasiado tiempo ausente de la escuela. Ante esto, la ansiedad ensombreció los rostros de su padre, de sus tíos y de los "sabios" de la aldea. Otros aconsejaron un cambio de lugar. Las intenciones de aquellos que aconsejaban paciencia, peregrinaciones, penitencias y propiciaciones comenzaron a hacerse sospechosas, muy comprensiblemente, de ser motivadas por la envidia y el resentimiento de aquellos a quienes les hubiera gustado ver a la familia Raju atormentada por un discapacitado estrafalario..

Un cónclave familiar decidió que Sathya estaba siendo poseído por un espíritu, ya que su horóscopo le había revelado esta posibilidad a un anciano sabio de Kadiri. Sathya fue llevado entonces a una aldea cercana a Kadiri, Brahmanapali, para ver a un exorcista que gozaba de una considerable reputación. Kondama Raju fue el único que se opuso y aconsejó que debía esperarse durante un período más prolongado. Y, por supuesto, nadie se tomó la molestia de pedir la opinión de la pobre madre que se debatía entre la esperanza y la desesperación.

En cuanto supo que iban a llevarle a Sathya para tratarlo, el exorcista demostró una jactancia agresiva. Era capaz de invocar a las diosas Chandi, Chamundi, Simni y Varahi para que expulsaran al espíritu y liberaran al niño de su dominio. No había espíritu alguno, ya fuese hindú o musulmán, bestial o demoníaco, que pudiese enfrentarse a la ferocidad de sus mantras, prometió. Eswarama y las hermanas acompañaron a Sathya y a Venkama Raju. Mientras avanzaban a sacudones en la carreta arrastrada por bueyes, el padre trató de tranquilizar a las mujeres que se mostraban aterradas ante el destino que aguardaba a Sathya al final del trayecto. "Este hombre realizará una puja para Chandi y Chamundi y quizás sacrificará un ave. Aplicará un punto de esa sangre en la frente del niño y eso terminará con toda esta desgraciada historia", dijo confiado, impidiendo que Sathya lo hiciera callar a gritos cuando mencionó el sacrificio de un ave.

El hombre de Brahmanapali era un verdadero espanto con sus cabellos desgreñados y su voz cascada. Sus ojos ardían como brasas encendidas. Sostenía en la ruano un par de pesadas tenazas de hierro, con las que golpeaba el suelo cada vez que rugía un mantra en contra del "espíritu". La fuerza de cada uno de estos golpes era terrible y las vibraciones que producían eran tan horrendas que hacían que, la familia de Puttaparti temblara, anonadada por la idea de la suerte que podía correr Sathya en manos de tal monstruo. Sin embargo, el rostro de Sathya no mostraba reacción alguna, ni siquiera se veía en él una mueca o un pestañeo que denotara temor. Esta placidez suya les fue devolviendo gradualmente el valor. Decidieron quedarse hasta que el hombre declarara que Sathya estaba libre del espíritu y solo consigo mismo.

Nueve años después, cuando yo estaba en Puttaparti, Swami le dio permiso al Pandit Rama Sarma de Venkatagiri para que recitara una narración poética de la historia de Sai como bebé y como niño, frente a un pequeño grupo de devotos. Cuando el recital llegó al punto de Brahmanapali y estaba por describir la terrible escena, Swami le pidió a Sarma que pasara por alto esos versos, puesto que resultarían dolorosos. Me armé de valor como para preguntarle: "Swami, entonces, ¿por qué soportaste esta tortura?". "Fue Mi voluntad que la gente supiera que no me afecta lo que le pase a este cuerpo. He venido a recordarle al género humano esta verdad que ha ignorado. ¿Cómo podrían tener fe, si Yo no actúo en la forma en que han de hacerlo ellos?", fue Su respuesta.

El exorcista comenzó luego a azotar a Sathya para expulsar al espíritu. Los padres no pudieron soportarlo. Eswarama le rogó que se detuviera, pero él se rehusó a "dejar el tratamiento a medias". "Pueden llevárselo a él, pero el espíritu en él es mío, bramó. "¡Tomen lo que les pertenece, después de darme lo que es mío!" El "tratamiento" incluyó el afeitar la cabeza de Sathya y hacer una profunda incisión en forma de cruz en su cuero cabelludo. Luego se exprimió jugo de limón sobre las heridas y, después, vació recipientes de agua helada sobre su cabeza. A continuación, aplicó en los ojos de la víctima una pasta quemante que le causó dolores insoportables. Los ojos de Sathya se inflamaron inyectados en sangre. Su rostro se hinchó debido al dolor. Pero, durante todos estos tormentos permaneció en silencio, casi ajeno a todo lo que ocurría en torno de él. Eswarama no pudo seguir soportando más. Ante ella estaba su hijo, mostrando un cuerpo estragado por la falta de alimento, los ojos irreconociblemente dañados y con heridas untadas con una pasta corrosiva y, aun así, el mago no había garantizado todavía que volvería a la normalidad. Parecía mucho mejor soportar al fantasma que se había apoderado de él, puesto que se limitaba a producir accesos alternados de lágrimas y risas, y de sabiduría y sátira en sánscrito y telugu. Después de desesperados ruegos, Sathya fue arrancado de las manos de ese hombre. Les permitió llevarse al niño a casa, con la condición de qué lo trajeran nuevamente seis meses después, porque... de lo contrario... Afortunadamente no terminó de expresar lo que encerraba esa última amenaza. Insistió también en que Venkama, la hermana mayor de Sathya, no debía venir en esa próxima ocasión. Ella había estado estropeando todos los esfuerzos del brujo, al aplicarle en secreto a los ojos de Sathya pastas de hierbas machacadas, siguiendo las instrucciones que su hermano le susurraba al oído.

De regreso en Puttaparti, I=swarama intentó razonar con el hijo, hablándole del temor y de las sospechas que había despertado. "Todos están preocupados, porque estás enfermo. Cuando estabas tranquilo, el hombre de Brahmanapali nos decía que tenías 'fiebre de rocas', cuando te movías con rapidez, decía que era 'fiebre de ciervo'. Es algo absurdo. Yo sé que no tienes fiebre. Cuando comienzas a hablar como un sabio, la gente murmura que estás poseído y cuando señalas las faltas de tu tío y tus primos, ellos dicen que es imposible que seas tú el que habla. Cuando pides a Venkama que mire hacia lo alto en la noche para ver pasar a los dioses, dicen que estás loco. ¡Oh Sathya! Sé un Raju, sé normal. Vuelve a lo de tu hermano y a la escuela. ¡No te comportes como un Gurú, como un Brahmajnani (conocedor del Absoluto)! La gente te llama así sólo para ponerte en ridículo." Pero de nada sirvieron sus ruegos. Sathya se apegó obstinadamente a su realidad.

Variadas prescripciones siguieron siendo ofrecidas por los bienintencionados. Eswarama les prestaba oídos con profunda esperanza. Una de estas sugerencias era la de llevarlo a Gorantla, donde un médico aseguraba poder liberarlo de sus alucinaciones. Una carreta, cargada de gente, con Sathya y su madre en ella, partió con ese rumbo.. Pero, de pronto, los bueyes se detuvieron como petrificados. Después que todos renunciaron a empujar y tirar, la carreta volvió a Puttaparti.

EL ANUNCIO

 



La esperanza renació nuevamente cuando el erudito abogado Krishnamachari de Penukonda, la "metrópoli" del Taluk, vino a ver a Sathya. Sus antepasados habían sido respetados residentes de la aldea y él mismo había vivido allí durante su niñez. Ahora, habiendo oído hablar de las palabras y el comportamiento suprapsíquicos de Sathyanarayana Raju, había viajado hasta Puttaparti para ver las cosas por sí mismo. Vino, y después de verle, el docto bachiller en artes y letras, pronunció su juicio. Sathya y su padre se encontraban con él en la habitación, y Eswarama y sus hijas se encontraban detrás de la puerta con los oídos pegados a ella. "Un demonio ha entrado en este niño, uno extraordinariamente poderoso", fue su profunda conclusión. "Los exorcistas humanos nada podrán hacer por ayudarle e incluso los dioses ordinarios fracasarán. Sólo el dios Narasimha, la Divina Encarnación como HombreLeón, es el que tiene el poder de atemorizar al demonio y forzarlo a que libere a Sathya. Llévenlo a Ghatikachalam, al gran templo de Narasimha, en donde cientos de estos casos han sido curados por Su Gracia." Venkapa agradeció la idea, ya que sabía mucho sobre Narasimha después de haber leído sobre esta Encarnación y había ido en peregrinación a otros santuarios suyos. Había podido experimentar la furia de Narasimha en muchas de las obras de teatro sacras presentadas en las aldeas. Estaba por tomar nota de las indicaciones para llegar allá, cuando Sathya tomó la mano del abogado. "iKrishnamacharigaru! ¡Qué divertido el consejo que das! ¿Quién crees que está allí en el templo de Ghatikachalam? ¡Yo! ZY quieres que esta gente me lleve ante Mí?"

Eswarama había sentido un cierto alivio. Pero era sólo un destello entre las nubes. Sathya continuaba como antes con su impredecible humor. La vida siguió arrastrándose soñolienta la mayor parte del tiempo, pero de manera dramática a veces. Entonces se produjo el punto álgido. Venkapa lo desencadenó. Estaba alterado por la insolente respuesta que su hijo había dado al importante hombre de Penukonda. Observando a las multitudes que se arremolinaban en torno de Sathya, perdió la paciencia. "¿Cómo se atreve este malcriado que anda corriendo por las calles a afirmar que es Narasimha? ¡Qué impertinencia! ¡No puedo seguir permitiendo esto!", estalló. "¿Qué está haciendo ahora este mocoso en la terraza de su abuelo con toda esa gente?". Tomó una gruesa vara de bambú. Pocas veces había visto su mujer una expresión tan iracunda en su rostro. Lanzó un grito lastimero al verlo salir.

Alguien del grupo se dirigió a Venkapa: "¡Sathya obtiene caramelos de la nada que aparecen en la palma de su mano cuando la agita! Obtiene flores ya unidas en una guirnalda... ¡Mire, me dio éstas! ¡Todos han recibido algo!". Venkapa estaba fuera de sí. "¡Azúcar! ¡Flores! ¡El farsante! ¡Todos no son más que trucos!", gritó. "¡Este será el último!" y comenzó a abrirse paso entre la gente para acercarse al niño. Eswarama se quedó sola, algo separada del grupo. Apretó los ojos para no ver la vara golpeando a Sathya. Elevó sus plegarias a los dioses de la aldea.

Venkama llegó hasta Sathya. "¡Detén este estúpido teatro! ¡Dime, eres un fantasma, un bribón o un loco de remate! ¿Eres Dios? ¿Eres Narasimha o Narayana?" "¡YO SOY SAI BABA!", dijo Sathya, sereno y sin mostrar temor alguno, porque decía la Verdad. Eswarama contuvo la respiración. ¡Esto era algo que nadie sabía! "pSai Baba?", preguntó su padre, "zSai Baba?" La vara había caído de su mano, pero su tono siguió siendo airado. "¡Puedes ser Sai Baba o Ha¡ Baba, eso no nos interesa! ¡Pero es mejor que dejes a este niño y te vayas de este lugar!" Al parecer se dirigía al espíritu que creía que moraba en su hijo. "No, dijo Sathya con la misma compostura. He venido porque Venka Avadhuta y otros santos oraron por Mi venida. Te bendeciré y eliminaré todo lo que te causa problemas. Adórame cada jueves, día del Gurú. Mantengan todos las mentes y los hogares puros." A nadie le fue posible resistir la abrumadora ola de adoración que pasó sobre la gente. Hasta el iracundo padre casi se convierte en uno más de la multitud de admiradores.

No obstante, quedaba aún otro problema para preocupar a la familia y a cada hombre y mujer curiosos de Puttaparti. ¿Quién o qué era este "Sai Baba"? Llegaron noticias a la aldea de que el subjefe del Registro Civil de Penukonda era seguidor de un Sai Baba. Llevaba a cabo ceremonias especiales en honor de ese santo cada jueves, con cientos de personas que se reunían en su casa. Venkapa decidió llevar a Sathya. Si el niño estaba fingiendo, el oficial del Registro Civil se percataría y se disiparían las dudas. Eswarama ansiaba que toda la controversia y la confusión llegaran a su fin.

Pero, pes que Sathya era Narasimha en Ghatikachalam y también Sai Baba en Penukonda? Fue El quien interrogó al oficial: "¿Me puedes'ver como Sai Baba? Me has rendido culto por años y estoy aquí, ante ti. Mira, toma esto", y con un giro de Su mano creó un puñado de ceniza caliente y se la dio, exactamente como solía hacerlo Sai Baba de Shirdi para aquellos a quienes amaba. Pero el hombre estaba demasiado atemorizado como para extender la mano, de modo que Sathya esparció la ceniza ante la figura de Sai Baba de Shirdi. Una devoción intensa hace que el hombre pierda su vanidad, dice el Bhakthi Sutra de Narada. Pero el oficial del Registro Civil era demasiado independiente como para reaccionar frente a la Verdad. Afirmó que Sathya sufría de delirio y despidió a la familia. Retornaron a Puttaparti. Sathya dejó de lado la pose de impersonalidad y dejó de crear dificultades.

Desaparecieron los arranques de taciturnidad. Parecía determinado a congeniar y a cooperar, de modo que se permitió a Eswarama y a Subama alimentarlo con exquisiteces, lo cual las llenó de alegría.

Un buen día llegó alguien de Penukonda a la casa de los Raju. Habiendo oído hablar de la audaz declaración de Sathya en cuanto a que era Sai Baba de Shirdi, le lanzó un desafío, mientras le observaba con mirada penetrante: "¡Todos sabemos quién eres! No eres más que un muchacho que es hijo de Venkapa y de Eswarama. Sin embargo, si eres el mismo Sai Baba a quien venera el oficial del Registro Civil, ¡danos ahora mismo una prueba!". Al escuchar esta voz de tono arrogante que le sonaba desconocida, Eswarama salió de las habitaciones interiores. "Te daré la prueba", estaba diciendo Sathya sin inmutarse. Pidió que le trajeran flores. El hombre pidió a Eswarama que las trajera ella misma y ella lo hizo, no sin ciertas vacilaciones. Con un rápido movimiento, Sathya las lanzó al suelo. "¡Ahí tienes! ¡Ese es quien soy!" Todos pudieron ver cómo los pétalos se ordenaban por sí mismos para formar las palabras "Sai Baba" en caracteres de telugu.

¿Sai Baba? ¿Era musulmán o hindú? ¿Era de la casta de los sacerdotes o de los guerreros? Eswarama relató a Subama una visión que había tenido. Sathya aparecía ante ella como un viejo de barba. Ella le hizo recordar un tiempo anterior en que Sathya le había hablado de un viejo fakir que solía darle galletas para comer. Esos enigmáticos eventos parecían adquirir ahora una dimensión de misterio. Subama, la buena mujer, comprendió de manera intuitiva la situación. Aconsejó a la preocupada Eswarama no dejarse confundir por las rarezas de su hijo. "¿No recuerdas que Krishna era igualmente travieso y se llamaba a sí mismo Hari en ocasiones y en otras Gopala?" Ambas mujeres se sentían aliviadas ahora que Sathya se mostraba más activo, moviéndose de nuevo por todos lados, aunque no ya con sus antiguos camaradas. Ahora iba solitario a caminar por los cerros y se sentaba silencioso, por horas, sobre las rocas. Subama, que no tenía hijos y tenía menos deberes domésticos, era la que salía en su busca, recorriendo sus sitios favoritos por las arenosas riberas del Chitravati, para alimentar a su amado Gopala con sus propias manos.

Seshama Raju había venido a su hogar en Puttaparti por un par de semanas. La conducta de Sathya se había vuelto más manejable y el nombre que adoptara resultaba, después de todo, menos problemático... ¡Ser Sai Baba de Shirdi, un poco conocido santo de un lugar remoto, era algo evidentemente mejor que sostener ser la Divina Encarnación de Narasimha! Seshama se sentía confiado en que Uravakonda haría desaparecer muy pronto esta fantasiosa alucinación de Sathya. Como profesor, tenía gran fe en el poder curativo de la vara que le estaba prohibido usar en el hogar familiar en el que reinaba Eswarama. Por este motivo, expuso con insistencia a sus padres, que Sathya debía volver a la escuela y dedicarse a actividades más útiles que pasar su tiempo escalando cerros, esparciendo flores y tejiendo historias. Finalmente cedieron y Sathya viajó con su hermano. Eswarama atravesó con ellos el Chitravati y se despidió de ambos sólo cuando ya estaban a la vista de la aldea de Karnatanagapalli.

 

LA MADRE COMO MAYA*

 

 

 

Separada nuevamente de Sathya, Eswarama trató de imaginarse a su hijo tal como ella quería que fuera, aunque no podía borrarse de la mente la imagen de Sathya como El quería ser: sereno y sedentario. No pasó mucho tiempo sin que volvieran a saber de El, porque llegaron nuevas respecto de que una noche de un jueves, cuando Sathya hablaba y actuaba como Sai Baba, había llegado a llamarle la atención a Seshama Raju frente a una numerosa concurrencia, diciendo: "¡El no cree en Mí!". Una paliza parecía inevitable, aunque Eswarama rezaba porque Sathya escapara de alguna manera al castigo. Y así fue, porque su hermano no sólo hizo caso omiso del comentario, sino que, en lugar de echar mano de su remedio favorito, aplicó una nueva receta: urr picnic junto al río Tungabhadra, en medio de las ruinas del antiguo imperio Vijayanagar.

Sin embargo, el destino de los padres era ser anegados por dosis posteriores de sorpresas. Sathya había regresado del paseo a Kampi, junto al Tungabhadra, con un número aun mayor de adoradores, atraídos por una serie de hechos milagrosos que realizara tanto en Kampi como en la vecina Hospet. El mismo día de su regreso, se había recluido, desechando libros y compañeros, declarando que ni el hogar ni la familia pedían seguir ya reteniéndole.

Sri Sankaracharya, el sabio del siglo VIII que formulara y propagara la filosofía Vedanta, quien coordinara y reconciliara los cultos y credos de su época en una firme estructura de fe, de sabiduría y de poder, compuso cinco estrofas referentes a su madre. Un incidente inmortalizado en ellas y que describe el amor de su madre, resulta muy similar a la situación que tenía que enfrentar Eswarama. Ambas eran madres y las reacciones, tanto de antaño como las actuales, resultan idénticas:

"Mi madre, en sus sueños, me veía vistiendo las ropas que usan los ascetas. Creyó que el sueño era real y corrió por todo el camino que llevaba hasta la escuela en que yo estaba, llorando desconsolada, y toda la escuela lloró con ella."

La diferencia entre ambas situaciones reside en que la madre de Sankara lo había soñado, pero Eswarama estaba totalmente despierta cuando supo la nueva de lo sucedido a través de alguien que corrió a informarle. En segundo término, la madre del sabio corrió hasta la escuela y rodeó al niño con sus brazos para dar rienda suelta a su desconsuelo, en tanto que Eswarama se encontraba atenazada por los lazos de la tradición y dolorosamente separada de El por la distancia. No le era posible correr hasta la escuela para rescatar a su hijo. Al igual que Sankara, Sathya estaba más allá de toda posibilidad de recuperación.

Las noticias desagradables son siempre las que más rápidamente llegan. A medida que viajan, van acumulando una gran cantidad de aditamentos. Esta historia sobre el hijo de Peda Venkapa Raju, el hermano del profesor de telugu de la Escuela Superior de Uravakonda, voló hasta Anantapur y desde allí hasta Dharmavaram, a veinticinco millas de distancia; desde allí saltó veintidós millas hasta Bukapatnam y continuó pasando de boca en boca, arrastrando una carga de pesar y de alegría hasta Puttaparti, al hogar de los Raju y

 

*          Maya: La ilusión de ver lo irreal como real, de confundir lo transitorio con lo eterno. La realidad es la Divinidad y la ficción es la diversidad.

hasta Eswarama y Subama que anhelaban saber del amado Sathya. "Sathya ha dejado la escuela", esto era lo que constituía el núcleo sólido. Pero había llegado tan envuelto de exageración y entusiasmo que Eswarama quedó sumida en la perplejidad.

El mercado semanal de los lunes en Bukapatnam era el cuartel general de la agencia de noticias que respondía a las necesidades sensacionalistas de veinte aldeas. Este centro noticioso se interesaba más por la ficción que por los hechos reales y más por la fricción que por la fraternidad. Una vez que le había dado el impulso inicial a un rumor, éste desarrollaba tentáculos por iniciativa propia, causando furor, despertando temores, angustias y desesperación. Los que retornaron aquel lunes del mercado a Puttaparti, distribuyeron los "boletines" de las aves del rumor por todo el cielo azul de la aldea. "Sathya huyó hacia Shirdi... Sathya se ha convertido en un joven yogui... Sathya pasó a la clandestinidad... Sathya montó en un carro que se elevó hasta desaparecer de la vista... Allí donde Sathya estaba parado, no quedó sino un montón de jazmines... Sathya ya no existe..."

Puttaparti entera se vio arrastrada por un torbellino de perplejidad. ¿Cuál versión es la verdadera?, se preguntaban unos a otros. ¿Qué ha sucedido realmente? ¿Por qué calla Seshama Raju? La madre y Subama lloraban juntas por horas. Entonces, Venkapa Raju se echó al hombro un bolso con su ropa, diciendo: "¡Parto a averiguar la verdad!". Afortunadamente para Eswarama, su marido no tuvo corazón para dejarla atrás.

Cuando esperaban el ómnibus en la estación de Anantapur, alguien que venía en el vehículo reconoció a Venkapa y le pasó una carta. Era de Seshama Raju. El padre la leyó ansiosamente y se calmó. Las noticias no eran tan malas después de todo. Se volvió hacia la impaciente Eswarama sentada a su lado. "El niño está vivo, no está enfermo y aún se encuentra en Uravakonda. Se había ido, pero está de vuelta en casa, aunque vive allí como un extraño. Parece que anunció en la escuela que no hay nada en ella que deba aprender. Lanzó lejos sus libros frente a la casa y se fue a sentar sobre una roca frente a la casa del inspector de impuestos Anjaneyulu. Este Anjaneyulu va todos los jueves a rendirle culto a Sathya. Tu hijo asumió ahora la pose de un )agadgurú (Padre del Mundo): tiene un gran número de devotos que ruegan por verle y recibir su bendición. Seshama ha hecho algo positivo: no ha dejado que Sathya se traslade a la casa de alguno de estos devotos, pese a que hay muchos que lo recibirían encantados. Seshama dijo a Sathya que nos estaba enviando una carta y que somos nosotros los que hemos de decidir respecto de su futuro."

 

Uravakonda es un pueblo más grande que Bukapatnam e incluso mayor que Penukonda. Los padres bajaron del ómnibus y se dirigieron directamente a la casa del hijo mayor. Inevitablemente, se encontraron con numerosas personas en las cercanías. Les llevó tiempo y bastante esfuerzo abrirse paso hacia el interior, donde había humo de incienso y alcanfor encendido. Tan pronto como la muchedumbre reconoció a los recién llegados, les saludó con gritos de bienvenida, seguidos de un coro de "¡Sai Baba k¡ yei!".

Sathya estaba sentado en una silla con una pila de guirnaldas de flores a su diestra, aceptando cada una de las que le ofrecían y agregándola al creciente montón. El desconcertado Seshama Raju se veía forzosamente atareado por el asedio de visitantes, tratando de persuadir para que se fueran a los que habían llegado antes, para dejarle lugar a los que iban entrando. Suspiró con alivio cuando vio a sus padres. "¡Dime quiénes son éstos!", le espetó a Sathya al acercarse a El. La respuesta que recibió fue propia de los Vedas, pero devastadora. ¿Quién podría esperarse tales palabras provenientes de la boca de un adolescente de catorce años? Presionado para que identificara a sus padres, Sathya contestó muy concisamente: "¡Ellos son maya!".

¿Maya? ¿Ilusión? Cada uno de nosotros, como lo revelara Baba años más tarde, no es una sola entidad, sino tres. Dos de ellas son irreales, transitorias, triviales. La primera es aquella que pensamos que somos, es decir, el cuerpo con sus componentes, el corazón que como un asordinado tambor, va tocando nuestra marcha fúnebre hacia la tumba. La segunda es aquella que los demás creen que somos, vale decir, el conjunto de reacciones que mostramos a través de nuestras respuestas, de instinto, de impulso, de emoción, pasión e imaginación. La tercera es aquella que realmente somos, el Alma imperecedera, resplandeciente y siempre dichosa. Sathya, por ende, al referirse a Sus padres como maya, había negado como ilusión y rechazado como carentes de validez las dos primeras facetas, subordinadas y temporales, de las "personas" que estaban frente a El.

La escena nos hace recordar aquella descripta por Mateo en el Nuevo Testamento: "Mientras Jesús hablaba a la gente, su madre y sus hermanos estaban afuera, deseando hablar con El. Entonces, uno le dijo: 'Mira que Tu madre y Tus hermanos están afuera y quieren hablarte'. El le respondió: '¿Quién es Mi madre y quiénes son Mis hermanos? Porque todo aquel que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos, ése es Mi hermano y Mi hermana y Mi madre"'.

"¡Maya!", exclamó Eswarama y cayó desmayada. Pero Venkapa Raju comprendió la gravedad de aquella declaración. Se dio cuenta de que los apodos de "Maestro" y de "Brahmajani" (el inmerso en Brahma), que había recibido Sathya en su niñez no eran simples sobrenombres, sino descripciones de un profundo discernimiento, indicadores de este día de la renuncia a las transitorias afinidades familiares. Trató de infundirle a la madre la comprensión y la aceptación de una situación irremediable. Mas Eswarama reaccionó con resentimiento. Se fue a sentar al lado de Sathya, con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Su hijo no era sino la sombra de lo que había sido, pese a que hacía sólo tres meses que le había visto por última vez. "¡Sathya! ¡Háblale a tu madre!", suplicó. Pasaron unos minutos de silencio. Entonces, con aire remoto y frío, Sathya preguntó: "¿Quién pertenece a quién?". No se trataba de una pregunta. Era un pronunciamiento, una revelación, un destello de luz. Sathya continuó con su lección: "Todo es maya. Todo es maya..." Los hombres se quedaron allí, parados, cavilando ante esta visión, ante este delgado muchacho sentado ante ellos como el gran Sankaracharya, proclamando, con tanta claridad y autenticidad como éste lo hiciera, la llave que abre el misterio del Cosmos.

Pero Eswarama no fue maravillada por estas profundidades. Sólo ansiaba alimentar a su hijo, sentarlo en su falda, peinar sus cabellos, oír las canciones que El amaba cantar, verle de nuevo en su danza de Pandari. Al recordar estos días pasados, prorrumpió en sollozos y tuvo que ser sacada de la habitación. En un intento por distraerla y hacerle olvidar su pena, la llevaron a ver un bloque de piedra y le relataron la asombrosa historia unida a él. Cuando Sathya había lanzado lejos sus textos escolares y se había marchado, rehusándose a permanecer en casa de su hermano, había ido a sentarse sobre una roca, junto a la cual se encontraba este trozo de piedra. Un fotógrafo le había pedido que la apartara, mientras apuntaba su cámara pero Sathya se había negado. Cuando fue revelada la película, se vio que la piedra se había convertido en un ídolo de Sai Baba de Shirdi quien, como sostenía Sathya, había sido El antes. Un excitado grupo le mostró la fotografía, con los ojos brillantes de entusiasmo, pero Eswarama permaneció inconmovible. "¿Qué ha comido Sathya hoy?", preguntó. "¿Ha comido algo? ¿Cuáles son los platos que prefiere ahora?" Todo lo que le preocupaba era el anhelo de dedicarse a algún servicio para El, para poder liberarse de la tensión y del temor que habían hecho presa de ella.

Entretanto, Sathya estaba cada vez más intranquilo, impaciente por estar al aire libre, por volver a Su asiento favorito, aquella roca. Sin embargo, cuando se le dijo que Su madre estaba en la cocina preparando comida, para sorpresa de todos respondió que esperaría. Esas palabras cayeron como un bálsamo sobre el corazón de la madre. Comenzó a preparar más variedad de platillos, con renovado celo. Entonces, finalmente, Sathya se levantó y entró. Sus padres se quedaron de pie junto a El, cuando se sentó en el suelo, sobre una estera, con el plato frente a sí. Observó como en sueños y distante mientras Su madre ponía en el plato dulces y salados, fritos y cocidos, con todo su afecto y ansiedad, su deseo, su desesperación y su gozo.

Terminó de servir e hizo un nervioso gesto como solicitando que fueran aceptadas sus ofrendas. Con un rápido movimiento, Sathya juntó todos los preparados en una sola masa y la convirtió en tres bolas, mientras rep*etía: "¡Maya! ¡Maya!"... Alguien indicó a la estupefacta madre que Sathya la invitaba a acercarse. Ella se aproximó algunos pasos. El le puso una de las bolas en la palma de la mano derecha y extendió la suya para recibirla. Cuando ella se la pasó, Sathya la comió musitando: "Maya ha desaparecido, Maya se ha ido". Las dos bolas restantes obtuvieron el mismo tratamiento de inescrutable indiferencia. Esta extraordinaria escena les produjo a los mayores, incluyendo a Seshama Raju, la impresión de representar la culminación del proceso de disociación de los vínculos filiales y fraternales. Finalmente, Sathya se había catalogado a sí mismo como un extraño, pese a ser el más próximo familiar de todos. Pese a formar parte de la historia, representaba un misterio. Pese a ser inalcanzable, estaba al alcance.

También los padres de Krishna tuvieron que vivir sus días con este dilema próximo y distante, este enigma de estar y no estar. Cuando Abhimanyu, el hijo de la hermana de Krishna se casó con Uttara, la hija del rey Virata, los padres de Krishna fueron recibidos como huéspedes por el rey. Pero Vasudeva, el padre, señaló: "¡Oh Rey! No nos elogies como los padres de Krishna, porque El dice: 'No estoy especialmente vinculado con las personas que ustedes designan como padre y madre. Estoy vinculado tan sólo con los fieles que me son devotos'. El dice que sufre cuando sufren aquellos que le pertenecen y que está feliz cuando son felices los suyos. No se preocupa por esposa, ni por hijos, ni por hermano ni hermana. No siente apego ni por la riqueza ni por el poder. Muestra apego por todos los que claman por El, ya sea llamándolo Hari o Narayana, o por cualquier otro nombre. El comportamiento de mi hijo no se parece en nada al de otros. Su corazón se derrite cuando sus devotos son heridos o insultados. ¡Y eso no basta! Se entrega El mismo a quienes le insultan o hieren... El declara que vive con el objeto de liberar al género humano del pesar". Estas líneas tomadas de la épica del Mahabharata y que se refieren a un Avatar anterior, arrojan una luz de comprensión sobre el comportamiento de Sathya cuando sus padres anhelaban su afecto.

La noche de este memorable "Día de la Renuncia" transcurrió en la ahora famosa Roca de los Bhajans (cantos devocionales) sobre la que se sentaba Sathya cuando entonaba una canción, que era un llamado dentro del corazón. Eswarama no podía dejarle allí afuera, en el frío. Se unió a la constelación de devotos que cantaron su devoción hasta tarde en la noche y, de nuevo, desde las primeras horas de la madrugada. Durante toda la noche la madre luchó consigo misma para reconciliarse con el abrumador futuro que le esperaba a su hogar. Sabía que este "hijo" que proclamaba: "No les pertenezco a ustedes... No he venido por ustedes, tengo Mi propia labor que atender...", podía muy pronto estar viajando a pie hacia montes y cavernas, ríos y santuarios sagrados, e incluso hasta los Himalayas. Seguro que Sathya comenzaría a vivir de limosnas o de frutas, de raíces y quizás hasta de hojas secas y del aire. Echó un vistazo a la futura juventud de Sathya, miró más allá de sus años de adulto y los que vendrían después y le vio flaco, solitario, estragado y desnudo. Le vio barbado y con rosarios colgando de su cuello, pese a que sus ojos proclamaban la iluminación interior. La madre se estremeció ante la perspectiva que se abría ante sus ojos y estaba decidida a implorarle al hijo por una gracia en la primera oportunidad que se le presentara.

Su marido se rehusó a compartir su ansiedad y la urgió a no empeorar la situación con algún movimiento precipitado. "Dejémosle tranquilo, dijo. ¡Todo esto ya pasará!" Seshama Raju, en cambio, aprobó con entusiasmo la idea y le prometió hacer también uso de sus talentos de persuasión. Cuando había apenas alrededor de una docena de personas en torno de Sathya y de su roca, Eswarama y Seshama le abordaron. "Sathya", dijo su madre, "nosotros somos Maya y estamos inmersos en Maya, pero Tú estás libre de ello y no interferiremos ni discutiremos. Puedes ser lo que quieres ser. Pero... Sathya, no en los Himalayas, no en cavernas o montes, alejado de nosotros... Dame Tu palabra de que vas a quedarte en Puttaparti. Deja que Tus devotos vayan allá. Les acogeremos con gusto y les trataremos con cariño..." Esta fue la escena del destino montada para la trascendental respuesta de Sathya: "Yo he elegido Puttaparti como Mi casa, anunció. La gracia no te es concedida a ti, sino a la aldea, al mundo mismo. Dejaré este lugar y llegaré allá el jueves...".

Eswarama se quedó muda de dicha, su rostro irradió la buena nueva hacia los que la rodeaban. ¡Su corazón estaba satisfecho, porque ahora contaba con la certeza de poder ser testigo, por toda su vida, de la gloria de su hijo! Lo podía salvar de tener que pedir limosnas. Estaría bien cuidado, al menos en lo concerniente a alimentos, ya que su madre, sus hermanas y tías y también Subama que le adoraba, se preocuparían de eso.

Sin embargo, sus dichosos pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos por la impetuosa aparición de un hombre que, de pronto, cayó cuan largo era ante ella y, tocándole los pies, pidió con voz entrecortada: "¡Madre de Swami, bendíceme!". Este hombre alto y bello, nativo de Uravakonda, era un erudito, un filósofo, un Bramín. En una oportunidad en que se hallaba explicando el antiguo texto sánscrito del Ramayana, Sathya le había oído, pese a que se encontraba a una distancia a la que era imposible que llegaran sus palabras, y le había enviado a un mensajero para transmitirle la interpretación correcta. Como es natural, el filósofo se sintió resentido en un comienzo, pero muy pronto se rindió. Ahora, se levantó exclamando: "¡Madre del Omnisciente, bendíceme!", con un tono de éxtasis y admiración.

El que Sathya reconociera la insuficiencia del filósofo, trae de nuevo a mi memoria el consejo de jesús a Zaqueo que se menciona en el Evangelio de San Mateo: "Mas Jesús miró a Zaqueo y le dijo: No conoces ni la naturaleza de Alfa... ¡Cómo puedes enseñar a otros Beta, hipócrita! Primero, cuando sepas, enseña Alfa y entonces te creeremos en lo que concierne Beta".

Eswarama se sintió incómoda con este homenaje que se le rendía, con este anticipo del rol con el que el mundo muy pronto la revestiría. Porque, en lo profundo de su corazón ella tenía el sentimiento de que, como madre e incluso como Eswarama, no era sino maya, una mera idea o imagen superpuesta a algo que estaba detrás y más allá de ambas. Al igual que el sabio Kapila, quien eligiera a su madre Devahuti como su primer discípulo, Sathya había abierto en Eswarama la visión interna, con esa sola palabra: Maya, la palabra que puede develar la Verdad de las Verdades.

La noticia de que Sathya iría a Puttaparti y quizás no volvería, se esparció con la rapidez de un rayo. El pueblo parecía estar sobre ascuas. Hombres de todas las extracciones, comerciantes, artesanos y obreros, profesores y estudiantes, mujeres y niños, se apresuraron para llegar hasta el jardín de Anjaneyulu sembrado de devotos. Allí estaba sentado Sathya enseñando más bhajans a la gente. A sus profesores, sentados al frente, les dio vibhuti que emanaba instantáneamente de su mano. Una de las mujeres de allí que había tenido la buena suerte de haber estado en Shirdi con Sai Baba mismo, les contó que este vibhuti era ceniza reunida del hogar que Shirdi siempre mantenía encendido. "¡Ahora", señaló, "tiene el fuego en la palma de Su mano!". En verdad, el vibhuti se sentía caliente.

Todo el pueblo salió al camino moviéndose en una procesión deliberadamente lenta. Sathya iba sentado en una elevada carreta tirada por bueyes enjaezados. Seshama Raju y el hermano menor, Janakiram, iban inmediatamente delante de él. Eswarama, sus hijas y nueras, caminaban entre los cientos de mujeres de esa muchedumbre. Un devoto entusiasta les puso guirnaldas de flores al padre y a la madre. Ambos se las sacaron para librarse de la adulación que implicaban. El cuñado de Seshama, Rama Raju, junto con su amigo Subana, organizaron a un grupo de voluntarios para ordenar las filas de personas y mantenerlas dentro de un marco delimitado. Una banda de tambores, gaitas, clarinetes y campanas iba tocando ala cabeza de esa inmensa masa de devoción en movimiento.

Cuando alcanzaron los límites del pueblo, se solicitó amablemente a la gente que regresara, pero pocos sentían el valor como para retornar a la tristeza de estar sin el amado Sathya. Muchos habían tomado la resolución de acompañarle y quedarse en Puttaparti, al menos por una semana.

Eswarama estaba llevando a Sai Baba a Puttaparti. El había dejado de ser Sathyanarayana Raju, un alumno de la Escuela Superior de Uravakonda. Se había despojado de sus restricciones y había pasado a primer plano como el Maestro de la Verdad. Todos los que le rodeaban eran sus discípulos.

 

LAS PRIMERAS LECCIONES

 

 

 

"Sathya (la Verdad) ha revelado Su Verdad." Este fue el simple resumen del histórico evento de Uravakonda, tal como le fue transmitido a los aldeanos de los alrededores. La curiosidad se tornó en sorpresa y la sorpresa se fue transformando en anhelo. Habitantes de las ciudades y aldeas de la zona  Dharmavaram, Penukonda, Gorantla, Mudiguba y Bukapatnam  se volcaron fuera de sus casas y chozas. La muchedumbre era inmensa cuando llegaron finalmente a Puttaparti, y Subama abrió de par en par las puertas de la mansión del Karnam para darle la bienvenida al joven Salvador y a su gigantesco cortejo.

Ella nunca había tenido dudas. Había visto lo suficiente como para convencerse de Su Realidad, cualquiera fuera el nombre, Sai Baba o algún otro que Sathya pudiera darse. Ella había escuchado el Llamado mucho antes del día en que El se subiera a la roca de Uravakonda para convocar al género humano a establecer en sus corazones un santuario a los Pies del Gurú. Hacía mucho que ella había aceptado Sus Pies como los del Gurú y de Dios; hacía mucho que creía en El como la Encarnación que había de descender en esta Era. ¡No había cesado de preguntar si Puttaparti era mencionada en el Bhavishya Purana! ¡Si no se hacía mención, no tenía importancia! Ella ya se había embebido lo suficiente de las enseñanzas de los antiguos sabios.

Sentía que los tiempos clamaban por Sathya. ¿No había descripto Sankaracharya la naturaleza del Avatar de Krishna y las circunstancias en medio de las cuales vendría? Sankara se refería al Señor que había entregado el Gita a la humanidad, pero Subama sabía que también Sathya dejaría muy pronto de lado la flauta para empuñar, en cambio, el látigo. Sankara describió de la manera siguiente el rol del Avatar: "Después de que la gente practica los códigos de moralidad ordenados por la religión para su liberación del sufrimiento y la esclavitud, surge en ellos nuevamente el deseo por los placeres sensoriales y por el poder y las posesiones mundanas. Se pierde la discriminación. La sabiduría declina. La injusticia llega a rebasar a la justicia. Entonces, el Señor, la Causa Primordial, el Creador Primero, deseando asegurar la continuación del Universo en la forma en que El lo ha determinado, encarna parte de Sí mismo como hombre. La Fuente Eterna que es el depósito de todo el Conocimiento, el Poder, la Energía y el Vigor, se personaliza entonces y hace que maya, que ha permanecido adormecida y latente dentro de El, se haga evidente. Es así que, revestido de Maya y de sus tres facetas, las Gunas*, se le ve como si hubiera nacido, como dotado de cuerpo y como si mostrara compasión a los seres vivientes... Mas, en realidad, El es no nacido, inalterable, puro, iluminado y libre".

Eswarama estaba ansiosa por llevar a Sathya de vuelta al hogar de los Raju, y Subama, conociendo el corazón de la madre, le dejó ir. Sathya, empero, no podía ser feliz por mucho tiempo allí en donde la gente quisiera tenerlo por completo para sí. "Yo no les pertenezco solamente a ustedes", dijo a Sus padres, "pertenezco a todos los que me necesitan." Tampoco estaba a gusto en casa de su hermana Venkama, casada ahora, como la costumbre lo dictaba, con el hermano de su madre. ¡Una discusión en el hogar, una

 

 

* Gunas: Características humanas, tipo de conducta, atributos.

palabra de enojo, una mirada dura, le dolían mucho más a El que a quien la recibiera! Eswarama también estaba atada a la suerte y a la familia de su otro hijo y de sus hijas y, en particular, con la del menor Janakiram, que sufría de un resfrío crónico que desembocó en una bronquitis y luego en la temida tuberculosis. De modo que la vida en medio de una familia absorta en sus problemas personales, resultaba imposible de conjugar con el Avatar de la Era.

El hogar de Subama también resultó pequeño para los peregrinos que llegaban a buscar refugio a los pies del Gurú. Había un renunciante que vivía en la populosa ciudad mercado de Kotacheruvu, a cinco millas de distancia, que había construido allí una ermita. Esta se levantaba sobre una altura que dominaba un gran lago artificial alimentado por las aguas del Chitravati. El renunciante habló con el padre y el abuelo de Sathya respecto de llevarse al niño con él, como pupilo, sucesor y heredero espiritual. Les señaló que el lugar quedaba sobre la carretera entre Dharmavaram y Gorantla y sólo a unos pocos minutos del punto de intersección de las rutas principales de Penukonda a Mudigubba y de Dharmavaram a Kadiri, sobre la ruta Anantapur   Madrás. Insistió sobre el hecho de que éste era el lugar más apropiado para Sathya. Mas Eswarama, alarmada ante una nueva amenaza de llevarse a su hijo lejos de ella, respondió de manera cortante. Su marido no tuvo nada más que agregar.

Cuando Subama oyó la sugerencia de llevarse a Sathya, actuó rápidamente y ofreció unos terrenos junto a la ribera occidental del río, en los cuales se podía construir un galpón para acomodar a las multitudes. Subama era la personificación de la hospitalidad honesta. Era la más ansiosa porque los numerosos visitantes que llegaban hasta Puttaparti, hasta su bienamado Sathya, fueran bien recibidos y alimentados con esmero. Swami habla de ella aun hoy, de su incesante actividad desde la madrugada hasta la medianoche, cumpliendo todos los agotadores procesos de cocinar para los diversos grupos de gentes que llegaban a todas las horas del día. "La cocina de su casa no permanecía jamás en silencio", dice Swami.

Muchos de los que venían a adorar a Bala Sai, un apelativo que iba ganando preferencias, buscaban a la madre y al padre para presentarles sus respetos. Venkapa Raju estaba rara vez disponible, porque tenía mucho trabajo con sus almacenes de provisiones y pasaba mucho tiempo recorriendo los mercados de las localidades vecinas en busca de gangas. Eswarama, en cambio, estaba en casa para recibir el peso de este homenaje y para sufrir toda la inquietud que le causaba la gente que relataba que Sai Baba les había prometido honrar sus casas y sus aldeas con Su presencia. ¿Cuán lejos le llevaría el viaje y por cuánto tiempo estaría fuera de su vista?, se preocupaba, porque ¿cómo podía saber que El podía manifestarse en tantos lugares como quisiera? El simple y confiado enfoque de Eswarama era tal, que una vez, cuando su hijo actuaba en la obra "Kanakatara", se había lanzado hacia el escenario durante la escena de la ejecución... ¡para salvarle la vida! Ahora, después del triunfal regreso de Sathya a Puttaparti como Bala Sai, ella no dejaba pasar una noche sin observar los acostumbrados ritos para desviar el mal de ojo: el balanceo ritual de un coco, girando tres veces a su alrededor, antes de romperlo, y el mover de un lado a otro el ardiente alcanfor.

Aquellos que se habían beneficiado con la visión divina de Baba, difundían la noticia a lo largo y ancho de la región y hasta sus más alejados rincones. Cada vez llegaba más gente y la aldea entera vibraba con los bhajans que se cantaban para El. Baba brindaba Su presencia y Su bendición desde una diminuta habitación (de aproximadamente 2.40 x 1.80 m), abierta hacia el camino. Este camino que conducía desde el río hasta la casa del Karnam, solía estar los jueves abarrotado de peregrinos sentados en apretadas hileras de unos cincuenta metros de largo. El resto de los días había aproximadamente la mitad. Subama hizo construir un local de oración para acomodar al número siempre creciente de peregrinos. El salón principal del edificio tenía terrazas por sus costados norte y sur, y Subama fue lo suficientemente previsora como para hacer levantar muros de ladrillo en ambos extremos de las mismas, de modo que podía contarse con cuatro espacios habitables más.

Eswarama se vio tomada por sorpresa una noche, cuando un grupo de unas seis personas, hombres y mujeres, llegaron a su casa en un estado de agitación indescriptible. Dijeron que habían venido a rendir homenaje al Sathyanarayana Raju que se había transformado en Sai Baba en Uravakonda. Sathya, según contaron, les había relatado muchos incidentes acaecidos en Shirdi mientras El estaba allá: el duelo de lucha, los discursos musicales de Dasgami y el tocado que exhibía en esa ocasión, el hecho de haber sido alabado como Shiva, Rama, Krishna y Maruti por los devotos. Le contaron que su hijo había explicado que no había necesidad alguna de adorarle como Maruti, puesto que Rama lleva a Maruti inseparablemente incorporado a El, del mismo modo en que Maruti llevaba a Rama vitalizando el aliento de la vida misma. "Yo soy Rama. Yo soy Krishna. Tengo a mis adoradores en muchos países. La gente me dirige plegarias en muchos idiomas", les había confiado Sathya.

Uno de ellos había exclamado: "zKrishna?", porque era un fiel devoto del Dios Azul Pastor de vacas. Sathya le había contestado: "Sí, Krishna también. ¿Desearías oír la flauta?". ¡Quién habría dicho que no!, le comentó el devoto a la madre. "¡Me persuadió para que apoyara el oído contra su pecho y escuché cómo el Divino Aliento se transformaba en un deleite arrobador!" Después de oír esto, Eswarama se levantó rápidamente y les acompañó de vuelta al templo, con la esperanza de poder oír muy pronto los sonidos que hacían que los árboles se transformaran en cúpulas floridas, que hacían detener el fluir de las aguas del Yamuna, que calmaban a las raudas nubes y a los vientos huracanados, que envolvían en fragante silencio a insectos, aves, bestias y humanos. Sin embargo, una vez llegada a la Presencia, no se atrevió a pedir nada. Tenía la esperanza de que Sathya notara que se encontraba con el grupo de Kamalapur y le preguntara por el motivo que la había hecho venir a esa hora no acostumbrada. Se quedó sentada allí por largo tiempo, sumida en admiración y en aprehensión.

Ella estaba sumamente afligida. No pudo seguir callando. De pronto preguntó: "gTenía Sai Baba la flauta de Krishna?" Sathya le contestó: "La tengo ahora. La tenía entonces. Yo soy el mismo Krishna de entonces y de ahora". Un profundo y audible suspiro fue la respuesta de Eswarama. "¡Escuchen!", dijo Sai Baba a todos los que estaban sentados allí en el desnudo piso del salón central del templo. "Aquella Forma vendrá a fundirse en Esta." Se produjeron algunos minutos de silencio y entonces, todos escucharon el pesado taconear de unas sandalias de madera que venían subiendo los peldaños desde el galpón, continuaron a lo largo de la terraza y siguieron por el mismo piso sobre el que estaban sentados... izquierdo, derecho, izquierdo... un andar deliberado, solemne, perturbador. Eswarama intervino con un "¡No se permite llevar calzado!", pero la persona que entró con las sandalias no era visible, ni tenía la intención de acatar la advertencia. Tampoco se veían las sandalias, ¡mas sus audibles pisadas eran auténticas!... El sonido se dirigió derecho hasta donde estaba Sathya, y allí desapareció repentinamente. "Esto fue lo que Yo era entonces", dijo Baba, "cuando tocaba la flauta en las ruinas de la mezquita." "Esta es la razón por la que te has dado el nombre de Sai Baba... Es lo que dices, pero todavía no puedo creerlo realmente", musitaba Eswarama para sí misma, temiendo que Swami llegara a escuchar sus palabras. La sorpresa la acompañó por mucho tiempo, porque cuando todo es dicho y visto, la sorpresa es la única respuesta razonable para lo absolutamente improbable.

La hija mayor había desarrollado una gran curiosidad por reunir el mayor conocimiento posible que pudieran darle los peregrinos provenientes de Shirdi, respecto de la vida y las obras de aquel Sai Baba. Había pedido a Sathya que le mostrara un retrato de) cuerpo que había tenido en aquel lugar. Una noche, hacia la madrugada, sintió un ruido detrás de un saco de arroz apoyado contra uno de los muros de la habitación en la que dormía. No parecía ser producido ni por un roedor ni por un reptil. Descubrió que se trataba de una hoja de papel grueso, enrollada y puesta entre la parte superior del saco y el muro. ¡Cuando la desenrolló, se encontró con un retrato en colores de un viejo santo barbado, sentado sobre una roca plana! Luego descubrió que se trataba justamente del retrato que le había pedido a "su hermano menor".

Venkama relataba a su madre y a la otra hermana toda una serie de interesantes incidentes de Shirdi, y Eswarama absorbía encantada las maravillosas historias, solicitando permanentemente oír otras nuevas. Se sentía feliz al escuchar que Baba se había quedado en Shirdi desde el momento en que había puesto los pies en la aldea hasta aquel en que había sido depositado en su tumba. Aprovechó la primera oportunidad que encontró para preguntar a Sathya: "Si eres aquel Sai Baba, ¿por qué no te quedas aquí para siempre? Entonces, no fuiste a ningún lugar alejado. Ese Baba no estuvo ausente de Shirdi ni un solo día". Pero Sathya le respondió: "Esa es justamente la razón por la que tenía que volver para compensar. Ahora debo bendecir ala gente, a todos los que clamen por Mí, dondequiera que se encuentren". Esta respuesta silenció los labios de la madre.

A medida que fue pasando el tiempo, Sathya se convirtió cada vez más en propiedad de Sus devotos, distanciándose en la misma medida de Su familia. Para tristeza de Eswarama, decidió vivir en forma permanente en una de esas habitaciones de la terraza. Eligió la del lado norte que daba sobre el camino por el que la gente llegaba hasta la sala de oraciones. Su familia podía tener acceso a El sólo si asistía a las reuniones de devotos. Su hermana Venkama era una entusiasta cantante de bhajans.

El abuelo Kondama Raju que ya había cumplido noventa y cinco años o más, no se perdía ningún Darshan (visión del Señor) y llegaba hasta el Mandir (terriplo) ayudado por su bastón. Eswarama solía deslizarse silenciosamente dentro del Mandir, cerca del mediodía, para observar con cariño la escena y revisar el menú. La cocina estaba a cargo de un pequeño grupo de devotos que había encontrado refugio a los Pies de Loto y que vivían con Baba. Ocupaban casi todo el espacio disponible de las rústicas construcciones apoyadas contra los muros, que servían de cocinas, y se habían repartido la envidiable tarea de proveer a su joven Gurú de todo aquello que pensaban que podía gustarle.

Entre los que llegaban hasta Baba en esos primeros años, venían muchos infortunados poseídos por espíritus y que eran traídos por sus atribulados parientes hasta esta nueva "Esperanza en el Horizonte". Supe la historia de una dama de Marwari, cuya vida estaba siendo succionada por un espíritu demoníaco que la controlaba y le repetía incesantemente la frase: "¡Llévame a Puttaparti, yo me iré!". La gente que la rodeaba se preguntaba sobre el significado, pero nadie lo sabía. ¿Se trataría de un lugar, una persona, una droga, una gema, un ídolo? Cuando, finalmente, la familia descubrió que Puttaparti era una aldea que quedaba a casi ochocientas millas de distancia, la enviaron sola para allá con una nota apretada en su mano: "El demonio que tiene esclavizada a esta mujer desea ser expulsado solamente por Bala Sai en Puttaparti. Por favor, ordénale que se vaya y mándala a ella de regreso". Los afortunados que habían sido liberados de sus atormentadores por un mero contacto de la mano de Baba, iban entonces a formar f¡Ir s para recibir las bendiciones de Eswarama. Ella accedía, pero e mostraba comprensiblemente nerviosa y reticente. Porque no sólo rehuía la publicidad, sino que tampoco se sentía completamente segura respecto de que se hubieran vuelto en verdad totalmente inofensivos.

Atraídos por el Llamado de Sai Baba, llegaban los visitantes por docenas cada día. Un ómnibus comenzó a viajar hasta la región y los que llegaban por tren hasta Penukonda o Dharmavaram, podían seguir de este modo hasta Puttaparti, después de un agotador recorrido que duraba cuatro o cinco horas. Srimati Sushilama, una de las que hiciera la peregrinación por aquellos años, escribió una cabal crónica de su viaje en 1942. "Desde la estación de ferrocarril de Penukonda, se continuaba con un viaje demoledor para los huesos en carreta por dos millas hasta la ciudad. Entonces, mientras esperábamos en la estación de ómnibus, se reunió una multitud en torno de nosotros para hacernos blanco de sus burlas porque, para ellos, Baba constituía una farsa o un engaño. ¿Cómo podían aceptar la Divinidad de alguien que para ellos era sólo un niño aldeano? Nos encontrábamos con sonrisas burlonas y risas irreverentes de los muchachos que vagaban por allí, mientras nos acomodábamos en el ómnibus. Exhaustos y medio muertos llegábamos, entonces, a bajarnos en Bukapatnam, en el centro de la ciudad. ¿Y qué hacer entonces?

"El resto de) trayecto debía hacerse en carreta, pero los bueyes que debían tirar de ella estaban pastando en los cerros, en tanto que la carreta descansaba en otro lugar, con la parte de atrás apoyada en el suelo y la vara apuntando hacia arriba. Nadie parecía dispuesto a hacer algo para lograr la necesaria cooperación entre ambos elementos. Ahí nos quedamos parados, sintiéndonos impotentes. Pero alguien se compadeció de nosotros. Una amable señora nos invitó a su casa cuando vio la situación en que estábamos, e hizo los arreglos para que se trajeran los bueyes para uncirlos a la carreta. Su bondad no se limitó a ese único día, nos indicó que recurriéramos a ella si necesitábamos ayuda de cualquier tipo, cada vez que pasáramos por ahí. Nos dijo que no teníamos más que preguntar por los 'Yadalams"'.

"La carreta fue cargada con nuestro equipaje, pero nosotros tuvimos que caminar tras ella las cuatro millas del trayecto, porque el camino estaba lleno de hoyos, piedras y promontorios y los saltos, si uno iba arriba; resultaban insoportables. Por último, llegamos junto al Chitravati, pero el río estaba ( recido. El carretero se rehusó a cruzarlo. Se puso agresivo y estaba a punto de volverse a Bukapatnam cuando, de manera casi increíble, aparecieron dos hombres vacando las correntosas aguas y dirigiéndose hacia nosotros. Sai Baba había sabido que veníamos y los había enviado para que nos llevaran al otro lado del río... ¡con carreta y todo! El río comenzaría a bajar rápidamente de nivel, nos dijeron, y así fue. Sujetándonos de las manos, luchamos contra la corriente, con el agua que nos llegaba a la cintura."

Mi mujer y yo fuimos por primera vez a Puttaparti en 1948, seis largos años después de este viaje en tren hasta Penukonda; las sacudidas de la carreta, la molestia del ómnibus, la cacería en busca de bueyes, la ruta a saltos, la caminata detrás de la carreta, el barro, la arena, la seguidilla de inconvenientes... todo se mantenía intacto y nos estaba esperando también a nosotros.

Volviendo a la historia de Sushilama... "Baba nos estaba esperando para darnos la bienvenida y corrió hacia nosotros como una madre corre hacia sus hijos demasiado cansados para caminar. Parecía que sintiera toda nuestra extenuación mucho más que nosotros. '¡Vengan, vengan!', nos dijo. '¡Qué cansados deben estar! ... El viaje, el hambre, la sed y, además, este río. Les he estado esperando desde mediodía.' Nos llevó al Mandir donde se encontraban algunas devotas. 'Aquí están Mis hijos que han venido', dijo. Llenen bien sus platos. Están muy hambrientos.' Se sentó junto a nosotros y Sus dulces palabras de consuelo hicieron desaparecer todo nuestro cansancio. Les contó a los demás todo lo que habíamos pasado para llegar hasta allí, nuestra esperanza y nuestra desesperación. También intercaló una que otra broma respecto alas vacilaciones de nuestra fe. Sus palabras, Su mirada, Su sonrisa... nos sentíamos henchidos con ellas y ya no sentíamos ni hambre ni cansancio. Cuando colocaron los platos hechos de hojas y sirvieron la comida, habíamos perdido el apetito. Simplemente, queríamos mirar su rostro y nada más. Al notarlo, mezcló los preparados en su propio plato, formó bolas con ellos y se levantó para poner una en cada uno de los nuestros."

"Toda esa calurosa noche dormimos en el rectángulo interior, bajo el cielo abierto. Los hombres a un lado de la cama de Swami y las mujeres al otro. Cerca de las dos o tres de la mañana, Swami se retiró a su habitación. Nosotros despertamos temprano también, nos fuimos a bañar al río y volvimos para el Darshan. ¡Oh, qué momento tan celestial fue aquel en el que levantamos en alto la llama de alcanfor!"

Chayama, una devota, les indicó el camino hacia la aldea donde vivía Eswarama. En ese tiempo, ella estaba en casa de su hija Venkama. Tocaron sus pies, pero ella se retiró tímidamente, sintiéndose evidentemente poco feliz con todo lo que estaba sucediendo. Venkama les explicó que sufría porque su hijo había elegido vivir separado de ellos. "Yo no les pertenezco a ustedes... Tengo mi labor por delante... Mi gente anhela que esté con ellos...". Estas palabras suyas estaban claramente grabadas en su memoria, y esta gente era aquella que El aviaba y a la que había elegido. Pero, señala Sushilama, estaban resueltos a recibir las bendiciones de la madre de Swami, de modo que no se amilanaron y repitieron el intento otro día. Fue nuevamente en casa de Venkama que la encontraron. En esta ocasión fueron recibidos con una sonrisa. Ella fue toda preocupación y bondad para con ellos, pero también había una nota de inquietud en sus preguntas. "¿Cómo está vuestro Swami? ¿Está bien? ¿Come algo siquiera?"

De vez en cuando, Eswarama solía entrar al Mandir; ya no había horas regulares para ella ni para nadie. Las puertas estaban siempre abiertas y cualquiera podía entrar y encontrarse con el Sai Baba de dieciséis años en el salón, en Su minúscula habitación, en el espacio abierto frente al Mandir o, dos veces al día, durante los bhajans. Eswarama veía a los que recién llegaban, les hablaba y luego se acercaba callada hacia las mujeres que se movían como otras tantas madres en torno de su hijo. "Sírvanle y cuiden su alimentación", les solía decir con tono de súplica. "¡Mírenle, si se le pueden contar las costillas, resaltan tan claramente! No quiere prestar oídos a lo que le decimos... ¡Insiste en sus propias ideas, diciéndonos todo el tiempo córno hemos de comportarnos! Y siempre tiene una forma de justificar todo lo que hace, como bueno para El.'

Veintiocho años más tarde, cuando Arnold Schulman de Nueva York llegó a Puttaparti, aún no se había atenuado la agonía de la madre. Entonces, vivía en una de las siete habitaciones de un edificio situado detrás del salón de oración. Schulman la encontró "quejándose en contra de nadie en particular", como lo consigna en su libro "Baba", sobre los cientos y miles que llegaban ahora hasta su hijo, como una ininterrumpida corriente hasta Prashanti N¡layam. Aparentemente, Schulman la conoció un día en que estaba particularmente preocupada. "¿Por qué no lo dejan tranquilo? No duerme lo suficiente, no come lo bastante. Todo lo que les preocupa son ellos mismos." Y agregó en un susurro confidencial al doctor, un residente de Prashanti Nilayam que había llevado a Schulman hasta ella: "a El no le gusta la forma en que cocinan, le gusta como cocino yo. ¡Es por eso que no come!". A medida que pasaban los años y más y más gente en el mundo había descubierto a la Todopoderosa Fuente de Amor, Poder y Sabiduría que es Swami, Eswarama se había dado cuenta también de que "su hijo" era, en verdad, el Padre creador de todos los seres, pero había momentos en que caía la cortina de Maya y la madre en ella lloraba su dolor.

Pero, volviendo a Sushilama. También conocieron al padre de Swami que solía aparecer en el templo una o dos veces por día. Viendo la cocina que Sushilama había armado en el patio abierto, detrás de la sala de oración, él se ofreció para conseguirle provisiones de arroz, harina, aceite y combustible, desde Bukapatnam u otro lugar. Cuando ya se habían convertido en figuras familiares en el Mandir y en la aldea, se atrevieron a pedir a los padres de Swami que les dieran la oportunidad de rendirles homenaje por medio de una puja (ritual). Swami no mostró su apoyo a la idea en un comienzo, pero ante la insistencia de ellos, accedió con un vago "hagan como quieran"... Sus padres se sentaron juntos y aceptaron la puja, bendiciéndoles luego, con lo cual les hicieron sentirse increíblemente felices. De acuerdo con los comentarios de los residentes del Mandir, se trataba, en verdad, de una rara concesión.

Sushilama conversó un día con la madre de Swami sobre los Juegos Divinos (I¡las) que nos hacen vivir nuevamente en las tierras y bosques en donde jugaba el Señor Krishna en su niñez. "¿Por qué se pone tan triste y se preocupa tanto?", preguntó a Eswarama, "¡usted es la mujer más bendecida por el Señor!" Eswarama se quedó por unos instantes en silencio antes de responder: "¡Cómo podría usted saber por qué! Si hubiera dado a luz a una preciosa gema que se hubiera hecho famosa y se hubiera alejado de usted, entonces entendería. ¡Qué divino era este niño! ¡No había ningún otro que se le pudiera comparar! Era tan bello, con unos labios rojos y unas mejillas rosadas y tan lindos rizos en sus cabellos... Y no era sólo su belleza lo que cautivaba. Tenía una naturalidad adorable. Se portaba siempre bien, tan tranquilo, tan sereno, tan comprensivo. ¡Cuánta simpatía mostraba por los pobres y los peregrinos desde su más tierna infancia! Amaba a todos los niños de la aldea, sin pensar en casta ni color, ni siquiera en la limpieza. La compasión no era sólo un sentimiento en El... Siempre estaba dispuesto a hacer algo en este sentido. Cualquiera que tuviese hambre era alimentado en nuestra cocina. Le contaré algunos de estos incidentes.

"Una vez se le vio dándole comida a un mendigo y todo el mundo en la casa le regañó: '¡Miren este niño... qué insolente! Se cree dueño de la casa. ¡Debemos cortarle este hábito antes de que nos lleve a la ruina!', considerando un defecto su innata bondad. Pero el niño nos dejó a todos aturdidos y desorientados con su respuesta: 'Sólo le di mi parte al mendigo, lo que me iban a dar para la comida', dijo. Cuando llegó la hora de comer y se sirvieron los platos, se rehusó a venir. 'Cuando se calmó el hambre de ese hombre, también quedé satisfecho yo', nos dijo y se atuvo a su resolución. No hubo amenaza ni ruego que le hicieran probar bocado ese día.

"Por ese entonces nuestra familia era muy numerosa y nadie tenía mucha ropa. Los hijos tenían sólo lo puesto y otra muda. Un día, había un chico en la calle, casi desnudo y tiritando de frío. Tan pronto como Sathya le vio, se sacó su camisa y ayudó al chico a ponérsela. Siempre siente que tiene que aliviar cualquier dolor o sufrimiento, en cuanto ve a alguien que lo sienta, sin que importe que sea joven o viejo, de alcurnia o de baja extracción.

. "Durante su niñez, la familia pasó por tiempos de escasez y muy duros, pero, déjeme que le diga, mis hijos eran mi consuelo. Más tarde tuvimos que enviar a Sathya lejos de casa, para que pudiera seguir educándose. Pero le hicieron trabajar tan duramente en la casa a la que le enviamos, que apenas le quedaba tiempo para estudiar. Sin embargo, Sathya nunca nos habló de esto. Todo lo soportó callado. Lo supimos por los vecinos. Una vez, cuando había venido de vacaciones, le di un baño de aceite y le estaba dando masaje, cuando le noté manchones de piel descolorida en los hombros. Le pregunté al respecto, pero sólo me contestó que no los había notado porque no le dolían. Todo su cuerpo estaba lleno de marcas que delataban que a menudo era golpeado con una vara. Tenía que caminar hasta un pozo en las afueras de la aldea, cada día, acarreando pesados baldes con agua, fijados a una gruesa vara que apoyaba en el hombro. Fue eso lo que le produjo esas manchas oscuras y encallecidas en la piel.

"Aquí en la casa creíamos que estaba feliz y sano y que iba a la escuela. No sabíamos la verdad, no sabíamos que le daban muy poco de comer y lo sometían a muchos rigores. Cuando llegué a descubrirlo, finalmente, qué otra cosa me quedaba por hacer que prometerle muchas cosas a muchos dioses y pasar las noches en vela, rezando y rogando que volviera a Puttaparti. Pasaron algunos años y no hubo cambios. Luego nos contaron que Sathya mejoraba rápidamente y que cantaba, jugaba y hablaba dulcemente sobre los temas que quisiera. Pero pronto nos llegó otro golpe desde Uravakonda. Sathya había anunciado un buen día que nosotros, sus padres, éramos Maya, aquello a lo que rehusaba sentirse apegado. Cuando estuve cara a cara frente a El, me dijo: '¡Maya! ¡Tú no estás atada a Mí ni Yo a ti!' y abandonó la casa para estar junto a aquellos a quienes se sentía ligado.

"¡Cuántos días he pasado sin comer ni dormir, llorándole a los dioses para que me devolvieran a mi hijo! Ustedes lo llaman Belleza, Ternura y Alegría, y hablan de mí como la Madre de esa Adorable Forma, pero ¿tengo alguna vez la oportunidad de alimentarle con comida preparada por mis manos, de darle un baño de aceite o de cuidarle de la manera que constituye el privilegio de una madre?"

Y cayó nuevamente en su taciturno silencio. Este aflorar de un abrumador resentimiento, de desesperación e incluso de celos era seguido, no obstante, por un brote de autocrítica y de condena que terminaban por madurar en una filosófica resignación. Sushilama y otras que fueran testigos de esta desconsoladora fase de sufrimiento, esperaron pacientemente que se agotara, con el objeto de animarla respecto de su eminente rol de Madre de Sai Baba. Era claro, sin embargo, que "las lágrimas eran la almohada de su lecho", pese al homenaje que se acumulaba a sus pies.

¡Cómo deseaba que Sathya no hubiera seguido siendo sino Sathya! ¡Quién podría alguna vez haber previsto esta corriente, en apariencia inagotable, este fluir de los infortunados a quienes nadie amaba que buscaban esta Fuente del Amor! Muchos habían sido los que la felicitaran cuando Sathya le había dado su palabra de que no cedería a las súplicas de los devotos urbanos y que se quedaría en Puttaparti. ¡Pero esa victoria le había sido arrancada en la misma aldea! Ahora no quedaban sino unos pocos momentos preciosos. Los Vedas piden que el padre hable a la madre de la siguiente manera, al pasarle al recién nacido para que lo amamante: "¡Oh Saraswati! El pecho materno es generoso con el dulce alimento que no fortalece únicamente al cuerpo, sino también a la inteligencia y al talento... ¡Haz que mame este bebé!". ¡Cuán feliz se había sentido entonces! Esas imágenes se habían quedado claramente grabadas y ningún cambio de los ocurridos en esos quince años, había logrado empañarlas. Este era el tesoro que guardaba en el cofre de su corazón, el que abría para acariciarlo con un suspiro cuando no había nadie cerca.

Se sentía terriblemente temerosa de que la envidia de la gente pudiera acarrearle enfermedades o mala reputación a su hijo. La ortodoxia había mostrado los dientes cuando el niño Raju de la casta de los Kshatriya había capturado desde un comienzo el corazón de Subama, y la superstición se había horrorizado cuando ella contara que El le había mostrado el cuerpo astral de su difunto marido, en una forma tan real y verdadera como cuando estaba vivo. Se habían formado grupos en las aldeas que tomaban a su hijo como tema de conversación, como si se tratara de un fenómeno, un cometa en el horizonte o una lluvia de miel desde el cielo. ¡Al igual que los niños asustados por la oscuridad, estos adultos le tenían miedo a la luz! Eswarama compartía sus temores con los visitantes que reverenciaban a Baba. "Estos demonios trataron de envenenar a Sathya, pero El vomitó el tóxico e incluso perdonó a la mujer que había sido la responsable. ¡Qué no harán ahora que es Sai Baba! Estas interminables filas de devotos me aterrorizan. ¡Mientras más devotos haya, mayor será el peligro por parte de quienes hablan mal de El!" Eswarama era inconsciente del hecho de que estaba siendo fortalecida y suavizada a la vez, para el rol de Super Madre que pronto iría a desempeñar, en la escena mundial, iluminada por el Amor, que estaba por representarse.


TORBELLINO DE ASOMBROS

 

 

 

Sathya, llamado Sai Baba, estaba rodeado por aquellos que buscaban consuelo junto a Sai Baba de Shirdi y habían descubierto ahora que El había aparecido en el mundo una vez más después del Cruce del Límite. Este cruce es un ritual observado por reyes y gobernantes que atraviesan los límites de sus territorios en el Día de la Victoria: Vijayadashami. Sai Baba de Shirdi había elegido este día de Vijayadashami en 1918 para dejar su cuerpo, dándole a ese ritual el significado más sutil del cruce de los límites de la existencia mundana. La gente que venía, atraída por el Baba adolescente hasta Su presencia, pertenecía a los cuatro tipos de devotos del Señor que distinguiera Sr¡ Krishna: 1) aquellos que llegan hasta El por estar aquejados por enfermedades físicas o mentales; 2) aquellos que son atraídos por la curiosidad; 3) aquellos que buscan ser aliviados de su pobreza; y 4) aquellos que buscan conscientemente lo Divino. La cantidad de devotos que llegaban desde Bangalore fue aumentando de caudal, hasta convertirse en una corriente constante, alimentada por los flujos tributarios provenientes de Trichinopoli, Madrás, Hyderabad, Kuppam y Erode. Eswarama se sentía abrumada por el impacto del Misterio que generaba un amor y una adoración de tal magnitud.

Sathya continuaba insistiendo sobre el Rol "Máyico" que estaba destinada a desempeñar. ¡Ya no se refería a ella como madre sino que empleaba un término que le resultaba frío y distante y que no implicaba reconocimiento alguno de un lazo filial: la Hija de la Casa! Era un apelativo que resultaba más apropiado para que lo usara un patrono de edad avanzada con una inocente de muy pocos años. Implicaba, al menos, que no era una vagabunda, sino que pertenecía a un hogar, a una familia, lo cual le proporcionaba un leve consuelo. Swami declara que El puede llegar a ser conocido, aunque sea fragmentariamente, sólo por aquellos que hayan llegado a dominar las escrituras. Según el Bhagavatha, el Avatar Krishna fue anunciado por la voz incorpórea de Vishnu. La Voz declaró: "Naceré en la casa de Vasudeva". De este modo, el "padre" y la "madre" pasaron a ser Hijos de la Casa también para Krishna. Y se dio aquel día inolvidable en que Sathya la había conducido hasta una habitación oscura de la casa de Puttaparti y le había indicado que mirara hacia el rincón sudoeste: allí brillando en la oscuridad se veía una mezquita, delante de la cual estaba sentado, sobre una estera, el viejo santo Shirdi Baba. Afortunadamente, Swami no se había dejado llevar por El en cuanto a su estilo dé vestir, porque aquel Baba parecía preferir las roturas y zurcidos, ya que su vestimenta estaba hecha harapos y dejaba ver los hombros, el pecho y la espalda a través de los agujeros.

"¡Swarni!" Le había llevado algunos meses a Eswarama aclimatarse a esa palabra. La había escuchado por primera vez de labios de unas devotas de Kuppam y la había preferido a la otra de "Baba" que le sonaba ajena y extranjera. Baba parecía volver inalcanzable a Sathya, colocándolo más allá del horizonte de la admiración y el afecto. Pero esta palabra lo acercaba más a ella, aun conservando la distancia. Le permitía pronunciarla como en un susurro; le permitía tocarlo, aunque no fueran sino los pies, si la dejaba. Fue así que Eswarama se sumó al grupo de devotos que veneraba a "su hijo" como Swami, el Maestro. Esta palabra se le fue haciendo cada vez más dulce a medida que pasaban los días.

A Sathya le eran planteados constantemente ansiosos interrogantes sobre complejos problemas que surgían a los sabios (pandits) y cuando Eswarama lo veía rodeado, suplicaba fervientemente a Dios que las respuestas que daba a los eruditos, les parecieran correctas y satisfactorias. Muchos eran doctos estudiosos y no era difícil adivinar que sus preguntas iban principalmente cargadas con la intención de un desafío o un sondeo. Un Maestro de Uravakonda, especializado en los textos clásicos de la india, le había contado que Sathya debía haber sido un prodigioso pandit en su vida previa. Sin embargo, Eswarama sentía que sus plegarias ayudarían para sostenerle en este papel. Había peregrinos que se quejaban ante ella del hecho de que, cuando abordaban el ómnibus en Bukapatnam, eran convertidos en centro del ridículo por parte de la gente que quería hacerlos cambiar de parecer. Recibían informaciones como, por ejemplo, que Sathya había sido desenmascarado, que había perdido Sus poderes y que ya no concedía Su Darshan. Corría toda una ola de rumores en Penukonda y Sharmavaram respecto a que la fase Sai Baba de Sathya no sería de larga duración y que, cuando se terminara, la caída a la conciencia Raju nativa provocaría un desastre. Como es natural, Eswarama oraba cada vez más seriamente para que el milagro y el misterio persistiera en su hijo por años y años.

Una tarde, un asceta de unos sesenta años, carente de piernas y que iba totalmente desnudo, fue llevado hasta la sala interior del Mandir en una camilla. El viejo cumplía un voto de silencio, pero sus discípulos exigieron que Baba tocara los muñones del anciano y pidiera su bendición. Había como treinta personas que observaban expectantes cuál sería la reacción de Baba. ¡El primer movimiento de Swami fue el de lanzar una toalla sobre el viejo para que se cubriera! Eswarama se quedó alelada.

Un escalofrío de miedo le recorrió la espalda. ¿Qué harían ahora este hombre y sus discípulos? Baba, entonces, comenzó a hablar suavemente en voz baja. "El voto de silencio te permite, de todos modos, hablar cuando es absolutamente necesario", le dijo al renunciante. "El silencio debe predominar en la cabeza, el corazón y la mente, no sólo en la lengua. Si debes ser cargado por todas partes por otros hombres, por muy devotos que sean, lo mejor que podrías hacer es quedarte tranquilamente en un solo lugar. ¿Por qué le impones tu carga a otros cuatro hombres? Yo llevaré tu carga. Te alimentaré, te vestiré y te proveeré de un refugio en dondequiera que estés. ¡He venido para esto, para entregarte una guía y llevarte hasta la meta!" Para alivio de todos, los discípulos levantaron en silencio la camilla y se llevaron a su Gurú, envuelto ahora en su toalla, de regreso a Bukapatnam y más allá. Los que permanecían en el templo quedaron sumidos en el silencio. Eswarama, versada en las costumbres populares de la India rural, comenzó a temer que el silencioso Gurú pensara en vengarse, lanzando en contra de Sathya alguna fórmula de magia negra, de modo que de inmediato prometió que iría a realizar un rito propiciatorio en el Templo de Shiva. ¡Pobre madre, siempre moviéndose entre el valor y el miedo y experimentando, no obstante, destellos de una extraña alegría cuando el velo que cubría lo incognoscible era levantado por la brisa de la bendición de Baba!

Gradualmente, las visitas de Eswarama al Mandir se fueron haciendo más frecuentes. También se quedaba cada vez más tiempo en la sala, mirando a Swami. Se sentaba allí para observar maravillada el aura en expansión de Su Amor. Lenta pero seguramente, Eswarama se iba liberando de los lazos del cariño maternal y se deslizaba hacia el papel de devota.

Llegó la fecha del Festival de Dassara, que celebra la victoria de las fuerzas del bien. Hubo muchos como la Rani de Chincholi, los príncipes de Sandur, las princesas de Mysore y Sakama, "la reina del Café", que se esforzaron para que el popular festival se convirtiera en un evento de diez días sagrados. Las mujeres trajeron sus joyas y, después de horas de protestar, de bromear y de rehusarse, Swami finalmente cedió y accedió a lucirlas. Las devotas de Karnataka, Andhra y Tamil Nadu se deleitaron vistiendo a su Gurú con túnicas anaranjadas orladas de brocato, dhotis (pareos de seda) y zapatillas bordadas y recamadas con piedras. Habían traído anillos con brillantes, amatistas, aguamarinas, ópalos ígneos, esmeraldas, zafiros, turquesas y heliotropos, para todos sus dedos. ¡Qué gloriosa experiencia vivió Eswarama cada uno de los días de Dassara, viendo el radiante esplendor de su hijo cuando subía al palanquín profusamente adornado con flores!

El palanquín dejaba el Mandir aproximadamente a las nueve cada noche, para ser llevado en procesión por la aldea. Eswarama podía verlo partir y luego bajar a la aldea para ver pasar el cortejo frente a su casa, rodeado por los grupos que entonaban bhajans, los flautistas, tamborileros, devotos y aldeanos. Podía ser que la procesión pasara por allí bastante después de la medianoche, ya que nadie tenía prisa alguna. Se detenía en cada plaza, mientras los músicos venidos de Bangalore emprendían largas elaboraciones sobre melodías (ragas) que amaban. No había nadie en la aldea, hindúes, musulmanes, ricos, pobres, de las castas superiores o inferiores, que no deseara que el carro que llevaba el palanquín de Swami se detuviera ante su puerta, para poder ofrendarle guirnaldas y el arati con el alcanfor encendido*. El asombro de Eswaramá se sumaba al homenaje de la muchedumbre, al ver cómo brotaba espontáneamente vibhuti y kumkum del entrecejo de Swami.

El último día de Dassara, los devotos pertenecientes a las familias reales llevaron a cabo, no sin cierta osadía, las ceremonias de los ritos tradicionales observados por los jefes de Estado. Swami, como figura central, fue llevado en procesión hasta el árbol de Sami que crecía en las afueras de la aldea, junto al cual procedió a disparar una flecha ritual, como símbolo de la batalla en contra de las fuerzas del mal que ponen en peligro el progreso del género humano, para luego retornar en triunfo al Mandir. Eswarama se quedó preocupada. ¿No produciría esto un escándalo público? ¡Pero, cómo podía reprimir esa alegría que brotaba a borbotones entre sus temores! Veía a Sathya venerado como el Sathya Sai "Sath Chakravarti", el Señor de un vasto y poderoso dominio.

Muy pronto, el Mandir construido en el extremo oriental de la calle de Subama (aunque ella no vivió para ver a Swami ocuparlo), fue muy pequeño para la corriente de devotos que llegaba. Swami señaló entonces hacia una extensión de tierra anidada a la sombra de una cadena de cerros hacia el sur del Mandir y auguró su futuro como una nueva Tirupati, en donde se reunirían millones para Su Darshan. ¡Qué grandiosa imaginación! ¡Qué sueño tan desmesurado!, pensaban los que estaban junto a El mientras hablaba, hasta que, para asombro de todos, poco tiempo después, todas esas tierras fueron adquiridas por devotos y los ingenieros estuvieron muy ocupados con los planos.

 

*  La adoración de Dios con la llama de alcanfor. El alcanfor arde y no deja residuos. De manera similar, la llama del amor por Dios debe consumir al ego y no dejar trazas del "yo" y el "mío"

 

 

 

LA PLANIFICACION DE PRASHANTI

 

 

 

Eswarama fue la más agraviada con esto que consideraba como una determinación de Swami de mantener a cierta distancia al Puttaparti que ella consideraba suyo. Ya el Mandir existente se encontraba situado cerca de los límites de la aldea, y la nueva ubicación quedaba a medio kilómetro de distancia de él. Reunió todos los argumentos que pudo encontrar en contra del proyecto y se encaminó hacia el Mandir. "iSwami! ¿Qué es lo que oigo?", gritó casi, entrando apresurada al salón en donde El estaba sentado en medio de un grupo de devotos de Kuppam. "Se dice que vas a construir un nuevo Mandir sobre ese cerro. ¿Cómo te puedes ir a un lugar que queda tan lejos de la aldea, un lugar rodeado por la jungla y lleno de víboras y escorpiones? ¿Cómo van a llegar hasta ti los ancianos y las mujeres con niños pequeños? ¿Es que te vas a desentender de sus problemas en adelante? ¿Vas a negarles Tu Darshan? ¿Qué les pasará a los que vengan a ti en el futuro?"

"¿Tienes la marca de la rueda en la planta de los pies y no puedes quedarte nunca en un mismo lugar?", siguió agitadamente. "¿Siempre tienes que estar subiendo cerros o cruzando un río para encontrar un lugar para sentarte a cantar bhajans? ¿Qué lugar abandonado por Dios encontraste ahora? ¿No sabes que debes consultar a los astrólogos, antes de pensar en mudarte a alguna parte? ¡Y, escúchame!", le advirtió, "¡este Mándir es suficiente para ti! ¡Es mejor tener un lugar pequeño lleno de gente que un inmenso edificio medio vacío!" Todo este torrente de protesta fue escuchado sin interrupciones. Swami se quedó sentado en paciente silencio, dejándola decir lo que quería y cuando ella terminó simplemente sonrió. "¡Háblame! ¡Dame alguna respuesta!", tuvo que exclamar Eswarama, finalmente, llevada por su molestia. Swami se ablandó. "¿Por qué te preocupas por lo que dice la gente?", preguntó con suavidad. "¡No habrá ni jungla ni víboras cuando Yo vaya allá!", dijo. "¡Habrá cientos de peregrinos que llegarán a diario y ese lugar se convertirá en un Shirdi, una Tirupati y una Kas¡!"

Atontada con este resonante pronunciamiento, Eswarama se volvió a su hijo mayor como hacia una Corte de Apelaciones. Swami tenía que ser persuadido para contentarse con el Mandir de Puttaparti, le suplicó. Seshama Raju le escribió entonces una carta a Swami, expresándole su oposición y sus protestas, ¡pero la respuesta escrita que recibió dejó a todos sin aliento ante la inconmensurable audacia de ese adolescente de sólo dieciséis años! El ya no había de ser considerado como un "hijo"  había escrito Sathya  porque ciertamente no lo era. Había sido por decisión de Su propia Voluntad que había venido como Hombre entre los hombres, con el objeto de liberar a todos los hombres, tanto a los buenos como a los malvados, de la miseria. Desde todos los rincones del mundo llegarían millones en Su busca y ello sucedería muy pronto. Todos los que quedaran más alejados, detrás de las multitudes, podrían considerarse realmente afortunados si llegaban a lograr el Darshan de un punto naranja a la distancia.

"¡Van a venir millones! ¿Aquí? ¿Dónde podrán alojarse o pararse siquiera?", se preguntaba Eswarama. Seshama Raju, sin embargo, tuvo el suficiente tacto respecto de este punto como para no empeorar las cosas, mencionando su teoría favorita y nada favorable en cuanto al comportamiento de Sathya. Mas cuando Lakshamaya, una devota a quien Sathya había llevado hasta el nuevo lugar de construcción y había descripto el día en que millones se esforzarían por vislumbrar siquiera aquella mancha naranja, le relató esta conversación, Seshama Raju no pudo contener su exasperación: "¡Quién podrá darle crédito a este Ramayana!", espetó con una sonrisa despectiva, en tanto que Eswarama comenzaba a elevar desesperadas súplicas a los dioses para que resolvieran este cúmulo de situaciones de gigantescas dimensiones que amenazaban con aplastar a todos.

Swámi, el Omnisciente, empero, estaba lleno de compasión por la confusión de esta rústica mujer, por esta aceptación de que todo lo que brilla es oro y de que todos los rumores son reales. Decidió que viajar era lo mejor para ampliar sus puntos de vista, puesto que había estado confinada casi toda su vida a una remota región rural. Sathya la persuadió para que viajara con El y los devotos a Bangalore. Rápidos automóviles les llevaron velozmente por los caminos asfaltados a través de las extensas arideces de color sepia y, luego, por entre los frescos verdes de los amplios tapices de arroz y de dulces cañas azucareras y de algodón. De allí siguieron a Madrás, donde pudo ver por primera vez el mar. Swami le había descripto el océano en términos épicos, porque éstas eran las aguas que Rama y sus hordas de monos cruzaron una vez, en la Segunda Era del mundo (Treta Yuga), camino a Lanka. Unas pocas gotas salpicadas sobre la cabeza, purifican perfectamente a una persona, dijo, porque hacia él fluyen los ríos Ganges, )umna, Kaveri y Godavari.

Eswarama se conmovió hasta lo más hondo de su ser cuando por primera vez pudo contemplar con adíairación el océano, ilimitado en su inmensidad, eterno en su ritmo de plea y bajamar, siempre cambiante y, no obstante, siempre el mismo. La extensión interminable, con el horizonte como límite, con el cielo como techo, con los sutiles colores del espacio reflejados en sus propios colores azul, verde gris profundo y blanco como las nubes. ¡Estalló en exclamaciones de asombro, asegurando que éste era el verdadero espejo de Dios que reflejaba la majestad de Sus muchos estados de ánimo!

Eswarama conoció por primera vez las prisas y los gentíos de las ciudades y el ruido de los bazares. Saludó a leones y tigres, pitones y pavos reales, y a aquéllas entre las más extrañas criaturas de la creación: canguros y jirafas, en el zoológico de Mysore. Le agradó el fresco confort de Bangalore. Sobrevivió al mordiente frío de Ootacamund en los Nilgiris, las Montañas Azules del Tamil Nad. Visitó los fabulosos templos de la India y también los ríos sagrados. Durante todo el tiempo, Swami derramó Su constante atención sobre ella, cuidándola con el mismo celo con que cuidaba a Sus devotos. Como ella bien lo sabía, esto constituía Su Gracia Especial, porque ella no había logrado aún cortar los lazos de su cariño de madre que generaban sus temores, como para lanzarse hacia la libertad de la fe y la devoción.

 

 

HORIZONTES MÁS AMPLIOS

 

 

 

Esta era, aproximadamente, la época en que la nueva india estaba en ciernes, buscando los frutos de su libertad. Los pioneros de la independencia echaban mano a todos sus recursos para romper con los fanáticos tabúes de la sociedad, pero esta simple aldeana que casi no había oído decir nada acerca de la cruzada en contra de la ortodoxia, se encontró, sin querer, con que era lanzada en contra de las barricadas de la tradición. Se vio sentada, no sólo al lado de princesas, sino también junto a mujeres de la comunidad anglo india y de aquellas castas consideradas como "intocables". ¡Quién se atrevería a elegir y a seleccionar entre los devotos, cuando el derecho inalienable de todo el género humano es tender hacia lo Divino! Eswarama era la "Madre" para barrios enteros de las ciudades. Sus "hijas" se agolpaban en torno de ella hablando una gran mezcla de lenguas: hindi, marathi, tamil, telugu. Para todas ellas, su respuesta la constituía una simple frase en telugu, el único idioma que hablaba: "Todo es la Gracia de Swami, hija mía". Pero la pronunciaba con tanta bendición y seguridad que nadie deseaba perderse la dulzura de poder oírla de sus labios.

Entre los devotos se encontraba Hanumanta Rao, inspector general de prisiones de la presidencia de Madrás, Navanitam Naidu, comisionado de impuestos de Mysore, Ranajod Singh, el inspector general de policía de Mysore, el rajá de Sandur y otros que buscaban el consejo de Swami tanto en asuntos oficiales como personales. Eswarama miraba confundida, desde el sitio en que se sentaba, este desfile de los poderosos y los renombrados.

¿Cómo podrá El solucionar asuntos de palacio?, se preguntaba cuando los aristócratas de Mysore se encontraban sentados a sus pies. ¿Qué es lo que podría saber sobre el Patel de Nueva Delhi? Se hacía ésta y muchas otras preguntas inquietantes cada vez que alcanzaba a oír las palabras que Swami dirigía al rajá. Pero no necesitaba inquietarse respecto de que Swami estuviese tendiendo hacia alturas superiores a la suya. Al poco tiempo, todas estas personas estaban de regreso, con los rostros llenos de sonrisas y de felicidad.

Sathya se ausentaba de Puttaparti con mayor frecuencia cada vez. ¿Quién prestaba atención a la "gracia" que había obtenido de su hijo de que se quedaría en Puttaparti? Ciertamente no eran devotas como Sakama de Bangalore, las princesas de Mysore, la familia Chincholi de Hyderabad, los Mudaliars de Madrás y los Chettiars de Kuppam, Karur, Udumalpet y Trichinopoli. Ellos estaban convencidos de que Swarni les pertenecía, porque, ¿no era cierto que había venido para Sus devotos? Sathya, al igual que Krishna, deseaba bendecir a los pobres, a los enfermos y a los ancianos que no podían financiar el viaje hasta Puttaparti ni sobrevivirlo. Todos aquellos que disfrutaban tanto con la compañía de Swami, con sus bromas, su canto y su conversación, deseaban compartir este incomparable descubrimiento que habían hecho, esta inefable fuente de alegría, con cada conocido, con sus parientes y sus rivales, can sus amigos y sus enemigos, sus vecinos y también con los incrédulos. Suplicaban a Swami que se fuera a quedar unos "pocos" días con ellos, pero, según se cuenta, ni siquiera un mes completo satisfacía esos "pocos días" estimados.

Eswarama ansiaba acompañarle cada vez que dejaba su lugar de residencia permanente, como prefería referirse a Puttaparti, ya que este término posesivo le producía una sensación de seguridad y comodidad. Pero, ¿cómo podía hacerlo, cuando había tantos problemas familiares que pesaban sobre ella? Su hija menor, Sarvatama, había enviudado recientemente y tenía dos hijos a quienes cuidar, una niña y un niño sordomudo; además estaba )anakiram, el menor de sus hijos, cuya enfermedad pulmonar crónica lo tenía entonces hospitalizado. Cuando Sathya partió de viaje, Eswarama no pudo hacer otra cosa que rogarle a los dioses y diosas guardianes para que cuidaran de El y le protegieran de los diferentes tipos de comidas extrañas y, tal vez, del tipo de aire y de agua extraños que encontraría.

Swami recién había cumplido veinte años y, cuando cayó enfermo en Bangalore, tal como lo temía Eswarama, sus anfitriones, Raja Redy y Sakama, llamaron a varios médicos, pero ninguno pudo dar un diagnóstico del mal. ¡Y cómo podrían haberlo hecho, puesto que Swami anunció que "la enfermedad respondió a Mi Voluntad"! Citó luego precedentes de las vidas de Rama y de Shirdi Baba, para mostrar que también ellos habían manifestado apatía frente a los alimentos y una indiferencia ante todo por algunos días, durante su juventud. Por lo tanto, esta "enfermedad" era para El algo indispensable, señaló Swami. Pero hubo de pasar horas tranquilizando a Sus devotos.

Por último, acosado por las preguntas insistentes, Swami confesó que se encontraba en un proceso de remodelar Su estructura física, para que ésta pudiera resistir la Divina Energía que se agitaba dentro de El, puesto que había de iniciar sus tareas de Avatar. ¡Palabras tan incomprensibles... sucesos tan tremendamente misteriosos!... ¿Quién había vivido la experiencia de algo semejante? Hombres y mujeres le rodeaban como aturdidos y desconcertados.

Cuando vi a Swami por primera vez, se me dijo que Su cuerpo recién había vuelto a la normalidad. Su voz era aún débil e insegura, Su caminar lento y vacilante y Su abundante cabellera parecía demasiado pesada para Su cuello. Podía imaginarme la angustia de la madre al observar impotente que el tierno cuerpo de su hijo era "reacondicionado" por la Fuente misma de su sustento. Y esto no era todo. Le esperaban muchos momentos de tensión como éste. Ellos constituían, obviamente, lecciones diseñadas para hacerla avanzar desde la conciencia de ser "mamita" (ama) a la conciencia de ser "Eswarama"; de la engañosa ilusión de ser "la madre de Sathya" a la verdad de ser "la mujer bendecida para ser la madre de Easwara", el Absoluto que toma nombre y forma humana. Por lo tanto, muy pronto habría de convertirse en una madre que derramaba afecto sobre todos los seres vivientes. "Yo no te pertenezco", le había dicho Sathya. "¿Y a quién pertenezco yo, entonces?", había preguntado ella. "Tú perteneces al mundo y a su gente", había sido la respuesta, la lección que le estaba dando.

Eswarama habría de presenciar aún muchas repeticiones de aquella primera "caída" de Uravakonda que habían tomado por una picadura de escorpión. Había sucedido durante el primer día de Dassara, cuando Shirdi Baba se despojara de Su vestidura mortal. Entonces, en Puttaparti, mientras los devotos estaban organizando las pujas, los bhajans, las procesiones y la comida para los menesterosos, Swami que había anunciado que era el espíritu de Shirdi que había regresado para expandir y continuar la misma misión, "caería" en Puttaparti para "surgir" en Shirdi y bendecir allá a los devotos durante las festividades. Cuando Swami volvió en sí, les confió a los reunidos en el Mandir que había estado en Shirdi y que había decidido otorgar allá Su Darshan, cada primer día del festival. Año tras año, Eswarama fue testigo de esta escena que fue fortaleciendo su fe en el origen Divino de su hijo.

Sin embargo, estos incidentes no se limitaban al día de Vijayadashami. Eswarama descubriría muy pronto que Swami le pertenecía al mundo; que, incluso mientras Su cuerpo estaba allí, ante sus ojos; El mismo volaba a responderle a alguien que clamaba a Dios. A todas horas del día y de la noche salía de Su cuerpo. A menudo les relataba los detalles de sus diligencias de misericordia una vez que retornaba de sus lejanas visitas: bandidaje en un valle de Telangana, inundaciones en Rajahmundry, un accidente de automóvil en la carretera de Karnataka, un incendio en Madrás. Aquí, allá, en todas partes, en hogares, hospitales o junglas, había llegado con Su milagrosa ayuda.

Eswarama le escuchaba con arrobamiento, embelesada. Era natural que su mente volara hacia las historias de la épica que inundan las aldeas. ¿No había corrido Krishna hasta la ciudad de Hastinapur para salvar el honor de la reina de los Pandavas*, cuando los Kauravas** habían tratado de desnudarla ante la corte? ¿No había también estado con ellos mientras vivían en el exilio y los Kauravas habían urdido un conflicto que los expondría a las mortales iras y maldiciones del sabio Durvasa? Tan pronto Swami recobraba la conciencia, Eswarama lo acosaba con preguntas ansiosas: "¿Te llamó Draupadi a Hastinapur o ala jungla? ¿Oíste al elefante berrear desesperado cuando el cocodrilo le mordió una pata?", refiriéndose aquí a una historia de los Puranas, en que el Señor Narayana corre a salvar al rey de los elefantes. Swami le contestaba: "Sí. También hay ahora malvados dispuestos a insultarlos. Todavía existen sabios de iracundos temperamentos, siempre dispuestos a atropellar a los indefensos y a lucir sus poderes para maldecir. Hay cocodrilos humanos, ocultos bajo aguas tranquilas, esperando hacer presa de sus víctimas. He venido a mostrarles a todos ellos que estoy aquí para proteger a cualquiera que clame a Dios".

Las palabras que Swami dirigía a Eswarama vienen a ser las mismas que el Señor le dijera una vez a Josué: "¿No te lo he ordenado? Sé fuerte y valeroso, no temas ni te desanimes, porque el Señor tu Dios está contigo adondequiera que vayas".

"¡No te desanimes!" Pero, ¿quién no se alarmaría ante el creciente despliegue de Sus poderes que Swami demostraba? ¡Ahora había comenzado con operaciones quirúrgicas! Realizó una operación de amígdalas en un niño que era nada menos que sobrino del Inspector General de Prisiones de la Presidencia de Madrás. Serenamente, había invitado al Dr. Padmanabhan de Bangalore a enviarle a su hermano de diecisiete años a Puttaparti, diciéndole: "¿Para qué tomarse la molestia de internarlo en el Victoria Hospital? Yo le operaré la hernia y estará en pie, perfectamente bien, diez minutos después". Otra intervención fue la realizada a Tirumata Rao, otro personaje importante de Bangalore. La operación se llevó a cabo con bisturíes, tijeras, agujas y gasas, todo creado en segundos con meros giros de sus manos derecha o izquierda. El vibhuti que produjo era anestésico, antiséptico y tónico, todo a la vez. Todos sus pacientes se recobraban en un tiempo récord. El asombro iba en aumento en los ojos y la voz de Eswarama. Había cada vez mayor fervor cuando pronunciaba la palabra "Swami".

 

 

 

 

* Pandavas: Los cinco príncipes hermanos que son conocidos por su fe en la

rectitud.

** Kauravas: El clan enemigo de los Pandavas que simboliza las fuerzas del mal.

 

No era sólo asombro lo que crecía en ella, sino también una mayor medida de resignación. El temor y la confusión anteriores desaparecían rápidamente. Había llegado a aceptar el hecho de que las circunstancias de su vida, los quién y los qué, los dónde y los cómo, eran Actos de Dios inalterables y, a menudo, incomprensibles. Las historias de la épica, la gran "cultura oral" de la India que llena el subconsciente de su gente, le habían enseñado desde hacía mucho que las verdades de la vida representan misterios situados más allá del mero entendimiento de la mente. Sin embargo, aún quedaba una leve niebla que ocultaba a su vista al Swami total. No podía librarse por completo de la creencia de que el "mal de ojo" podía afectar a este maravilloso hijo suyo. El protestaba, pero ella continuaba insistiendo en llevar a cabo el ritual para alejarlo: el coco agitado en torno de su cuerpo para atraer hacia él las ondas o partículas sutiles de maldad, y luego quebrarlo en un simbólico acto de destrucción.



EL NILAYAM

 

 

 

Entretanto, se terminaba de construir el Mandir en la nueva ubicación, y ello representaba una nueva fuente de problemas para la Madre. El Viejo Mandir, situado junto al de Gopalaswami, en las afueras de la aldea, estaba lo suficientemente cerca como para que Eswarama pudiera caminar hasta allí para ver y escuchar a Swami de vez en cuando. El nuevo edificio, en cambio, se erguía indiferente y distante sobre una ladera, y Eswarama se dio cuenta, sintiendo un peso en su corazón, que anunciaba el alborear de una nueva etapa en la vida de Swami. El Mandir de la aldea era pequeño y confortable, y allí la vida había sido informal. Había devotos ancianos que buscaron refugio en el Viejo Mandir y otros que habían levantado tiendas y chozas en el terreno hacia el norte del edificio. Swami podía ser visto a cualquier hora. Daba su Darshan y su orientación en cualquier lugar en que se encontrara, a los ingenieros y trabajadores que buscaran sus bendiciones y su guía. También los peregrinos entraban y salían libremente y conseguían entrevistas y bendiciones sin que tuvieran que esperar mucho.

Era seguro que las condiciones serían diferentes en el nuevo Mandir. Eswarama no sentía aprecio alguno por el edificio de dos pisos ni por la escalera de caracol que conducía alas habitaciones de Swami en la planta alta. Ello no sólo significaba que iba a ser menos accesible... seguramente iba a ser apostado alguien en la planta baja que subiría para informar a Swami que un devoto esperaba para obtener permiso para subir a visitarle. Ya no podrían entrar y hablarle simplemente. Le sonaba ominoso hasta el nombre con que se había bautizado al nuevo templo. "Prashanti Nilayam", su sentido literal era "Morada de la Paz Suprema"... pero, ¿le traería paz a ella? Significaba más bien un punto de confluencia para el mundo entero.

En las arenas del Chitravati, Swami les había entregado un día, a un grupo de devotos, un pronóstico sobre su importancia. "No es un ashram (ermita, monasterio), porque ustedes no pueden confinarme a ninguno de los cuatro ashrams de la vida (en este sentido 'ashram' significa las etapas de la vida, consignadas en las escrituras como 'estudiante', 'jefe de hogar', 'recluso' y 'renunciante'). Tampoco soy un ermitaño, ni un monje, ni un asceta. No es un templo, porque no prescribo ninguna forma de ritual de adoración ni propago el culto de Sai. ¡No hay nada secreto en Mí! No obstante, también es un templo, una iglesia, una mezquita, una sinagoga, un santuario, en el que todos los seres humanos pueden alcanzar Prashanti (Paz Suprema), fundiéndose en el infinito Amor que se ha personificado como Dios, Hombre Dios, Esencia Divina. Mi tarea es la de transformar cada corazón en una Prashanti Nilayam, de manera que el mundo pueda resplandecer como una sola, vibrante y vital Prashanti Nilayam. ¡Yo soy el Avatar que ha venido con esta resolución!"

¡Prashanti Nilayam! Eswarama temblaba ante la sola mención del nombre, ante los vastos horizontes de significado que contenía, ante el abismo del espacio que implicaba entre ella y Swami que ya no podía considerarse como su hijo, Swami y todos los demás "swamis" que había conocido o de quienes había escuchado hablar. ¿Sería alguna vez digna de pasar por los portales de esta monumental Morada de la Paz que El iba a crear?

En la víspera de su traslado ceremonial al nuevo Mandir, Eswarama consiguió otra "gracia" de Swami: iba a tener un comedor del lado este de la planta alta, pese a haber elegido el ala oeste para sus habitaciones privadas. Swami se mostraba muy estricto respecto del acatamiento de las normas disciplinarias en cuanto a que hombres y mujeres debían mantenerse separados, de modo que, mientras los hombres usaban las escaleras del lado oeste, Eswarama y sus hijas subían por el lado este y hablaban con él allí. Ya no se les permitía entrar libremente a su departamento. Esta promesa de Swami, empero, fue como la anterior que Eswarama había logrado extraerle respecto a quedarse en Puttaparti. ¿Qué persona, promesa, lugar o predicamento podrían sujetar a Uno como El? ¿Cómo podría Uno que es todo Espíritu no ser sino escurridizo?

Podían quedarse esperando y esperando ansiosamente en el comedor, y sólo cuando estaban por desesperar, Swami se acercaba a paso lento por la larga galería. Venía a dar su Darshan y no a comer, realmente. Sentándose ante la pequeña mesa, probaba bocados de uno o dos de los platillos cuidadosamente preparados y temerosamente ofrecidos, daba algunas respuestas o réplicas agudas a sus preguntas y se levantaba, entonando para sí mismo alguna melodía, para retornar alas regiones que les resultaban inaccesibles a ellas. Swami, al igual que el Baba de Shirdi, permitía también a todo devoto anhelante colocar sus ofrendas sobre la mesa, pero la esperanza de que comiera algo de ellas resultaba vana la mayor parte de los días.

Los placenteros días familiares, del Viejo Mandir se habían acabado para siempre. Sin embargo, con su compasión, Swami había otorgado a Eswarama algunos minutos de acceso a El, cada vez que necesitaba del toque sanador del vibhuti o de algún alivio para su deprimente rutina.

Los únicos medios a los que Eswarama podía recurrir para estar en paz consigo, eran las reminiscencias que llevaba en la memoria de la infancia y la niñez de Sathya y el recuerdo de sus travesuras y agudezas. Cuando Swami anunció que había decidido conferir alegría y sabiduría a todos los hombres de todo lugar, ella convenció a su mente de confiar en estas palabras, pasándole revista al número de mendigos que de pequeño había llevado de la mano hasta su puerta y a las cantidades de ropa de abrigo y de alimentos que el niño había insistido en que se les diera. Ansiaba otras revelaciones de este tipo por parte de Swami, como para poder declararlas como auténticas con la ayuda de sus recuerdos.

Con el paso del tiempo se fue transformando en una ferviente escucha de las historias que relataban los devotos sobre sus experiencias con Swami y con el Baba de Shirdi. Su fe se hizo más firme, aumentó su armonía. Sus consejos ofrecían un cálido apoyo a los peregrinos que llegaban hasta ella con sus relatos sobre el amor y el saber de Swami.

Ella amaba a los niños. En cada uno veía a Sathya invitándola a buscar y a realizarse. Era natural que se arremolinaran a su alrededor. Los pequeños observaban embelesados el brillo de sus ojos y los pliegues que se formaban en sus mejillas y su barbilla cuando bromeaba y reía con ellos. Los entretenía y ellos admiraban el tintinear de las numerosas pulseras de oro que llevaba en sus brazos, cuando gesticulaba al hablar, cuando enfatizaba algo o acentuaba una advertencia. Estrechaba entre sus brazos a los chicuelos regordetes y les pellizcaba las mejillas, gozando con el color que quedaba en ellas y las manifestaciones de alegría que despertaban sus mimos.

Podía enfrascarse en historias de terror o de ternura con la misma facilidad, para mantener a los niños en suspenso. Su agradable voz, a la que daba toda clase de inflexiones, reproducía las quejas de la heroína raptada, los aullidos del demonio herido, los lamentos del hijo asustado, los gritos del guerrero victorioso o los arrullos del bebé abandonado en la senda de la jungla. Muy rápidamente comenzó a agregar a su repertorio historias sobre Sai Baba de Shirdi y sobre Swami.

Los niños parecían ver las imágenes que ella describía con tanto realismo: la sombrilla blanca con borlas de oro sostenida sobre un par de sandalias, la aparición del Dios cara de León emergiendo del pilar de mármol de la sala de audiencias real, la danza del niño sobre la caperuza de una cobra airada. Eswarama se olvidaba de sus males físicos, de sus privaciones y de las irrupciones en su paz interior, cuando se enfrascaba en el relato de estas historias. De manera invariable terminaba sus narraciones con enfáticas peroratas sobre la humildad y la honestidad, el amor y la lealtad. Todas estas lecciones eran absorbidas con avidez por los niños, puesto que venían empapadas en el dulce almíbar de su afecto.

Cada vez que dejaba la aldea de Puttaparti al final de mi estadía, arrendaba un carro tirado por bueyes para que me transportara cuatro millas hasta Bukapatnam, ya que tenía que llevar conmigo no solamente mis cosas, sino también la cama portátil. El carro pertenecía a Kesava, un joven vecino de la familia Ratnakaram. Tenía la misma edad de Sathya y se fascinaba escuchando las narraciones de Eswarama que se había convertido en una campeona de los relatos en la aldea, acordándose de cada una de ellas.

Permítanme anticipar eventos que sucedieron un cuarto de siglo después. La noche anterior a que Eswarama abandonara la escena como mortal, se encontraba en el bungalow de Brindavan con Swami. En la hostería adyacente se alojaban mil estudiantes que estaban participando en un curso de un mes de duración sobre la cultura y la espiritualidad indias, que Swami dirigía. El bungalow era una verdadera colmena de actividad y, casualmente, yo me encontraba allí. Cerca de las nueve de la noche, mientras revoloteaba de una habitación a la otra tratando de localizar mi cama, pude ver a .la Madre en la galería interior del patio abierto del bungalow, con tres de sus bisnietos frente a ella, cuya atención estaba atrapada por una historia fantástica que ella les relataba.

Kesava me contó que la Madre inventaba la trama y la réplica, agregaba villanos y héroes, aventuras y accidentes a medida que progresaba su narración y cada vez que percibía que la atención de los niños se estaba desviando de ella.

A continuación escucharán una de estas historias urdidas por Eswarama, tal como me la relató Kesava. "En un tiempo. lejano, vivía en una aldea una madre viuda con su único hijo. Ella lo había mimado tan excesivamente que, cuando el muchacho se casó y trajo a casa a su mujer, la madre vio en ella a una rival y no al encantador ángel que veía su hijo. La suegra se dedicó a encontrar faltas en todo lo que la nuera hacía, y su lengua restallaba con enojo todo el día. Llegó el momento en que la mujer no pudo seguir tolerando el mal genio de la suegra. Los tres llegaron un día hasta el templo de la diosa Maari, la deidad de la enfermedad y la venganza. Toda la población de la aldea se había reunido allí, porque era el festival anual, cuando la Diosa poseía a uno o dos de sus adoradores y por su intermedio, transmitía advertencias a los aldeanos sobre la forma en que debían comportarse. Se sacrificaron cabras, los tambores ensordecían los oídos y las flautas zumbaban despiadadamente. Los sacerdotes del templo danzaban enfervorizados. La nuera decidió que simularía estar poseída, incluso antes de que los sacerdotes y otros comenzaran a lanzar gritos de advertencia. Se dejó ir hasta llegar al frenesí. Se agitaba y giraba, sacudía la cabeza y agitaba las manos como había visto que hacían las víctimas de una 'posesión'. Boqueaba y gruñía, se reía y gemía, gritaba y susurraba. Todos se tomaban de las manos con temor. Fue a asustar a la suegra saltando como una fiera hacia donde ésta se acurrucaba temblorosa. Parecía evidente que Maari hablaba a través de su boca: 'Le prenderé fuego a tu casa. Te romperé todos los huesos. Si sólo una gota de lágrimas cayera de los ojos de esa mujercita que está bajo tu cuidado, freiré tu cuerpo sobre brasas ardientes. Compórtate. Trágate esa lengua inmunda'. La suegra no hacía sino repetir las mismas respuestas: 'No, no lo haré', 'acataré tus órdenes'. Luego Maari se volvió hacia el hijo para reprenderlo por el hecho de ser demasiado pusilánime como para proteger a su mujer, pero ya no estaba allí. Aterrado por la Maari en que se había convertido su mujer, había emprendido la huida... ¡y nunca más se supo de él!"

También los adultos le solicitaban historias. Ansiaban escuchar los relatos sobre la infancia y la niñez de Swami. Eswarama no accedía sin antes protestar y dilatar las cosas, porque, tan pronto como recorría su memoria en busca de algún incidente que narrar, se presentaba ante sus ojos la imagen de Swami como Vittal o Krishna o Mohini o Sai Baba, y ello hacía que corrieran las lágrimas. Anhelaba poder recobrar la alegría. Pero si notaba que su silencio y sus negativas entristecían a los otros, les regalaba la narración de uno o dos incidentes, entrelazados con toda clase de excusas. "Ustedes saben más de El. El les da más oportunidades. El siempre se mantuvo un poco alejado de nosotros. Su~ bama les podría contar mucho más acerca de sus travesuras y sus poderes. Muchos la han oído describir ese incidente del día en que Swami hizo bajar a su marido de la región de los difuntos y se lo mostró de pie en el patio de su casa. Ella les podrá contar cómo le sirvieron veneno a Swami un día... fue una mujer de la aldea que quería probarle y ver si realmente era el Dios que decía que era." Eswarama suspiraba entonces profundamente y continuaba como en un susurro, "era una familia unida. Había como veinte niños que había que bañar, vestir, alimentar y poner a dormir. Cada día era un nuevo Swami para nosotros".

Eswarama apreciaba la sinceridad y el entusiasmo de los niños. Sus nietos formaban un grupo de chicos muy inteligentes y ella insistía en que debían aspirar a seguir estudios superiores y tender hacia un máximo de educación. También le gustaba estimular en este sentido a los hijos y nietos de otras personas. Insistía frente a Swami para que apoyara a los que había elegido y enviara dinero para que pudieran hacer frente a sus gastos de escolaridad, pagar alojamiento y comprar libros. Yo era la persona que se encargaba de llenar los formularios para los giros en dinero y de hacerlos llegar a la oficina de correos, habiendo sido también jefe de correos por algunos años. Debido a esto, Eswarama venía a mí para verificar que el dinero se hubiése enviado a los diferentes muchachos diseminados en un gran número de escuelas. Se entristecía cada vez que los envíos sufrían alguna demora. "Los niños no podrán estudiar tranquilos así  decía  van a estar demasiado preocupados como para poder leer en paz." Cuando descubría que se había borrado algún nombre, debido a que el muchacho había abandonado la escuela, me presionaba para que le escribiera a sus padres y los persuadiera para que lo dejaran en la escuela hasta que lograra algún grado de preparación.

pY los enfermos? Eswarama era quizás la persona que se sintió más gratificada cuando Swami anunció que se edificaría un hospital con doce camas sobre la colina que quedaba hacia el sur del Mandir. No obstante, no dejó de quejarse con respecto al lugar elegido. "¿Cómo podrán los enfermos hacer el esfuerzo de subir hasta allá?", preguntaba. No quedó satisfecha cuando Swami replicó que podían ser llevados al hospital por devotos o voluntarios que los transportarían en camillas, o que podían hacerlo en las carretas tiradas por bueyes, subiendo por el camino que se iba a construir especialmente. El hospital, sin embargo, fue acogido de todo corazón.

En cuanto a ella, mientras Swam¡ se encontraba en el Mandir de la aldea e incluso cuando estaba ausente, podía recurrir a los expertos consejos médicos de la doctora Lakshmi, la renombrada facultativa y ginecóloga de Nellore que solía quedarse por semanas en la presencia de Swami. Cada vez que ella, sus hijas u otros miembros de la familia Ratnakaram eran cariñosamente atendidos por la doctora, Eswarama le rogaba que examinara también a otras mujeres de la aldea, entregando su diagnóstico y las prescripciones correspondientes para ellas. Realmente ansiaba que una doctora pudiera quedarse durante todo el año en el Mandir para poder prestarle ayuda de urgencia a las mujeres en caso de necesidad.

También ella se unió a los grupos de devotas que acarreaban arena, piedras, ladrillos y cemento desde el camino hasta el sitio en que se construía el hospital. Cargaba ladrillos por sí misma haciendo caso omiso de las protestas de las demás mujeres. Al terminarse con la obra, se dedicó a buscar las primeras pacientes, a llevarlas ante el médico, a pedir que fueran admitidas y a cuidarlas hasta que las dieran de alta y pudieran participar de nuevo, de manera normal, en sus trabajos domésticos y en los campos. La doctora jayalakshmi, ginecóloga formada en Wales que atiende en el hospital de Sathya Sai, me contó que Eswarama había sido una pionera sirviendo a las mujeres embarazadas y a los bebés. Las aconsejaba en contra de los ritos mágicos y las ofrendas de aves y corderos a Mariama o a deidades inferiores con el objeto de ahuyentar enfermedades. Acompañaba a las pacientes mientras eran interrogadas, esperaba hasta que se entregaran los diagnósticos y las sujetaba cuando había que administrar las temidas inyecciones. Cuando las mujeres eran admitidas como pacientes para ser hospitalizadas, subía con mayor frecuencia la colina con el objeto de hacerles ver a las infortunadas que había una Madre interesada en su recuperación.

La madre hubo de enfrentar un fuerte golpe del destino algunos años después de la inauguración de Prashanti Nilayam. Su hija mayor, casada con el propio hermano de Eswarama, quedó viuda en circunstancias trágicas. Lo había mordido un perro que, como se verificara posteriormente, tenía hidrofobia. Los aldeanos no habían oído hablar de Pasteur. Interpretaron la enfermedad como débida a la magia negra o al mal de ojo y recurrieron a medidas que contrarrestaran estas fuerzas invisibles. Pero tanto los conjuros verbales como las pociones de hierbas se mostraron ineficaces. Ya era demasiado tarde cuando el paciente fue llevado al hospital de Anantapur, a cuarenta y cuatro millas de distancia. La vida de Suba Raju, consagrada a la entrega y al servicio terminó de manera abrupta y trágica. Por algunos años se había ocupado de supervisar los trabajos de construcción de Prashanti Nilayam.

Eswarama se desplomó con este fuerte impacto. Swami la consoló y la sostuvo durante esos días negros. Infundió valor en su corazón. Sus palabras actuaban como un bálsamo para la mente desgarrada. Ella se dedicó con mayor energía a cuidar al pequeño de su acongojada hija. Su otra hija había corrido la misma suerte algunos años antes. Ella tenía dos niños y una niña. Eswarama sentía un doloroso impacto cada vez que pensaba en que uno de ellos era sordomudo. En realidad, era una pesada cruz la que debía cargar.

No obstante, cuando la Madre contemplaba la condición física y mental de los hombres y mujeres que confluían hacia Puttaparti para beneficiarse con la sanadora mano de Swami, sentía que la vida no era sino un camino de una terrible miseria a la otra. El bebé recién nacido llora, porque alguien le ha dicho que deberá enfrentar dolores sin fin. La muerte representa la cortina que cae para señalar el final de esa tragedia sin alivio que se llama vida. Estos pensamientos no la amargaban, sin embargo, sino que de ellos extraía energía para sobrenadar vigorosamente las salobres aguas del sufrimiento. Decidió salir en busca de la desesperanza y el abatimiento para volcar en los corazones entristecidos el rocío de la compasión. Pasaba horas consolando y aconsejando a las mujeres que llegaban hasta Prashanti Nilayam, con su propio estilo simple, sincero y luminoso, infundiéndoles fe en Dios y confianza en sí mismas.

Eswarama mostraba un gran corazón para con las mujeres jóvenes cuyo destino las había llevado a la viudez y que por ello eran excluidas de la sociedad, ¡como si su desdicha fuese algo infeccioso! También iba en busca de las jóvenes que habían sido abandonadas por sus maridos y que habían quedado solas e indefensas. Había muchas que eran traídas por sus padres o parientes para que se recobraran del golpe y pensaran en reiniciar sus vidas una vez más. Descubrió que un gran número de las mujeres que eran traídas a Puttaparti bajo la creencia de que eran afligidas por "espectros" o de ser víctimas de los espíritus, se mostraban receptivas a la ternura y la suavidad. La loca furia y los desgarradores gritos de muchas de estas infortunadas se veían considerablemente aplacados al ser recibidas con las bondadosas palabras y el dulce consuelo de la Madre, porque la causa básica de su enfermedad residía en la carencia de Amor.

El amor con que trataba a estas mujeres fue expandiéndose mientras observaba a Swami sanando a los muchos afectados por diferentes males. Lo veía derramar compasión sobre ellos y aplicar con profusión vibhuti sobre sus entrecejos. Una vez que se habían recuperado y habían sido llevados de regreso a sus hogares, Swami solía relatar las razones por las cuales los pensamientos de estos desdichados se habían distorsionado y por las que sus palabras surgían empapadas en resentimiento. Escuchándole, Eswarama decidió que no volvería a condenar ni a ridiculizar a ninguna mujer sobre la base de sus aparentes faltas o deficiencias, porque ahora sabía que eran sólo los síntomas de un desajuste, del abandono, la persecusión y la pobreza.

De este modo, la Madre se convirtió para un creciente número de mujeres desdichadas, en más que su propia madre. Era una amiga con una mente brillante. Contemplando a la Madre entre aquellas que habían sido rescatadas por Swami, quisiera repetir la poesía de Rabindranath sobre las mujeres:

 

¡Mujer! ¡Tú eres bendita! Tienes tu misión y tu trabajo doméstico y en medio de ellos mantienes un espacio abierto a través del cual escuchas el clamor de los débiles. Traes contigo tu ofrenda de servicio y derramas tu amor. Tu paciencia es infinita... Su desamparo hace que mane tu misericordia.

 

Los devotos descubrieron en ella una fuente inagotable de fortaleza y sabiduría. Iban más y más en busca suya y la honraban como la Madre, asignándole distintos roles durante los festivales y las fechas sagradas. Eswarama no se rendía cuando las mujeres la rodeaban pidiéndole que las bendijera y las guiara. Pero, ¿por cuánto tiempo podría mantenerlas a raya? Durante los días sagrados dedicados al culto de Varalakshmi, la diosa de la riqueza pronta a otorgar favores, o Gowri, la hermosa consorte de Shiva, madre de Ganesha, debía aceptar las primeras ofrendas de homenaje de cada una de las mujeres que la requerían. Durante los nueve días que duraba el Festival de la Madre, era honrada los tres primeros días como Durga, la que allana la senda, la que vela porque sus hijos estén seguros y a salvo; durante los próximos tres como Lakshmi, la proveedora de alimento, vestimenta y refugio, posición, poder y fama, y los últimos tres como Saraswathi, la Maestra que implanta las ansias por aprender y por la liberación, por las habilidades materiales y la fuerza moral.

Durante estos días, Swami hacía que las mujeres se reunieran en la sala de oraciones del Nilayam, cada mañana y cada atardecer, para adorar a la Madre Divina recitando los Mil y Ocho Nombres que buscan capturar un destello de Su Gloria. Eswarama rehusaba vehementemente ser instalada en estas ocasiones como símbolo visible de la Madre Divina. Incluso se defendía para no participar, puesto que las devotas insistían en que, al menos, se sentara a la cabeza de las filas. Siempre prefería deslizarse dentro del recinto sin que nadie lo notara y retirarse, una vez terminado el ritual, de manera anónima.

Sin embargo, en la tarde del )ula (columpio) se veía obligada a ceder ante el coro de insistencia. Esto constituía el evento más importante del Festival de la Madre: Swami recostado en el columpio floral, dando su Darshan. Mientras estuviera allí, las devotas iban poniendo montones de frutas, flores y dulces y colocando ante El luces que formaban bellos diseños. El Arathi se le ofrecía cuando estaba por abandonar el columpio. De modo que, cuando Swami indicaba que se iba a retirar, se preparaba la llama de alcanfor, en tanto que las mujeres agitaban una serie de llamas ante El mientras cantaban alegres canciones tradicionales. Entonces, iban en busca de Eswarama para llevarla hasta el Nilayam justo a tiempo para presentar el primer Arathi, haciendo caso omiso de sus protestas y de sus argumentos de que el honor debía recaer sobre tal o cual mujer mucho más devota que ella.

Cada niño hindú tiene su celebración de cumpleaños en el hogar, como un festival en el que se ofrecen plegarias y ofrendas especiales a la deidad familiar. Al niño se le sienta sobre una plataforma santificada que mira hacia el oriente. La madre derrama algunas gotas de aceite sobre su cabeza y luego otros la siguen, haciendo otro tanto. Al niño se le da luego un baño ceremonial y se le viste con ropas nuevas. Luego, ha de tocar los pies de los mayores, para ser sentado a continuación en el santuario, en donde sus padres ofrecen plegarias por su larga vida, su salud, su progreso y su prosperidad. Prashanti Nilayam, la Morada de la Paz, fue inaugurada para el cumpleaños de Swami en el año 1950. Hasta ese día, el Cumpleaños había sido siempre algo informal. Para deleite .de la Madre y del Padre, Swami iba a visitar el hogar, a ellos y a sus hijos e hijas y pasaba por el ritual de almorzar en su compañía. Después, los padres salpicaban algunas gotas de aceite sobre Sus cabellos, Le ofrecían el baño ritual y luego Swarni satisfacía el anhelo de algún devoto, aceptando la túnica y el dhoti (especie de pareo) que éste ponía a Sus Pies. Por último, todos los presentes le tocaban los Pies, pidiendo Su favor y bendiciones.

Prashanti N¡layam, empero, presentó a los devotos el desafío de inaugurar una celebración más solemne, aunque siguiera siendo íntima, para festejar el Cumpleaños del amado Señor de todos. Las mujeres mayores se reunieron en el N¡layam a tempranas horas de la mañana del 23 de noviembre. Cada una llevaba una bandeja sobre la cual se apilaban flores, dulces, frutas, cocos, cúrcuma, kumkum, granos de arroz, hojas de betel y de greca, pasta de sándalo, campanitas de cristal y otros materiales auspiciosos. Lustrosos recipientes llenos de agua consagrada eran llevados apoyándolos en las caderas. Uno de los grupos portaba una bandeja de plata sobre la que había un sari de seda. Algunos ancianos se unieron a ellas llevando un dhoti de seda para el padre, y todos se dirigieron hacia Puttaparti precedidos por flautistas y tamborileros. Una vez llegados hasta el hogar de los Ratnakaram, les anunciaron a los padres que era el Cumpleaños de Bhagavan y les invitaron a Prashanti N¡layam. Se podía adivinar una sensación de embarazo y de falta de disposición en sus miradas, ya que ambos hubieran preferido que les dejaran solos, antes de tener que ubicarse frente a las candilejas en el centro del escenario. No obstante ello, tanto Peda venkapa Raju como la Madre satisficieron los deseos de miles. Se sentían abrumados por la gratitud ante esta oportunidad que les brindaba Swami.

Tan pronto como estuvieron ante El, perdieron todo sentido de tiempo y espacio. Eswarama colocó flores sobre los pies de Swarni y se irguió para mojar una rosa en aceite. Cuando levantó la mano para dejar caer las gotas de aceite sobre la cabellera de su hijo, El se inclinó profundamente para poner Su cabeza al alcance de ella. El padre hizo otro tanto y cuando ambos descendían, los devotos aclamaron el suceso expresando su alegría con bulliciosas ovaciones. Fue sólo entonces que Eswarama tomó conciencia de su entorno, de la multitud, del N¡layam y de la aldea. Fue un momento embarazoso para ella. Pero muy pronto se sintió aliviada, porque vio a otra pareja matrimonial que subía las gradas para colocar flores a los pies de Swarni y derramar algo de aceite sobre Sus cabellos. Swarni elige a unas ocho parejas para que compartan la festiva ceremonia. Estas siempre provienen de distintas regiones lingüísticas y geográficas e, invariablemente, son de edad avanzada y tienen una profunda fe. Eswarama detestaba la publicidad y el destacarse, en tanto que le gustaba perder su identidad en medio de un grupo de devotas, pero con motivo del Cumpleaños tenía que someterse a lo que más le disgustaba: un rol de preeminencia.

Durante los discursos de Swami, ella se quedaba de pie por algunos minutos algo separada del grueso de la audiencia, embelesada por la fluidez de su voz argentina. Cuando resonaban los aplausos en el auditorio, se preguntaba qué habría dicho como para provocar tan espontánea aclamación. Al pasar luego por mi lugar de residencia, solía preguntarme confidencialmente: "¿Fue tan profundo lo que Swami dijo? ¿De dónde saca todos esos mantras?". Con el término "mantras" quería referirse a todos los versos en sánscrito, a las frases de las Upanishads y a los himnos védicos que Swarni citaba. Cuando fue inaugurada la revista mensual "Sanathana Sarathi", no podía ocultar su curiosidad por saber a qué número de personas se le enviaba. Cuando le informé que los devotos no sólo la pedían, sino que recibían con adoración los ejemplares que les llegaban por correo, considerándolos como alimento espiritual concedido por Swarni mismo, me di cuenta que eso no la hacía muy feliz. No podía olvidarse del hecho de que Sathya había abandonado la escuela demasiado pronto... ¡y pensaba que se estaba aventurando hacia profundidades que nadie de los que ella conocía, osaría sondear!

Eswarama se dio cuenta de que abogados y médicos, monjes y comerciantes, rajás y príncipes estaban viniendo a Puttaparti y que, sentados en torno de Swami, suplicaban respuestas y soluciones para las dudas e interrogantes que le planteaban. Ella misma no entendía sino las conversaciones en telugu, pero podía observar el alivio y el gozo que se dibujaba en sus rostros tan pronto escuchaban las palabras de respuesta de Swami. Se quedaba alelada cuando oía a Swami darles la seguridad de: "No te preocupes... Estaré contigo... ¿Por qué preocuparse? ¡Soy tuyo!" Estaba prometiendo demasiado a demasiadas personas, sentía con alarma, y le llevó años poder liberarse de este temor. Nada sabía respecto de que los Avatares podían dirigirse a los grupos humanos y transformar el vil metal en oro por medio de la alquimia de la palabra. El Rama y el Krishna que ella conocía habían sido hombres de familia que habían aprendido lo que sabían de los sabios. Krishna inspiraba e instruía a otros para que le obedecieran y se salvaran. Rama no había tenido tiempo ni se había sentido inclinado a dar discursos sobre la Rectitud, simplemente la vivía y la gente aprendía de su ejemplo. Temía que algún día un viejo sabio llegara y silenciara a su hijo. Y le llevó algunos años antes de que su corazón pudiera descansar. Entretanto, gente de todas las razas y niveles de civilización seguían llegando con esperanza y partiendo con fe, luego de escuchar las instrucciones íntimas que Swami les impartía confidencialmente en sus propios idiomas y dialectos nativos.

La Madre se sentía feliz cuando Swami estaba al alcance de su vista. Se ponía nerviosa cada vez que se proponía dejar Puttaparti para visitar aldeas y ciudades alejadas. Siempre tenía miedo de que fuera a quedarse indefinidamente o siguiera desde allí hacia otros lugares. Había oído decir que había una ola de ateísmo y de irreverencia por los temas religiosos que iba pasando de aldea en aldea en el sur del país, de modo que cuando llegó un grupo de ancianos y rogaron a Swami que les acompañara de vuelta para visitar su ciudad, resolvió evitar a toda costa que El viajara.

Srimati Sushilama, que fue testigo de sus desesperados esfuerzos en este sentido, describe su angustia de la siguiente manera:

"Ellos no conocen la situación real en ese lugar o, si lo saben, no les importa lo que le suceda a Swami o a ellos mismos. No es más que una baladronada', se decía a sí misma mientras se dirigía apresuradamente hacia el Nilayam. Swami se encontraba en el comedor, sentado ante la mesa y pronto a iniciar el rito que llamaban almuerzo, cuando Eswarama irrumpió, casi sin aliento por haber subido las escaleras sin detenerse. '¿Qué significa este alboroto? ¿Qué ha sucedido?', preguntó Swami, pretendiendo ignorar el objeto de su misión. La Madre le dijo: 'He sabido algunas noticias. ¿Es verdad?'. 'Primero, dime qué te han dicho', replicó Swami. 'No te lo voy a decir hasta que no me des tu palabra de que no irás en estos momentos a ninguna ciudad', insistió Eswarama. Swami se rió con ganas de la ansiedad que mostraba. '¡Cómo podría quedarme en una sola habitación todo el tiempo! He venido desde donde estaba para ir a distintos lugares, cercanos y distantes', dijo. '¡No se trata de eso! ¿Has accedido a ir con esta gente,, dime?', preguntó la Madre con voz temblorosa. 'Prométeme que no irás a esa ciudad. Eso es todo lo que pido. Escúchame. Atiende a mi plegaria. Dicen que es un centro de maldad y de crueldad. ¡Si te digo que no vayas, no vayas!', le rogó. 'Esa es la razón misma por la que he accedido a ir. El médico no visita sino a los enfermos. ¿Sería posible que la gente que está muy mal pueda dañar al médico? Yo no los odio, por lo tanto no me odiarán a mí. No estoy enojado con ellos, de modo que no estarán enojados conmigo', replicó. Pero los temores de la Madre no cedieron. Se puso a llorar y mirando fijo a los ojos de Swami, le dijo: '¿Qué más quieres que diga? ¡Por favor, despide a esta gente! Hazme este único favor'... Swami se levantó y tomándole ambas manos en un suave apretón, secó las lágrimas que corrían por sus mejillas y le habló tan dulcemente que cuando Eswarama dejó la habitación, ya se sentía aliviada."

"No obstante, fue al encuentro del grupo de invitados y les pidió que se mantuvieran vigilantes con los que se acercaran a Swami y en los momentos en que lo hicieran. Se sumió en sus plegarias durante todos los días en que Swami estuvo ausente y lo estaba esperando junto a la puerta a su regreso. Tan pronto como Swami la vio, le dijo: '¿Quieres saber lo que pasó allá? ¡Les arranqué los colmillos a todas las serpientes!'."

 

RIOS, ARENAS Y MAR

 

 

 

En julio de 1957 Swami partió hacia Rishikesh acompañado por Swami Satchidananda de la Sociedad de la Vida Divina. Satchidananda había adherido a Swami desde el momento mismo en que le conociera en Venkatagiri, en marzo del mismo año. El presidente de la Sociedad de la Vida Divina era el celebrado Swami Sivananda, fundador y canciller de la Universidad Forestal de Rishikesh. Eswarama nos pidió informaciones respecto de este Swami, sobre su numeroso y siempre creciente grupo de discípulos monásticos, su erudición y su famosa destreza médica. Se le dijo que su salud había causado preocupaciones y que el objetivo principal de Satchidananda al pedirle a Swami que viajara hasta Rishikesh, era lograr que su anciano Gurú fuera sanado por la Divina Gracia de Swami.

Eswarama había escuchado y visto a muchos renunciantes (Sanyasins) y bienaventurados (Anandas). En su inocencia e ignorancia, se aferraba a su papel de madre que no representaba sino un breve paréntesis en su carrera. Se permitía ser torturada por ínfimos temores. Los renunciantes que levantan instituciones en torno de sus personas, desarrollan una visión estrecha. Los Maestros que acumulan discípulos se degradan a sí mismos a niveles subalternos. ¡No existe sino un solo Universo, mas cada uno de ellos se arroga el título de ser el Gurú indiscutido de ese Universo! El resultado es una seguidilla de controversias, conflictos, calumnias, confianzas y desconfiianzas, magia negra, rebeliones, guerras y venganzas. Eswarama se acordó del conflicto largamente arrastrado entre los sabios Viswamitra y Vasistha, dos Gurús gladiadores de los que habla la épica.

Por ende, Eswarama no llegó a apreciar el valor de la gira por el norte de la India. Se acercó a mí y a muchos otros para que tratáramos de disuadir a Swami de emprender el viaje. Cuando le abrimos los ojos a la verdad de que la "voluntad" de Swami no puede ser cambiada por nadie, nos rogó mantenernos vigilantes frente a las tácticas de los Anandas "de allá arriba". "Ahora entiendo cómo pudo haberse producido la historia relatada por Swami respecto de usted", dije a la Madre. "¿Qué historia?", me preguntó. "La historia de cuando usted corriera al escenario durante el desarrollo del drama en el festival en el templo de Kothacheruvu, cuando el héroe, interpretado por Swami, estaba a punto de ser castigado por un crimen que no había cometido. Fue su afecto el que la llevó a intervenir. ¡Se olvidó de que no era más que una obra teatral que cientos de personas estaban presenciando!" "Sí. Entonces era un drama. Ahora, el peligro es real", arguyó. "Puede que quede incapacitado o que, incluso..." Me puse a reír para ahuyentar las nubes de su pánico que se estaban agolpando. "Viajaremos al sagrado Ganges a ver a un Gurú muy respetado que ha invitado a Swami. El es guía de miles de funcionarios y magistrados con importantes cargos. Swami Satchidananda que va con nosotros, fue él mismo un importante funcionario del gobierno de Madrás antes de convertirse en monje", le dije.

"Sin embargo, siempre es mejor estar alerta dondequiera que uno esté", aconsejó. "Rama era un príncipe, la madre de Krishna era la hermana del rey Kamsa, en tanto que nosotros no somos sino unos pobres aldeanos. Swami no ha aprendido las escrituras, en tanto que Rishikesh es la tierra de los hombres sabios (Rishis). El Chitravati está seco la mayor parte del año; el Ganges tiene un inmenso y rápido caudal. ¿Por qué llevar ahora a Swami hasta esos lugares?", insistió. Tuve que tratar de cerrar la conversación citando lo que Swami había declarado. "¡Madre! Recuerda lo que Swami anunciara, tanto para ti como para mí y para el resto del mundo. Los primeros dieciséis años de Su vida estarán plenos de lilas (juegos Divinos). Has sido bendecida al presenciarlo. Los próximos dieciséis años estarán plenos de Milagros (mahima). Los hemos disfrutado. Ahora se está acercando a los treinta y dos años. ¿Qué es lo que ha dicho respecto a Su labor en los años que vendrán después? Instrucción espiritual, enseñanza, transformación del mundo. Es así que irá a enseñar a los hombres sabios de los bosques de los Himalayas. Observemos y maravillémonos, adoremos y rindamos culto."

Como es natural, estuvo terriblemente tensa durante las tres semanas de ausencia de Swami y, a Su regreso, fue la persona de Puttaparti que sintió mayor alivio y felicidad. ¡Incluso el padre se había rehusado a dejarse importunar escuchándola como para reducir su ansiedad al compartirla!

Cuando Swami describió en su inimitable estilo pictórico, los desfiladeros de Haridwar, los pavos reales de Mathura, las barcazas vivienda en el Sutlej, Eswarama ansió poder unirse al grupo cuando Swami partiera para una próxima visita, en especial si iba a recorrer los lugares consagrados en la épica o santificados por sus templos. Nunca olvidaba que había sido bautizada como Eswarama ya que había nacido a sus padres como una gracia de Easwara (Dios Shiva) y llegó a la conclusión de que no debería perder ninguna oportunidad que le permitiera adorar al Señor en los templos que generaciones de devotos genuinos habían mantenido vivos y activos.

Cuando Swami decidió conferirle la alegría de Su Presencia a la aldea de Surandai, dos devotos de la misma esperaban desde hacía un tiempo este acto de Gracia, sugirió que Eswarama podía unirse a las esposas de ambos y a algunas otras devotas, ya que pensaba viajar hasta allá pasando por Coimbatore, con el templo de Ratnasabapati en Perur, Trivandrum con el templo de Padmanaba, las Cataratas de Courtallam en el sagrado Tambraparni y Kanyakumari. Eswarama había quedado fascinada con el templo de Partasarati de Mylapore en Madrás, con sus altísimas'tórres que flanquean la entrada. Ansiaba ver otros templos y adorar a los dioses que podían inspirar a artistas y artesanos para diseñar y construir tales monumentos a las aspiraciones humanas. En Trivandrum, Swami y su grupo se alojaron en la casa de un director de escuela, suegro de uno de los primos de Suraridai. Eswarama llenó sus días con la compañía de las mujeres. Más adelante, el arrobamiento que sintió cuando pudo tocar las aguas de los tres mares que se unen en el Cabo, fue mucho mayor incluso que aquél de la primera vez en Madrás, cuando pudo llenarse los ojos con la vastedad del océano, con cuyas aguas se mezclaban las del Godavari, el Krishna y el Kaveri.

Pronto Swami visitó nuevamente la costa occidental. El Gobernador de Kerala, el doctor B. Ramakrishna Rao, devoto desde hacía muchos años, se enteró de la visita de Swami al Estado e incluso a la ciudad en que él vivía... ¡y se había quedado allí tres días sin haberle permitido siquiera saber acerca de sus planes! El Gobernador se culpaba a sí mismo por no haber presentido la presencia de su Gurú y su Dios, y suplicó que se le diera una oportunidad para compensar esta omisión. Esta vez, Swami viajó acompañado de seis vehículos llenos de devotos, incluyendo a Eswarama. Swami no consintió en alojar a tanta gente en casa de Raj Bhavan, y se quedó allí solo con Raja Reddy y conmigo. Estaba a punto, sin embargo, de acceder a la súplica de la mujer del Gobernador de alojar a Eswarama con ella para poder servir a la Madre, pero Eswarama se sobrecogió ante tal muestra de atención especial. Siempre le gustaba confundirse entre un grupo de devotas que respetaran su rechazo a la publicidad y que evitaran las demostraciones ruidosas de devoción hacia la mujer que le había dado un Avatar al mundo. De modo que se escabulló de las fanfarrias y se quedó en casa del director de escuela, que estaba situada sobre una calle secundaria, cerca del templo de Swami Padmanaba.

Esta humildad no constituía pose alguna en ella. Se mostraba muy tímida ante las cámaras fotográficas y permanentemente se negaba a ser fotografiada. No se trataba de una humildad que se blandiera en toda ocasión y que llamara la atención de todos hacia la poseedora de tal virtud. Muchos se sienten orgullosos de no ser orgullosos; protestan en contra de las alabanzas, pero se sienten heridos si no se les alaba. Eswarama, en cambio, era alérgica a las candilejas por temperamento. Había crecido en un caserío enclaustrado y se había acostumbrado a los mojones de piedra que sus antepasados habían colocado para demarcar los campos asignados a la actividad femenina. El destino había traído hasta la puerta de su casa a mujeres de todos los rincones del mundo, que hablaban cientos de idiomas y pertenecían a todas las castas, clases y credos. Ella las dejaba llegar y decir lo que quisieran. Pero rara vez trataba de saber lo que significaban sus palabras ya que, como confesaba, "¿para qué preocuparse por deseos que uno no puede satisfacer y por problemas que no puede solucionar?". No quería de modo alguno engañar a las visitantes haciéndoles creer que tenía un acceso más fácil al Señor o que podía conseguir Su Gracia para aquéllos en quienes ella tuviera interés. Tenía plena conciencia de que había millones que merecían Su Gracia y que ella era sólo una candidata ansiosa por ser aprobada.

Estaba imbuida de una reverencia secular por el marido, la cual prescribía una mutua distancia y el silencio, y proscribía que se presentaran juntos, sentándose en un mismo lugar o incluso en una misma habitación. Ella se retiraba hacia habitaciones interiores cada vez que estuviera Peda Venkapa Raju y evitaba toda oportunidad de diálogo. No obstante, como un deber obligatorio, debían someterse al ruego de los devotos en ocasión del Cumpleaños de Swami y dejarse honrar como "los padres", permitiendo que los llevaran en procesión hasta el Nilayam. De acuerdo con los antiguos mandamientos, en Badrinath y Benarés marido y mujer debían presentar conjuntamente sus ofrendas de adoración a los ídolos sagrados. De hecho, la ausencia de la mujer podía incluso anular los frutos del culto. Cada ofrenda presentada por el marido debía ser confirmada por la mujer. El sostiene las monedas en la mano y permite que la mujer vierta sobre ellas algunas gotas de agua antes de entregarlas. Rama había enviado a Sita a una ermita y no podía hacer que saliera de allí, de modo que, cuando llevó a cabo un ritual védico, tuvo que tener una imagen de oro de su mujer consigo e invocar a Sita en ella, para cumplir con los sacerdotes y con los textos.

Eswarama representaba a la esposa hindú modelo tanto en éstas como en otras ocasiones. Permítanme anticiparme un poco a un evento. El día que Swami y los devotos dejaron Lucknow para dirigirse a Benarés, el secretario del Gobernador estableció el orden de prioridad para los automóviles, de acuerdo con el protocolo. Encabezaba la caravana el automóvil que llevaba a Swami y al Gobernador, seguido por el coche de la policía, el Rolls Royce con los padres, el del secretario, el del editor del Sanathana Sarathi y así sucesivamente. Pero Eswarama declinó esta marcada distinción y prefirió ir en el ómnibus lleno con sus hermanas devotas, a las que pudo deleitar con sus salidas humorísticas y sus vívidas anécdotas.

En compañía de otros fue testigo de los "milagros" de Swami, pero, en vez de maravillarse, su respuesta fue de ansiedad. Según su modo de ver, un milagro llamaría al otro, puesto que los que se sintieran atraídos por ellos los pedirían una y otra vez. La madre temía que cada milagro fuera agotando el poder espiritual de Swami. Algunas personas le habían confiado que los poderes no le durarían por mucho tiempo, ya que los estaba usando en demasía. Ella se había atrevido a advertirle a Swami, en una o dos oportunidades, sobre esta perspectiva, pero no había recibido como respuesta sino un sonoro "¡Bah! Debo hacer felices a todos y a cada uno. Para esto he venido, para conducir a los pobres y a los desdichados hacia la Bienaventuranza (Ananda). ¡Su Bienaventuranza es el alimento que me sustenta!".

¡Alimento! A mediodía y en la noche, a la hora del almuerzo y la comida, cada vez que pensaba en ello, Eswarama se enfrentaba a una confusión. ¿Cómo podía ser que la Bienaventuranza de los demás fuera alimento para El? Sus hijas y ella se encontraban junto a la mesa, acompañadas por otras devotas de Madrás, Bangalore y Hyderabad. Ninguna estaba "en Bienaventuranza" viéndole servirse. ¡Comía tan frugalmente! No mostraba entusiasmo; era mucho lo que dejaba de lado. No mostraba preferencias observables, ni tampoco apetito, ni parecía tener algún gusto que se pudiera satisfacer, ni hambre que calmar, ni tiempo que perder. ¿Cómo podía extraer sustento de esta atmósfera tan carente de Bienaventuranza? Eswarama suplicaba, protestaba e insistía, pero todo era en vano. Probaba un bocado sólo para apaciguar sus lamentaciones, y luego se levantaba y se iba.

Le llevó tiempo a Eswarama reconciliarse con estos rasgos avatáricos. Cada vez que estaba cerca, supervisaba personalmente la preparación del menú para Swami en la cocina de huéspedes. Estaba convencida de que Swami comería algunos bocados más si la cocina era telugu o, mejor aun, si era genuinamente de Rayalasima, la región a la que pertenecía Puttaparti. Cuando Swami se encontraba en )amnagar, Eswarama temió que el menú del lugar pudiera no apetecerle a "su hijo". Por ende, se deslizó hacia la cocina del palacio y pidió permiso para preparar una sopa a base de legumbres. Mientras todos almorzábamos, con Swami sentado a una mesa, con los hombres y las mujeres instalados frente a El sobre tapices a Su derecha e izquierda, alcancé a escuchar que le decía a la Madre: "¡Me gustó y tomé un tazón lleno!". Viendo mi expresión interrogante, me explicó: "Creyó queestaba harto de platos de aquí, ¡de modo que me preparó ella misma algo de Puttaparti.

La preocupación no abandonaba nunca a la Madre. Sus ojos estaban fijos en el plato para comprobar qué y cuánto había comido Swami y lo observaba para ver cómo reaccionaba Su salud frente a las restricciones que se imponía. Arnold Schulman describe, en su libro "Sai Baba", una escena en que la madre se quejaba "sin dirigirse a nadie en particular", de que Swami no comía lo suficiente debido al trabajo incesante que realizaba. La doctora jayalakshmi le tradujo sus palabras. "A El no le gusta la cocina de ellos. Acostumbraba a comer bien cuando niño y yo le preparaba su alimento. Pero ahora ya no le interesan mis platos. Dice que debo tener descanso y tranquilidad y no preocuparme ya de estas cosas." ¡Cuando Schulman estuvo en Prashanti Nilayam en 1971, Bhagavan tenía ya cuarenta y cuatro años!

Eswarama se había prometido que, cualesquiera fuesen las presiones en su casa, ella acompañaría a Swami cuando volviera a viajar al norte. Pasaron tres largos años antes de que se presentara esa oportunidad. A comienzos de 1960, Swami accedió a pasar algunos días con el doctor Ramakrishna Rao, el cual se había trasladado de Trivandrum a Lucknow, como Gobernador de Uttar Pradesh. La Madre se sintió feliz, porque sabía que la mujer del Gobernador la dejaría pasar desapercibida en medio de sus compañeras, sin ser identificada ni mimada o adulada y publicitada. Como el viaje iba a ser simultáneamente una peregrinación a Ayodhya, Kasi y Prayag, también el "padre" se unió a la partida de veinte personas que acompañarían a Swami.

Esta oportunidad que se le brindaba de poder bañarse en las aguas de los épicos ríos Sarayu, Yamuna y Ganges, abrumó de gratitud a la Madre. Revivió el Ramayana en Ayodhya y sintió un dolor amargo en su corazón cuando, al llevar flores al Sarayu, recordó la forma en que Rama había puesto fin a Su carrera de Avatar, caminando en silencio para sumirse en las aguas del río y volver así a la Morada Divina de donde había venido. El Yamuna se convirtió para ella en el Chitravati de Krishna. Ambos, el padre y la madre, llevaron la preciosa agua del Ganges hasta el santuario de Viswanath en Kasi, para verterla juntos sobre el Lingam (símbolo de la Creación) en presencia de Bhagavan, en tanto que los sacerdotes entonaban mantras védicos. Entonces, Swami creó una joya circular que adornó el Lingam y acrecentó su Divina Potencia.

La buena fortuna al igual que su opuesto, rara vez se presenta sola. Acontece una y otra vez cuando uno ha llegado a merecer la Gracia del Señor. En junio de 1961, la Madre tuvo otra oportunidad de peregrinar a Uttar Pradesh con Swami. Esta vez se dirigiría a Badrinath, el más fructífero de todos los viajes a la sagrada región de los Himalayas, y ello representaba en verdad la cima de su ambición. Pese a una rigurosa eliminación de nombres, la compasión de Swami permitió que un grupo de más de cien hombres y mujeres le acompañara, a la luz de Su Presencia beneficiándose con Ella durante la peregrinación.

El grupo viajó desde Madrás a Nueva Delhi en el ferrocarril (el Grand Trunk Express) y, desde allí fue transportado hasta Haridwar en ómnibus. En este sitio se les unió el Gobernador con aproximadamente cincuenta acompañantes. Los devotos debieron abordar, entonces, ómnibus mucho más angostos que lo usual, diseñados especialmente para subir con prudencia los angostos caminos recortados en las riberas de los ríos de los Himalayas. La primera parada se hizo en Srinagar, anidada en un manchón verde. Los habitantes del área llegaron, trepando por las empinadas sendas o aferrándose a las abruptas laderas, para lograr el precioso Darshan. Su alegría, imposible de ser contenida, se expresó profusamente con cantos y danzas, hasta que se impuso el cansancio. Esto era como estar en Puttaparti, como me lo hizo notar Eswarama después de terminadas las manifestaciones, "¡sólo que éstos saltan y brincan como niños chicos, riendo y haciéndose bromas recíprocamente!".

A la mañana siguiente volvimos a abordar los ómnibus, después de haber tomado un rápido refrigerio. En el trayecto desde Rishikesh, los ómnibus se habían bamboleado de un lado al otro y avanzado a sacudones por el irregular camino de pronunciadas curvas, como si estuvieran traviesamente decididos a enfermarnos y ponernos de mal genio. Ya este primer tramo nos tuvo a muchos a mal traer. El padre había estado vomitando a intervalos regulares y tuvo un acceso de fiebre alta toda la noche en Srinagar. Ala mañana siguiente, mientras nos movíamos entre los vehículos aprontándonos a subir, se nos dijo que estaba críticamente enfermo y que los médicos decían que pensaban que no podría seguir adelante. La Madre, no obstante, se mostró excepcionalmente valiente. "¿No nos dijo Swami en Haridwar que iríamos hasta la imagen de Narayana en compañía de Narayana mismo? ¡Tan pronto venga, el padre se levantará y caminará!" Swami estaba tomando un baño cuando la noticia llegó hasta El. Llegó flotando, como si no tocara el suelo, relajado y sin mostrar preocupación alguna. Se sentó junto al enfermo, apoyó un dedo en el pulso y dijo: "Está perfectamente bien. Ustedes se han asustado en vano. Vayan, acomódense en los ómnibus". Obedecimos. El padre se sentó a mi derecha, tal como lo había hecho desde un comienzo, y los ómnibus partieron tan pronto como Swami agitara Su mano en señal de bendición. La fe de la Madre en el Narayana que es Swami había sido justificada.

A partir de )oshi Math la partida podía continuar el viaje a pie o a caballo, o dentro de unos pesados canastos cargados por cuatro fuertes mocetones del lugar. Como todos los demás, también la Madre se puso un grueso abrigo de lana, se rodeó el cuello con una bufanda y se puso un par de anteojos oscuros para evitar que el resplandor de la luz sobre la nieve le lastimara los ojos. Era una tensa y silenciosa caravana la que avanzaba por la estrecha cinta de la huella que serpenteaba entre el escarpado cañón a la izquierda y el precipicio a la derecha. Swami y el Gobernador encabezaban a pie la sinuosa hilera, seguidos por aproximadamente setenta decididos peatones y un surtido de caballos, sillas de mano y canastos sobre los que iban aterrados viajeros.

Eswarama había sido ubicada en una silla de mimbre atada a las espaldas de uno de la tribu, después de haber visto a una fila de estos "vehículos" que le parecieron cómodos y confortables. Pero al ver el amenazante abismo a un lado, la desastrosa escarpa al otro y el sudoroso ser humano sobre el que iba. la silla, hizo acopio de valor para solicitar un cambio. Lo hizo manifestando de viva voz su arrepentimiento por haber elegido la silla de mimbre, lamentándose en telugu, y el cargador se detuvo confundido, temiendo ser despedido sin obtener más que algunos centavos. Pero la Madre insistió en que se le pagaría el total, como si la hubiera dejado en las gradas del templo mismo. El hombre sonrió aliviado ¡y pidió mayor paga! Deshaciendo el nudo de la punta de su sari, la Madre puso una moneda de una rupia en su mano. Entonces le fue traído un canasto en el que ella podía sentarse con cierta comodidad. Este colgaba de cuerdas atadas a una gruesa vara que dos cargadores llevaban con soltura, avanzando con un canturreo entre sus labios.

Cuando llegamos a Badrinath, tanto la Madre como el resto de nosotros pensamos que era el país de las hadas. La nieve cubría luminosa los altos picos y las rocas cercanas. Estaba situado a tal altura que no era posible cocer el arroz hasta que estuviera blanco. ¡La Gloria de Dios cantada por múltiples lenguas! ¡El frío glacial! ¡El fortísimo viento! ¡Un rugiente torrente de montaña! A pasos de distancia, una vertiente de agua hirviendo que salía a borbotones por una grieta en el risco. La Madre pasaba horas dentro del templo, sentada junto al ídolo con un grupo de compañeras, maravillada frente a la grandeza inagotable ante la cual se hallaba.

Swami extrajo el Lingam que Su voluntad había querido que emergiera, desde su receptáculo debajo del ídolo de piedra de Narayana en el Sagrado Santuario de Badrinath. "Este le fue dado por Shiva a Sankaracharya en Kailas, y él lo enterró aquí, antes de instalar al Narayana", dijo Swami a Eswarama. "Y por qué lo has sacado ahora?", fue su inocente pregunta. "Para cargarlo con el poder de bendecir, de responder alas plegarias y de otorgar favores", fue la respuesta.

Con Eswarama sentada en medio de las mujeres como blanco ostensible para Sus comentarios explicativos, Swami ayudó a todos los que lo oyeron a entender los pasos seguidos en el proceso de ese misterioso ritual. "Este es el Lingam extraído de la base del ídolo. Este recipiente de plata creado por Mí está lleno de las sagradas aguas de la fuente misma del río Ganges, en las que estuvo sumergido hace poco. Estas son hojas de bilba de oro, como se prescribe para el ritual del Lingam", iba explicando Swami mientras agitaba la palma de Su mano. Todo este tiempo, los eruditos Brahmines que había entre nosotros habían estado recitando himnos védicos, para propiciar a Shiva en la forma del Lingam. Entonces, uno de ellos se levantó con las manos unidas. "Flores de Tuma, Swami", suplicó. "¡Por supuesto! ¿Ellas no crecen en los valles del Himalaya ni en las montañas, no es cierto? ¡No importa, aquí hay un manojo!" Hizo girar la mano y, extrañamente, apareció un montón de flores de Tuma cubiertas de rocío, llegadas desde donde crecían. Swami las esparció sobre el montón de hojas de oro en torno del Lingam. Luego, Swami anunció: "Todo ha terminado. Ha sido cargado con Shiva. ¡Ahora regresará!" y, ¡oh maravilla!, el Lingam desapareció de nuestra vista.

Al día siguiente en el sagrado lugar llamado Brahmakapala, el cráneo de Brahma, un área amplia de pura roca y forma cóncava, Eswarama y Peda Venkapa Raju participaron en un ritual que les produjo un inmenso alivio a ambos, ya que por este medio pudieron liquidar las deudas contraídas con sus ancestros. Todas las parejas de matrimonios de la partida se sentaron juntas allí. Los mantras que invocaban e invitaban a los espíritus de los difuntos, fueron repetidos por los sacerdotes del templo. Las ofrendas de granos de arroz y de sésamo estaban listas en nuestras manos. Lo que íbamos a ofrecer en ese punto triplemente sacro, era el alimento que había sido consagrado ese mismo día al serle ofrecido ceremonialmente a Narayana por el arcipreste del templo, el alimento bendito (prasad) que, créanlo o no, iba a salvar para siempre a los difuntos de las angustias del hambre. En realidad iban a ser muy bendecidos. Porque el alimento que se ofrecería ceremonialmente a las almas invocadas por medio de los mantras, fue colocado en nuestras manos, no por el arcipreste, sino por Narayana mismo, venido como Bhagavan Sri Sathya Sai Baba.

Han sido millones los que, por milenios, han creído que una vez que se ha llevado a cabo esta ceremonia Védica en el Brahma Kapala y se le haya entregado el alimento sagrado a los queridos difuntos, nada más se requiere hacer por ellos, porque habrán alcanzado ahora la Región Cósmica de la Bienaventuranza Eterna, situada fuera del alcance de la mente o de los mantras. El alimento sagrado impregnado con misteriosa potencia por el toque de Bhagavan, no fue ofrecido sólo a los seres queridos. La costumbre y la compasión insistían en que, además de los propios antecesores y los ancestros directos que eran invocados por sus nombres, debían compartir el Divino Presente, en ese punto de Brahma junto a la ribera del sagrado río Alakananda, también muchos otros, primos y camaradas, compañeros de estudio y profesores, jefes y servidores, amigos y enemigos, sí, incluso los enemigos.

Ese día fue para Eswarama el Día de los Días. Sus pensamientos revolotearon por años sobre esa conmovedora ceremonia. La revivía cada vez que volvía a encontrar a las mujeres que habían compartido con ella esos maravillosos momentos a la sombra de los picos de los Himalayas.

Imaginen la sorpresa de la Madre cuando, apenas cuatro meses después de su regreso de Badrinath, arribara a Puttaparti una gloriosa constelación de eruditos Védicos (pandits) de todas partes de la India. Por la inescrutable Voluntad de Swami, venían a celebrar una ceremonia de ofrenda y sacrificio, adhiriendo meticulosamente a las rigurosas normas establecidas en el nebuloso y remoto pasado. Los pandits adoraban a Swami como al Vedapurusha, el inspirador mismo de esas inapreciables Escrituras Divinas. La aldea resonó durante siete sublimes días con los himnos en alabanza al Vedapurusha. El fuego sacrificial fue alimentado con manteca clarificada, varitas de sándalo y con mantras de los antiquísimos textos. Los pandits declararon que se sentían en verdad bendecidos por la Divina Presencia misma. La Madre se sentía dichosa al ver que Puttaparti era en verdad el lugar sagrado hacia el que estaban convergiendo todos los siglos y todos los países. Los milagros de Swami se estaban volviendo cada vez más misteriosos. ¡En verdad, Swami se estaba levantando como el Gurú del género humano!

Así pensaba Eswarama en tiempos de Gurú Purnima. Durante este festival anual, cuando alumnos y discípulos se inclinan reverentes ante sus Gurús, los mismos Gurús acreditados y ampliamente reverenciados ya por mucho tiempo, llegaban a rendir homenaje a Swami.

 

 

EL JUEGO DIVINO DEL AMOR

 

 

 

Sin embargo, el Gurú Purnima de 1963, trajo consigo temores y desesperación como consecuencia de un único juego divino (lila) de Swami. Una semana antes del sagrado día, el 29 de junio, Swami perdió el conocimiento y cayó pesadamente al suelo en su habitación, aproximadamente a las 6.30 de la mañana. Raja Redy y yo, que estábamos con El, lo levantamos y lo acostamos en la cama. Su brazo derecho se había puesto rígido y la mano era un puño cerrado. Nos dimos cuenta de que tampoco su pierna izquierda se dejaba doblar en la rodilla y que los dedos del pie estaban rígidos.

Nos tranquilizamos dando por seguro que este ataque de parálisis había sido asumido por Swami, para proteger a algún devoto cuya carrera habría sido arruinada por el mismo, y que pronto saldría de él, activo y sonriente, como lo había hecho más de una vez en nuestra presencia. Nos quedamos callados, encerrados en la pieza y procedimos a darle un suave masaje a los miembros afectados. A las ocho comenzaron los bhajans en la sala de oraciones. No había señales de recuperación en Swami, de modo que hablé a través de la ventana, indicando que finalizaran los cantos y que se llevara a cabo el Arati. La ausencia de Swami causó inquietud y comenzaron los interrogantes susurrados entre los devotos. Cuando no se le vio pasar hacia el comedor ni a las 10 ni a las 11, la ansiedad fue en aumento. Se sentían sollozos y lamentos, llantos y gemidos allí donde se reunían las mujeres.

La Madre sintió de alguna manera la llorosa tensión y subió por la escalera del ala occidental para saber qué estaba ocurriendo. Golpeó la puerta y nos vimos obligados a dejarla entrar. La condición de Swami aparentemente estaba empeorando para entonces, pero tratamos de tranquilizarla, diciéndole que el ataque había sido solamente asumido por Swami y que podía dejarlo de lado en cualquier momento y volver a Sus actividades normales. Para apaciguarla por completo, nos decidimos a llamar a los médicos del Nilayam. La Madre sugirió que se le enviara un telegrama al doctor Sitaramiah, el que había partido a Razole, y también a Susheilama en Madras.

Entretanto, un primo que no pudo reprimir sus presentimientos sobre la inminencia de una calamidad, consiguió un automóvil prestado, partió a toda prisa hacia Bangalore y volvió con el director adjunto del servicio médico del Estado de Karnataka. Llegaron tarde en la noche a Puttaparti, de modo que el facultativo no pudo ser llevado hasta la habitación hasta la mañana siguiente. Para entonces, ya se veía afectado uno de los ojos de Swami y Sus dientes estaban apretados. No mostraba indicación alguna de que se diera cuenta de lo que pasaba a Su alrededor. El doctor le tomó el pulso, lo auscultó con el estetoscopio y trató de montar un "dispositivo de goteo", pero Swami lo rechazó. Con expresión sombría, el médico abandonó Puttaparti hacia las nueve de la mañana.

Al llegar a Bangalore, el médico le confió al primo que le había acompañado de regreso con el objetivo de conocer la verdad respecto del diagnóstico: "No creo que vaya a verle nuevamente. Se trata de un ataque fatal de meningitis tuberculosa. ¿Qué más podría hacer un médico si se le impide llevar a cabo una punción lumbar y se objeta incluso algo tan común como la aplicación de suero?".

En verdad, resultaba casi imposible para nosotros convencernos de que el médico estaba equivocado. Baba se daba vuelta inquieto en su lecho, gimiendo de "dolor". Los músculos faciales se veían agarrotados y deformados; la lengua colgaba; las palabras eran repetitivas e ininteligibles; el ojo izquierdo había perdido la visión; el termómetro marcaba unes pocos grados por sobre lo normal. Baba se había envuelto en misterio y se había sumido en un dosel de densos vapores de duda.

Eswarama no estaba en absoluto preparada para hacer frente a la tragedia que se cernía sobre ese lecho. Se atrevía a subir las escaleras sólo después de haberse fortalecido por largo tiempo, permaneciendo en la habitación de abajo, pero se quebró a! ver a Baba en ese estado. Sushilama llegó desde Madrás al mediodía del lunes y se instaló como enfermera permanente, lo que permitió a la Madre pasar los días de ansiedad que siguieron con un valor moderado, ya que sabía que Sushilama era una devota inteligente y dedicada.

Esa tarde, Swami indicó por medio de gestos que deseaba ver a algunos de los que se estaban ocupando de la escuela de sánscrito, de la cantina y de la distribución del alojamiento, como asimismo de los demás detalles. Por Su actitud, dedujimos que quería que siguiéramos adelante en forma normal, pese a todo: ¡Una tarea que nos rompía el corazón! Le repetimos lenta y pronunciadamente lo que deducíamos de Sus indicaciones y cuando asentía o daba otra señal de aprobación a lo que habíamos entendido, podíamos proceder con tranquilidad con nuestras tareas. Cuando sacudía Su cabeza para indicarnos que no habíamos adivinado correctamente, le presentábamos otra versión para Su consideración. Logré de El la confirmación de que el ataque de "parálisis" representaba un acto de Gracia sustitutivo. Le pregunté quién era la afortunada persona, pero por Sus gestos comprendí que no mencionaría el nombre. Le pregunté por qué. Traduje Sus gestos como queriéndome decir "¡lo individualizarían y se desquitarían con él!".

La Madre se sintió aliviada cuando le comuniqué que Baba sólo había asumido la enfermedad y que, por ende, no debíamos sino esperar el momento en que la desechara. De todos modos, le resultaba difícil resistir la creciente ola de temor y de ominosos presentimientos que estaba minando la confianza entre los aldeanos que lo supieron. "Es magia negra." "Es la posesión de un demonio." "Es el fin de esta singularidad:" "Desde este día seguirá viviendo como un inválido". Estas eran las conclusiones de los ancianos y los sabios de la aldea.

Se comenzaron a sugerir diferentes ritos paliativos, lo que obligó a las hermanas y a otros parientes a buscar por todas partes a charlatanes, sacerdotes y médicos brujos. Eswarama no fue capaz de hacer suficiente acopio de fuerzas como para contradecir todos estos trámites. Los argumentos de los demás la silenciaron e incluso la llevaron a la aceptación y aprobación de estas tentativas, diciendo: "¡Los rituales pueden ayudar a aliviar la enfermedad y, aunque no sirvan, no podrán empeorar las cosas!" Las esperanzas de la Madre vacilaban entre el sí y el tal vez, y a veces la espantaba nuestra insensibilidad, porque los que estábamos en la habitación no hacíamos más que observar y esperar, escuchar y obedecer.

Pese a que no había ninguna evidencia de mejoría, Swami nos dijo, en Su lenguaje vacilante, que después de cinco días, el jueves, la enfermedad comenzaría a desaparecer. Parecía decir que ya no sentiría dolores. Esta revelación nos parecía, en verdad, demasiado optimista como para concordar con la situación visible, pero representaba al menos una brizna de pasto de la que podíamos aferrarnos para conservar la salud mental. Media hora después de la salida del sol del día jueves 4 de julio, Swami anunció las esperadas noticias: '¡No tengo dolores!" Además, me pidió que informara a los devotos reunidos en el salón de oraciones que había cumplido con Su misión de Misericordia y daría el ansiado Darshan el sábado, el día de Gurú Purnima, el día dedicado a la adoración del Preceptor espiritual.

Me pidió que le repitiera lo que les había dicho en el salón. Entonces, me pidió que volviera a descender las escaleras y les entregara una descripción detallada de su condición física, para que no se asustaran al verle el sábado. Pero, por supuesto, la conmoción que recibieron los devotos fue mayúscula; se habían reunido ya unos cuatro mil en el Nilayam, ya que sólo faltaban dos días para el Gurú Purnima.

Cuando la Madre se enteró de que Swami había prometido dar Darshan, el sábado, se dirigió apresuradamente hacia el Nilayam y consultó los más antiguos devotos respecto de cómo se arreglarían las cosas para el Darshan. Cuando se solicitó su opinión a Sri Ramanata Redy, un ingeniero civil, antiguo devoto y erudito en los clásicos, expuso su idea favorita, que era la de alejar a Swami de la creciente multitud de devotos dominados por el pánico, llevándolo hasta los inaccesibles Horsley Hills, para llamar entonces a médicos especialistas de Vellore para que diagnosticaran la enfermedad y prescribieran un tratamiento adecuado. En cuanto al Darshan que Swami deseaba dar para el día de Gurú Purnima, podía darlo desde el balcón de la planta alta. Ello demandaría un mínimo de esfuerzo, ya que debía moverse sólo unos doce pasos desde la puerta de la habitación en la que estaba. Esta era la sugerencia más cuerda y todos nos plegamos a ella aunque Swami no quiso aceptarla. "¡Por muy débil que esté, debo darles Darshan sentado en el sillón de plata, ahí en el salón de oraciones y mientras entonen los bhajans!", insistió. Su Voluntad es inexpugnable. ¿Quién se atrevía a mostrar su desacuerdo? ¡Sin embargo, Eswarama y Peda Venkapa Raju nos culpaban a nosotros por nuestra intransigencia y servilismo!

Amaneció el importante día, el 6 de julio de 1963, y en la tarde el salón comenzó a llenarse rápidamente. Los padres no podían soportar la visión del incapacitado Swami a) ser bajado por la escalera caracol y sentado en el sillón, pero tampoco podían permanecer alejados, quedándose en la aldea. Estaban de pie en la galería de una de las construcciones cercanas al Nilayam, hacia el lado oeste, como petrificados, mientras los nietos y nietas se turnaban corriendo hacia ellos para relatarles lo que estaba sucediendo. "¡Kittapa y Raja Redy lo están bajando por la escalera; Kasturi le sostiene el pie izquierdo para mantenerlo firme y en posición!" "Swami tiene atado un pañuelo en torno de la cabeza, para sujetarle la mandíbula. Se le ve sólo un lado de la cara." "A Swami lo sentaron en una silla en la habitación junto a la puerta que da a la galería." "Abrieron la puerta. A Swami lo sujetan dos personas. Le cuesta pasar por sobre el umbral." "Ya pasó. Su pierna izquierda está rígida, hay que ayudarle para que la mueva." "Entró al salón; el sillón de plata está en su lugar."

Los padres escucharon el gemido, el lamento, el sollozo irreprimible. Vieron a grupos de hombres y de mujeres profundamente afectados que salían apresurados del salón arrastrados por su angustia, llorando desconsolados como huérfanos abandonados a su suerte. Ambos prorrumpieron en llanto. "¡Se ha ido!", gritó el padre y se golpeaba la cabeza. "Temía que esto iba a suceder", musitó la Madre, cayendo desmayada. Los nietos también estaban sumidos en el pesar y llevaban mensajes de un lado al otro. Los hermanos y hermanas quedaron aturdidos. Un terrible silencio hacía irrespirable la atmósfera, incluso dentro de la gran sala.

Largos minutos de tensión. Entonces un atronador rugido de ¡Yei! ¡Yei Sai Ram! se dejó oír. Todos corrieron hacia el salón. Swami estaba bendiciendo a los devotos con el Mensaje de Gurú Purnima. Con Su porte erecto, ojos brillantes, rostro sonriente y voz melodiosa, pronunciaba un discurso del Gita. "¡Le llamamos Sathya, pero no podemos conocer Su Sathya (Verdad)!", exclamó la Madre. Al padre le tomó un largo tiempo reponerse.

Las hijas que se quedaron durante el discurso de una hora de Swami, se lo relataron esa misma noche a la Madre, porque no podían reprimir tanta maravilla encerrada en sus corazones. Debía ser compartida y celebrada. "¡Madre! ¡El es Shiva Shakti (la Energía de Dios)! Lo anunció hoy. Con la mano derecha salpicó algunas gotas de agua sobre la mano izquierda paralizada y también sobre la pierna, y eso fue suficiente para curar el ojo, el rostro, el hombro, el brazo y el pie. Se levantó y comenzó a hablar. Su voz era de plata, Su mensaje de oro, Madre, y dijo que todo se debía a un castigo que Shiva se había impuesto, para El y para Parvati, Su Shakti (Esposa y Madre Universal) por el dolor que, sin querer, le habían causado al gran sabio Bharadwaja. El lado derecho de Sathya es Shiva y Su mitad izquierda, Shakti. Su lado izquierdo sufrió por una semana, debido a que Shakti debía reparar una falta cometida." "¿Qué es lo que están diciendo?" interrumpió Eswarama. "¿Es el Adorado Gran Señor?" "¡Sí!", afirmó Venkama, "eso es lo que proclamó ser".

Eswarama conocía sólo superficialmente las leyendas tejidas por poetas y santos en torno de Shiva y Shakti, su residencia en el pico de Kailas en los Himalayas, sus dos hijos Ganesha y Subrahmanya, y el vehículo de Shiva, el sagrado toro Nandi. Las había oído recitar por intérpretes músicos en el templo de Shiva en Puttaparti, mas esta historia del castigo que se habían impuesto a sí mismos no se encontraba en el repertorio de ninguno de estos eruditos. "¡Hay mucho más en Kailasa y en Vaikunta de lo que saben los Puranas!", pensó. "Bharadwaja debía ser apaciguado. ¿Habría sido ésa la razón por la cual Swami eligiera para Su encarnación al clan que llevaba su nombre? ¡El es todos en Uno y el Uno en todos! ¡Por qué tengo que torturarme con dudas y preguntas!", se dijo finalmente. "El es Swami, y con eso me basta."

Después del Arati, Swami subió la escalera caracol por Sí mismo, en medio de gritos de aclamación y una fanfarria de trompetas. Había vuelto a asumir Su rol. Nadie se atrevió a mencionarle la semana que acababa de terminar, porque El estaba preocupado por los miles que habían venido buscando las bendiciones del Gurú y atareado dando instrucciones para su alimentación y alojamiento y el permitirles besar los Pies del Señor, como anhelaban. Los días negros habían pasado. El Sol Sai brillaba más resplandeciente que nunca. Eswarama se sentía feliz porque Swami había revelado otra faceta de Su Divina Gloria. Los árboles que rodeaban al Nilayam dejaron caer sus hojas viejas y se vistieron de un tupido follaje verde. En cada rama trinaba la alegría. El aire estaba impregnado de la fragancia que provenía de córazones gozosos, bañados en paz y esperanza.

Cuatro meses transcurrieron... Una súbita y corta enfermedad se llevó al padre en el cuarto día de noviembre de 1963. Lanzó su último suspiro en la casa de su hijo menor. En el Nilayam, era el momento de los bhajans, y ningún programa cambió. Todos sobrellevaron el golpe en silencio. Swami se acercó a las andas funerarias junto al sepulcro y colocó una guirnalda de flores sobre el cuerpo cuando era bajado. Eswarama enfrentó la calamidad con valor. Swami se había convertido en su fortaleza y su roca, su escudo, su bastión. La vida de Swami era Su Mensaje para ella. Prestó oídos mientras le leían el artículo que Swami había escrito sobre esto para el "Sanathana Sarathi" y extrajo mucho sustento y fuerza de las verdades que comunicaba. Le habló a Swami respecto de lo que había aprendido de ese artículo. Swami había escrito que el Avatar le confiere el status de padre a la persona de Su elección y que este honor se otorga sólo una vez en una Era, puesto que Dios decide ponerse la vestidura humana únicamente cuando la humanidad se haya hundido muy profundamente en una miseria autoinfligida. Eswarama había escuchado a los devotos alabarla como un ser de una suerte única, desde el momento en que el Avatar había encarnado como hijo suyo. ¡Ahora quedaba confirmado, sin lugar a dudas, que esa suerte le había sido conferida por el Hijo mismo!

Los eruditos expertos en los Vedas y los Sastras no albergaban ninguna duda respecto de la autenticidad de) Avatar porque como dice Swami, "Sólo aquellos que han llegado a dominar las antiguas escrituras de la India Me pueden reconocer". Fue por ello que los sabios recibieron con gratitud la creación de la Academia de Erudición Védica que Swami forjara como instrumento para la restauración de la Senda Eterna. Bajo sus auspicios, los estudiosos se embarcaron en un programa de seminarios y simposios con el objeto de popularizar los principios filosóficos y los códigos de moralidad contenidos en los Vedas. Respondieron con entusiasmo a la proposición hecha por Bhagavan, en febrero de 1965 respecto de revivir el ritual del Upanayanam para muchachos. Por medio de este ritual, los niños son iniciados en el Mantra del Gayatri, el que constituye la clave para el progreso espiritual. La Voluntad de Swami se impuso sobre la inercia existente a través de los siglos y la indolencia de sucesivas generaciones. Ella impulsó a los adolescentes de todas partes a imponerse a sus padres para hacerles prestar oídos a este llamado a través de los siglos. Más de quinientos de estos muchachos, pertenecientes a más de una casta y a muchas subcastas que hacía mucho habían quedado excluidas del privilegio de pronunciar esta oración, se reunieron ante la Presencia. Swami les invistió con la marca de la iniciación e imprimió en sus tiernas mentes la sagrada invocación dirigida a la Luz que ilumina al sol y al Cosmos, para que ilumine al intelecto.

Eswarama presenció el desarrollo de este festival fundamental. ¡Se sintió abrumada por la sublimidad de la ocasión y por la divina dimensión de Swami, el que se había escapado de Su escuela para dirigir una escuela para todos los hombres de todos los rincones del mundo! Muchos eruditos (pandits), reverenciados por su saber, iban en busca de ella durante la semana de la ceremonia de ofrenda y sacrificio, en cada Dassara. Anhelaban rendirle homenaje a la madre del Arbol del Cielo de esta Era de Kali (la Edad del mal), del Dios de dioses, el Sri Krishna, el Señor Supremo. Eswarama se recogía en sí misma ante esta exaltación, aunque en el fondo de su corazón escuchaba una voz que hacía eco su propia fe. Se decía para sí misma palabras similares a las de María para con Isabel: "Mi alma alaba al Señor y mi espíritu se regocija en Dios. Porqué El se ha dignado mirar a esta humilde sierva Suya y, en adelante, las generaciones me considerarán bendecida".

Durante Dassara, Eswarama podía observar el júbilo de todos estos reputados personajes ante la oportunidad que tenían de participar en la celestial ceremonia. Los pandits ya habían logrado que Swami visitara los distritos del Godavari Este y Oeste en Andhra Pradesh. Ellos llevaron a cabo una ceremonia Védica en Su Presencia junto a las riberas del sagrado río, el que había sido más santificado aún por el contacto con Shirdi en su tramo supérior y Sai Baba asociado con este lugar. Había oído hablar de pandits de los Estados de Kerala y de Maharashtra que habían encastrado en El al guía y guardián que anhelaban, y recordaba también a los renunciantes (sanyasins) de Haridwar, Badrinath y Benarés que ansiaban escuchar Sus Discursos.

Sin embargo, ¿hacia dónde conducía todo esto? ¡Hoy está aquí y mañana allá! Cada vez que terminaba la sesión de bhajans en el salón de oraciones y le era ofrecido el Arati, sentía la calidez en su corazón frente a la congregación que aclamaba a Swami como al "Gran Alma (Mahatma) de Puttaparti", porque era seguro que Puttaparti se mantendría como Su residencia, por muy lejos que viajara o por mucho tiempo que pasara cruzando la tierra y los aires en respuesta a las plegarias de la gente. No obstante, esta seguridad nunca parecía ser (o suficientemente firme. ¡Se diluía y debilitaba cada vez que El dejaba el Nilayam para una visita a otro lugar! Eswarama se dejaba caer en mi habitación cada vez que se sentía oscilar como un péndulo entre la fe y el temor, la convicción y el conflicto. "Los pandits declaran que El es un Avatar tan genuino como Rama y como Krishna. El afirma que es Shivashakti, Gourishankar, Sathyam (Verdad), Shivam (Gozo), Sundaram (Belleza) y también Sai Baba. Sai Baba, según me han dicho, ha asegurado que es Vasudeva (Dios). Los pandits han aprendido todas las escrituras, de modo que lo que me dicen debe ser la Verdad. ¿Está usted de acuerdo?", me solía preguntar con tono de ansiedad. Yo no podía decirle que mi mente y mi cerebro se contraponían a veces respecto al mismo interrogante. Sólo pude hacerle una sugerencia: "Tenga fe en la declaración de Swami respecto de Su Realidad, como, cuando y donde sea que la haga. Sus declaraciones levantan e) velo de Maya que El se deleita en usar y en quitarse". Nunca pude saber si llegaba a aceptar mi sugerencia, porque no dejó de plantearme las mismas preguntas, tanto a mí como a muchos otros, por muchos años más. Nadie de los que conocía podía resolver su dilema, con excepción de Swami, y Su consejo para ella era el mismo que daba a cualquiera: "Ven, mira, examina, experimenta y cree".

Esto me hace recordar las palabras de la hermana Nivenita al describir la innata sinceridad de otra santa mujer, Sri Sarada Devi, la Santa Madre: "En ella uno puede ver realizadas la dulzura y la sabiduría que puede alcanzar la más simple de las mujeres de este antiquísimo país. La dignidad de su gracia y su imparcialidad son casi tan maravillosos como su santidad. Su vida se resume en una larga quietud de oración".

El día del Upanayanam representaba algo muy especial. Los iniciados y sus padres se mostraban felices, pero más felices aún estaban los eruditos Védicos, porque se daban cuenta de que habían sido testigos del alborear de un día en que el mundo retomaría su peregrinación hacia la Luz y el Amor. Eswarama también sentía que el Upanayanam representaba un evento trascendental, aunque sus implicaciones estuvieran más allá de su comprensión. Sin embargo, no podía dejar de advertir el visible cambio que la oración del Gayatri había producido en las vidas de los jóvenes de la familia Ratnakaram a los que había persuadido de recibir esa clave para la serenidad mental. Las filas de rostros de expresión resplandeciente mostraban un brillo mayor en el momento en que los muchachos se embebían del mantra que Swami les susurraba al oído, cuando cada uno de los quinientos se aproximaba individualmente a El. Además del Gayatri, Swami les otorgaba también la poderosa fórmula para la autopurificación, el mantra que enseñara el Sabio Narada al joven Druva cuando iniciara su meditación y sus prácticas espirituales: Om Namo Bhagavata Vasudevaya.

En mayo de 1968, todos los residentes de Prashanti Nilayam y también la mayoría de los miembros de la familia Ratnakaram viajaron en ómnibus y trenes hasta Bombay para presenciar la inauguración del "Dharmakshetra", la maravilla arquitectónica dedicada a Swami para ser usada como Su residencia y como sede central de la Organización de Servicio (Seva) que operaba bajo Su guía en el Estado de Maharashtra. Esta fue la primera visita de la Madre a la ciudad de Bombay. Había estado en Madrás y en Nueva Delhi, en Bangalore, Trivandrum e Hyderabad, pero Bombay fue la ciudad que le gustó menos. Por lo tanto, no lamentó el no poder visitar "los lugares usuales" ni "los puntos de mayor belleza", debido a que el hospedaje para becarios en la Aarey Milk Colony, donde fueron acomodados, quedaba, por suerte para ella, demasiado alejado de la estridencia y el apresuramiento de la ciudad de Bombay.

En ómnibus fueron transportados hasta el Dharmakshetra y hasta los demás lugares en los que Swami atraía a cientos de miles hasta Su Presencia. Eswarama quedó sorprendida al saber que la gente de Bombay, en esas inmensas multitudes, se había impuesto un voto de silencio. El lugar rebosaba de devotos venidos desde todas partes de la india, y recordaba haber visto a muchos de ellos antes en el Nilayam. Todo era demasiado extraordinario para ser creíble. No podía sino mirarlo todo con asombro. No obstante, no pasó mucho tiempo sin que los que la reconocieran corrieran la voz de que la Madre se encontraba entre ellos. Cientos formaron filas para llegar a ella en la Colonia de Aarey y en el Dharmakshetra. Se la persuadió para que hablara de la infancia de Swami, en tanto que Seshama Raju, el hijo mayor, le traducía las preguntas al telugu y sus respuestas al inglés.

Muy pronto, la Madre supo por el doctor C. G. Patel que Swami había accedido a visitar Africa Oriental por algunos días. Quedó muy alterada ante la perspectiva de un viaje que implicaba volar en avión sobre el océano. Ella había estado parada en la playa en Madrás y en Bombay y había descubierto que el océano se extendía hasta más allá del horizonte en ambos lugares. Por los discursos de los pandits sabía que el mar no era un lugar seguro para cruzar. Cuando Hanuman había saltado sobre el océano, una malvada diablesa había asido con sus garras mortales la sombra que se deslizaba sobre las aguas y lo había detenido en medio de su vuelo. Quienes explicaban el Ramayana, describían el océano como un nido de serpientes, tiburones y ballenas de millas de longitud. Swami no hizo amago alguno de calmar sus temores. En verdad, gozó asustándola aún más de lo que lo hacía el Ramayana. Habló de las tormentas súbitas que golpearían al avión en las alturas. Dijo que Africa era un mundo patas arriba, en donde vivían tribus de hombres pequeñitos junto a otras de hombres altísimos. Le dio la asombrosa información de que se iba a tratar de un viaje de cuatro horas hacia el pasado: ¡que iban a dejar Bombay a las tres de la tarde, después de haber tomado el té, y que llegarían al Africa a las once de la mañana del mismo día, para almorzar con quienes estaban allá!

Grandemente alarmada, Eswarama rogó y suplicó que la visita a este aterrador país fuera cancelada. Swami le dijo que Su misión estaba justamente en tales regiones. Luego, avivando jocosamente sus temores, dijo: "¡Hasta hace muy pocos años, había algunas tribus allí que cocinaban carne humana y la comían con deleite!". "¡Sé que lo que dices es verdad, Swami!", gimió Eswarama, "Rayana era de esa tribu. ¡El amenazó a Sita, diciéndole que si en dos meses no cedía a sus deseos, la cortaría en pedazos y haría que se la sirvieran en el desayuno! ¡Tienes que cancelar ese viaje!" Entonces, Swami la consoló como lo hacía habitualmente, después de haberla asustado. "Nada me puede suceder. ¿Crees que llevaría a Indulal Shah y a Kasturi conmigo si existiera algún peligro? También viene una pareja americana y Gogineni Venkateswara Rao. ¡Y nadie se ha comido aún al doctor Patel ni a ninguno de los miles de personas que han vivido allá por años!"

El asustarla, tranquilizándola luego de esta manera, no había sido sino otra de Sus lecciones para enseñarle la forma de "danzar" a través de las ventajas y las pérdidas de la vida. Swami ha dicho:

 

"Yo soy el Maestro de Danza, Yo soy Nataraja, el Príncipe de los Danzantes. Sólo Yo conozco la agonía de enseñarles cada paso, en la Danza de la Vida."

 

Tres cuartos de su mente se habían calmado ahora, pero un cuarto protestaba aún respecto a que había que renunciar a esta aventura sobre los mares. Habló conmigo y con Indulal Shah al respecto, pero cuando le aseguramos que Africa Oriental era un país de paz y de prosperidad, nos pidió que le diéramos detalles convincentes. Le dije que la mayor atracción de este país en el que pasaríamos más de quince días, la constituían los santuarios de la vida salvaje, los que ofrecían la oportunidad de observar a leones, elefantes, bisontes, avestruces e hipopótamos  cientos de ellos  en su hábitat natural. Tuve que arrepentirme de haber revelado este hecho que Swami, con sumo tacto, no había mencionado. Ella había visto estos animales en el zoológico de Mysore, de modo que se llenó de pánico. Sus temores asumieron proporciones tales que ya no estaba en mí el poder apaciguarlos o aminorarlos. "Los paneles de vidrio de una ventana se pueden romper con un solo golpe. Para un elefante es fácil dar vuelta un vehículo", arguyó.

Incluso en el aeropuerto y hasta que pudimos refugiarnos en la sala de embarque, después de haber pasado por los controles de seguridad, la madre seguía advirtiéndonos de no acercarnos demasiado a los leones y de no molestar ni a los hombres ni a los animales africanos. Por muy divertidas que resultaran sus aprehensiones, no dudábamos que eran genuinas. Pronto descubrió que Swami podía ser contactado por teléfono, aunque hubiera distancias de mar de por medio, y sus anfitriones respondieron a sus súplicas y le hicieron el favor, como también a sí mismos, llamando al doctor Patel en Kampala durante la estadía de Swami en Uganda, Tanzania y Kenya. Después de haber oído nuestras voces tranquilizadoras a través del océano, se calmaron finalmente las olas de ansiedad que la ahogaban y el teléfono no volvió a sonar. Con la cara resplandeciente de alegría y de gratitud nos esperó en el aeropuerto de Bombay, cuando Swami aterrizó en lo que reverentemente se bautizó como Su Garuda (nombre del Ave Celestial). ¡Pero aún brotaban lágrimas de sus ojos al recordar a los hipopótamos y los leones en medio de los cuales había tenido que aventurarse el grupo!

La Madre escuchó con arrobamiento el relato de nuestro viaje: el entusiasmo y la devoción de los nativos de Africa, los miles que atendieron a los discípulos de Swami en Kampala y en Nairobi, los bhajans en los que también los africanos participaron. Nos acosó con sus preguntas y pasó horas mirando las fotografías que habíamos traído. Ahora se sentía avergonzada por las aprehensiones que había mostrado ante la gira por Africa y confesó que se sentía una víctima de la ignorancia, ignorancia respecto de los hombres y costu ubres de dicho continente. "Las mujeres deberíamos aprender n as acerca del mundo", dijo suspirando. Swami había salido del Africa después de dirigirse a una reunión de Gurú Purnima allí, en la mañana, y había llegado a Bombay a tiempo para la celebración del Guru Purnima en el Dharmakshetra, la misma tarde. ¡Y así pasó todo!

El Gurú prestó oídos al clamor de la madre en favor de sus hijas. A una semana de haber aterrizado en el suelo de la India inauguró el Colegio Sri Sathya Sai de Artes y Ciencias para Mujeres en Anantapur, la sede del distrito al que pertenecía Puttaparti. "¡Swami, has hecho lo indicado! Las mujeres deben tener una educación tan buena como la de los hombres. Cuando un animal es alerta y valeroso y el otro es ciego y cobarde, ¿cómo podría esperarse que avance el carro al cual están uncidos?", comentó. Lakshmidevamma, la Directora de la Escuela Secundaria de Niñas de Anantapur, le contó que Swami había prometido este colegio un año antes, cuando había presidido el Día de la Escuela Secundaria. "Encuentro que las niñas que terminan su escuela secundaria tienen que seguir sus estudios muy lejos ahora, en Tirupati y en Kurnool", había dicho. "De modo que voy a establecer muy pronto aquí un Colegio Superior". Fue así que las niñas de Anantapur tuvieron su colegio, un colegio dedicado a la realización de los ideales constructivos y universales de Sathya Sai Baba.

Hay que conceder que la Madre era la primerísima pupila del "hijo". Era un ama de casa ejemplar y aceptaba, sin cuestionar nada, los votos, vigilias y ayunos declarados como obligatorios en el calendario hindú. Se deleitaba visitando lugares sagrados, bañándose en los ríos sagrados y ofreciendo su culto en los santuarios. Al igual que todas las mujeres de las castas superiores de Puttaparti y de las otras aldeas, era leal a los legisladores que establecían el código que habría de gobernar la vida diaria y las relaciones sociales.

 

LA PRACTICA ESPIRITUAL SILENCIOSA

 

 

 

Llevó años para que la Madre aceptara, al menos ostensiblemente, que "hay una sola casta, la casta de la humanidad". La nueva etiqueta de "Hijos de Dios" había sido puesta sobre los antiguos apelativos de las castas, pero no había sido capaz de eliminar de la mente de la gente sus prejuicios ancestrales. ¡No le era posible borrar "la marca tatuada del pecado"! Swami le había dicho: "Tú también eres una Hija de Dios". "Hay una sola casta en todo lugar, los Hijos de Dios." Pero la vida de la aldea seguía lerdamente ala sombra de la pirámide de las castas: las inferiores dedicadas a los trabajos más sucios y las superiores a los más limpios.

La Madre simpatizaba con la desesperanza y la impotencia de los "intocables" de la aldea y se mostraba radiante de alegría en las ocasiones en que Swami le delegaba a ella la distribución de saris a cientos de mujeres pobres de las aldeas circundantes. "Nunca habrían soñado siquiera ser dueñas de saris tan costosos", solía confiarles a sus compañeras. "Y éstos los van a usar tan sólo para los festivales y para el matrimonio de sus hijos." Entregarles regalos en esta forma era una cosa, mas ir hasta sus chozas, invitarlas a su casa, tocarlas, comer con ellas, era algo totalmente distinto. Eran libertades que les parecían inauditas incluso a los más radicales de la aldea. Sería marginada y culpada de contravenir un tabú profundamente enraizado y de estar abriéndole la puerta a una peligrosa revolución social.

La Madre jamás interrogó sobre su casta a los peregrinos que venían a Puttaparti. Para ella todos y cada uno de ellos eran genuinos hijos de Dios. Sentía que habría sido un sacrilegio curiosear respecto de sus castas para calcular su grado de accesibilidad o de su respetabilidad. Sin embargo, cuando ella y todos sabían la casta de una persona, ¿cómo podía ese hecho ser pasado por alto, ignorado o evitado? Obligadamente había que acatar, en la aldea, los vientos que soplaban en favor o en contra de una comunidad, casta o grupo en particular.

La Madre encontró que le resultaba cada vez más molesto vivir en su casa de la aldea. No podía sobrevivir en esa atmósfera de conflicto de castas. A medida que se le iban acumulando uno a uno los años, sentía cada vez más contaminado el cielo de la aldea. El escándalo, la calumnia, el furtivo escuchar de conversaciones, los embustes y el ridículo eran los pasatiempos de los deprimidos y desilusionados. Rara vez se hacía uso del templo de Rama para la meditación o para instruirse sobre el Ramayana. Se había convertido las más de las veces en el centro de reunión de los chismosos y, ¡Dios no lo hubiera querido!, de impías confabulaciones. La Madre encontraba que había una atmósfera sofocante.

Gradualmente, su impensada sumisión a la costumbre y a la tradición se trasmutó en una adhesión consciente y significativa y en una jubilosa participación. Shivaratri*, que había sido un ejercicio en ascetismo, se convirtió, gracias al énfasis de Swami, en un día completo dedicado al sublime pensar en Dios. El Sankranti fue recibido menos demostrativamente y con mucho menos gasto de tiempo y dinero, pero con una mayor corriente de amor y compañerismo. Cada festival fue siendo arrancado de la crisálida de la

 

 

* Festival dedicado a Shiva.

corrección, para ser sublimado como la ocasión de celebrar el florecimiento del Amor, que constituye e) núcleo del individuo y de la familia. Los días festivos, llenos antes de extravagantes festejos, dejaron de ser para ella las experiencias causadoras que habían sido. Se transformaron en días sagrados, fragantes con el incienso de las oraciones. El Alegre Dassara perdió el adjetivo calificativo y se convirtió en la adoración de la Madre que protege, da y guía.

Así fueron pereciendo los profundamente enraizados prejuicios y preferencias de la sociedad, al ser ridiculizadas por Swami. El había venido, como lo declaraba, para despejar el antiguo y auténtico camino hacia Dios, para librarlo de las malezas que prosperaron en él y de las barricadas que los pandits han ido levantando para bloquearlo. La Madre aprendió a aceptar y a apreciar la simplificación de los ritos tan viejos como el tiempo en ceremonias como el Upanayanam y los matrimonios. Los estudiosos que conducían las ceremonias en Puttaparti le contaron que Swami había preservado los ritos centrales de estas ceremonias, los ritos que consagrarían el propósito de la iniciación en el caso del Upanayanam y de la integración en el del matrimonio. Lo que había eliminado eran sólo los elaborados agregados que servían para alimentar el gusto por un consumo conspicuo.

La felicidad de la Madre era indescriptible por el hecho de que Swami le acordara a la mujer el honroso status de la maternidad. Durante los Nueve Días de Dassara las mujeres se reunían en el salón de oraciones cada mañana y cada tarde para adorar a lo Femenino Cósmico como Durga, Lakshmi y Saraswati (diosas). Swami acogía también a las viudas, aunque estas mujeres golpeadas por la desgracia no tenían la posibilidad de unirse, según la ortodoxia, a la congregación de mujeres autorizadas. El despotismo masculino había llevado a las mujeres a creer que para merecer favores espirituales, sólo podían aspirar a una credencial: el servicio desinteresado prestado al amo con el que estuvieran legalmente casadas. Cuando este servicio de la mujer llegaba a su término por el inexorable decreto de su karma, perdía todo derecho a rendir culto por sí misma. Swami salvó a las viudas de esta sentencia.

La Madre también se sintió muy feliz de que a las mujeres se les permitiera o, mejor dicho, se las persuadiera de recitar la sílaba mística OM. En verdad, este tabú era tan respetado por las mujeres que nunca se habían atrevido a desafiarlo. ¡La mujer del Magistrado del Distrito, una señora muy educada, abandonó el Nilayam con gran enfado cuando escuchó el CM surgiendo fuerte y entusiastamente de las gargantas femeninas, en las horas previas al amanecer! La Madre sentía que, ciertamente, no se le podía negar a las mujeres el acceso a la Presencia de Dios. Si el CM representa el más puro y más pleno símbolo verbal de lo Impersonal, las mujeres también tenían el derecho a invocarlo a través del CM. Le explicó a Swami lo feliz que se sentía por esto, por Su singular Bendición a las mujeres de todas las castas y razas.

Durante un discurso en Prashanti Nilayam, Swami había hecho el revelador anuncio de que El no podía ser clasificado sobre la base de ningún criterio conocido. Si se requiriera categorizarlo, la gente podía conocerle como Sathya Bodhaka, el Maestro de la Verdad. En recitales del texto del Bhagavatha que ella había escuchado, se hablaba sobre el Sabio Kapila, venerado como una encarnación de Vishnu, y cómo le enseñara la Verdad del Hombre, de la Naturaleza y de Dios a su madre Devahuti. También Eswarama aprendió el curso básico para la beatitud de manera similar, con su "hijo". Como resultado, los prejuicios sociales, las preferencias por ciertos alimentos, las metas espirituales y las afinidades familiares habían ido perdiendo su dominio calladamente. Ella misma se sorprendía frente a la propia transformación mientras observaba a las devotas y prestaba oídos a sus historias respecto del impacto de El sobre sus actitudes y creencias, mientras absorbía las lecciones que Swami les transmitía en todo momento a ella y a sus hijas a través de Sus palabras y obras.

Descubrió que había trascendido lo mezquino y lo profano de la vida aldeana y anhelaba pasar su vida, lo que quedaba de ella, en Prashanti Nilayam, lejos del frívolo devaneo de la aldea. Swami accedió. Se le asignó una habitación con una pequeña cocina y un minúsculo baño adosados, uno de los numerosos departamentos iguales en los que se alojaba a los devotos ardientes en torno del salón de oraciones, sobre el cual residía Swami. Ella ya no tenía quejas. Se sentía agradecida hasta por el más mínimo obsequio de Gracia, incluso aunque no se tratara más que de una observación jocosa de Su parte respecto a su lenguaje o comportamiento.

Nada le preocupaba ya con excepción de una flaqueza persistente que Swami había mostrado desde su niñez. Seguía negándose a que ella se preocupara por Sus necesidades alimentarias. Se requería de horas de persuasión para hacerle probar un bocado. Bastaba la más nimia excusa  un cuervo graznando frente a un mendrugo, la lejana voz de un mendigo, un fruncimiento del ceño de la Madre, un niño llorando en las cercaníaspara hacer que se levantara y abandonara el plato colocado ante El. Y ahora que había empezado a vivir en el Nilayam, podía observar cómo Swami se negaba a Sí mismo hasta los bocados que constituían Su sustento. "La dicha que absorben estos devotos es todo lo que necesito ingerir", decía.

Parados en fila frente al Salón de Oraciones, los devotos esperaban anhelantes ganar el Darshan de Swami, mientras caminaba por la terraza abierta desde Su habitación en el ala oeste hacia el comedor en el ala este, alrededor de las 8.00 para el desayuno, de las 11.00 para el almuerzo, a las 15.00 para una merienda con café y a las 20.00 para la cena. Era de conocimiento general que estas denominaciones de desayuno, almuerzo, merienda y cena no eran sino etiquetas que los devotos le habían puesto a los minutos que Swami pasaba en el comedor antes de retornar al ala oeste y otorgarles otros dos o tres minutos de Darshan. No se daban cuenta de que Swami se levantaba con esa premura de la mesa sólo porque sabía cuánto anhelaban volver a tener su Dharsan. La felicidad de todos ellos era el menú que El prefería. ¿Pero cómo podría Eswarama, la que le había dado a luz, creer en esa aseveración Suya?

Swami adoptaba a veces rechazos aún más drásticos que sumían a los devotos, y a Eswarama, la de más blando corazón, en una profunda aflicción. En una ocasión, en 1966, pude presenciar la expresión de regocijo en su rostro mientras observaba las reacciones de los devotos en Prashanti Nilayam durante los treinta y seis días en que se resistiera a acceder a sus súplicas y se atuviera a Su decisión de no tomar sino un vaso de leche cortada al día. Pese a este sustento microscópico, ni Su porte o gestos, ni Su voz o vitalidad, ni el brillo de Su mirada, el aura en torno de Su cabeza, el encanto de Su sonrisa, el movimiento de Su mano, mostraron signo alguno de debilitamiento o de extenuación. Pero Eswarama vino muchas veces hasta donde yo me encontraba para aguijonearme para que presentara sus ruegos a Swami. Cuando me acerqué a El para suplicarle que volviera a la rutina anterior, se volvió abruptamente hacia mí, diciendo: "¿Por qué? ¿Encuentras que estoy cansado? Estoy tan activo como antes y quizás más. ¿No ves que el número de devotos que se reúnen va en aumento y estoy ocupado con ellos todo el día?". No pude argumentar nada. Las preguntas que me planteaba me silenciaron.

Pero nadie podía silenciar a la Madre. Nadie se sentía inclinado a conceder que el régimen alimentario no había debilitado a Swami. Su aseveración era: "Vivo de la Bienaventuranza de ellos". Pero no quedaba dicha disponible en el corazón de nadie en el Nilayam. Sólo la aflicción dominaba en cada corazón. Muchos se castigaron a sí mismos reduciendo la propia dieta a un mínimo, y cada uno simpatizaba con Eswarama, la que luchaba por contener las lágrimas que pugnaban por surgir.

Swami cedió finalmente y me indicó un día que anunciara a los devotos, tan pronto terminaran las sesiones de bhajans, que Swami había respondido benignamente a sus plegarias y que aceptaría nuevamente el plan habitual de desayuno, almuerzo y cena. Eswarama no cabía en sí de felicidad cuando El volvió a aceptar el ritual de picar granos de arroz con curry, salsas y sopas, y le rogó que nunca más volviera a provocarles con esas tácticas. Cada vez que volvía a recordar esos treinta y seis días en años posteriores, siempre lo hacía con un suspiro y una expresión de resignación. Reconocía con gratitud que la vuelta a lo habitual había respondido a las oraciones de cada uno de los devotos que se encontraban en la Presencia. ¡Esto fue para ella una confirmación de su fe en la oración!

Otro evento maravilloso que se planeara y consumara en Puttaparti por parte de Swami a comienzos de 1968, conmovió su corazón de madre y le brindó una inmensa satisfacción. Se trató de un campamento para el Diagnóstico y el Tratamiento de Enfermedades Oftalmológicas que duró diez días. Durante ellos, fueron examinados cuatro mil pacientes y se realizaron más de mil operaciones para devolverle la visión a los afectados por cataratas, glaucoma, etcétera. Grupos de ancianos y ancianas guiados por sus hijos o nietos llegaron con paso vacilante por los caminos que conducían al Nilayam. Eswarama jamás había imaginado que tanta gente necesitara de la ayuda que Swami había ofrecido. Los devotos y devotas mostraron el mayor entusiasmo en servirles. Las mujeres constituían más de la mitad de los enfermos. Como preliminar a las intervenciones quirúrgicas, había que lavarles la cara, aceitarles el cabello, peinarlo y atarlo convenientemente, además de tranquilizarlas y hacerles perder el miedo. Más de cien devotas se ofrecieron para cuidar a las enfermas, entre ellas se encontraba Eswarama, feliz por el futuro beneficio que gozaría esta multitud casi ciega. En tanto que la Madre se sentía exaltada y avergonzada o a veces confundida cuando la atmósfera del Nilayam vibraba con los mantras védicos y el ambiente se ponía denso con la ortodoxia védica; se sentía, en cambio, a sus anchas y alegre cuando miles de aldeanos indigentes y enfermos eran alimentados y vestidos, sanados y rehabilitados.

Swami la estimulaba a participar en las actividades de servicio y le encargaba distribuir los saris a las mujeres. Eswarama se sentía gratificada en estas ocasiones, cuando podía observar el destello de gratitud en los rostros de las mujeres al sostener entre sus manos los saris. Había aprendido de Swami el arte de dar con entusiasmo cuando El a su vez, ponía dhotis y toallas en las rugosas manos de los hijos del trabajo. Ella experimentaba la alegría de la hermana que encuentra a la hermana, cuando el sari las reunía. Anteriormente, cuando Eswarama caminaba entre las hileras de camas en donde se encontraban las mujeres con sus ojos vendados que extendían sus manos en busca del contacto con ella, era claro que reconocían la presencia de la Madre junto a cada una de ellas.

La Madre se sentía feliz de que Swami hubiese decidido promover la educación superior para las mujeres. También ella, como todas las mujeres del ámbito rural, había albergado por muchos años un prejuicio en contra de las mujeres que habían traspuesto los umbrales de sus casas, determinadas a enfrentar el desafío y el ridículo que nacía de los celos y el temor por parte de los hombres. Eswarama había sentido que no era femenino salir así al mundo abierto. La maternidad es la más alta recompensa para una mujer; mecer la cuna, su más santificado acto. Una mujer debía observar el código de lo permitido y no permitido que la antigua sabiduría había dispuesto para mantener su andar firmemente asentado en la senda que recorre el marido.

Sin embargo, cuando las plegarias y la penitencia trajeron hasta Puttaparti a mujeres letradas, literatas, mujeres que hablaban inglés e incluso a inglesas, y cuando ella observó su humildad, su castidad y su lealtad hacia los suyos, ya no pudo seguir alimentando ese prejuicio dentro de sí. Se dio cuenta de que la educación puede abrir ampliamente, y lo hace, las puertas de la reverencia, el amor y la práctica espiritual. Se sintió arrepentida de haberse mantenido al margen de las facultades de leer y de escribir. Ella habría de continuar en este estado hasta el final, pero no se oponía al estudio para sus hijos e hijas y también impulsaba a sus nietos y nietas para que continuaran el proceso de la educación por todo el tiempo que pudieran.

La semilla plantada por la Divina Mano brotó con rapidez, desarrollándose vigorosa y resistente. En e) término de un año se echaron los cimientos de magníficas construcciones que albergarían al Colegio, el Albergue, la Biblioteca y el Auditorio y, dieciocho meses más tarde, el Presidente de la India inauguraba el Complejo Educacional totalmente equipado. Eswarama se mostraba encantada mientras presenciaba la ceremonia, y la inmensa concurrencia de gente reunida para escuchar a los Gobernadores y Ministros sentados al lado de Swami, expresaba la gratitud y la devoción por El. Era el día del Gurú Purnima, y Swami refulgía como el Gurú venido para conducir hacia la Luz a los ciegos y a los vacilantes.

En mayo de 1970, Eswarama formaba parte del grupo que acompañó a Swami a Bombay. Prestando oídos a las plegarias de los devotos, Swami les había prometido que estaría con ellos cada año en Bombay cuando celebraran el aniversario de la inauguración del Dharmakshetra. Los pandits le habían dicho a Eswarama que este nombre que Swami le había dado al templo en Bombay estaba tan lleno de significados como el de Prashanti Nilayam. Anunciaba al mundo que Swami había tomado sobre Sí el restablecimiento de la Acción Correcta (Dharma) como Su tarea, además de Su misión de transformar a cada corazón en una fuente de la Paz Suprema.

Otra gracia nos esperaba. La Rajmatha de Nawanagar propuso una visita a Dwaraka: ¡en la compañía de Krishna mismo! De modo que se preparó una caravana de automóviles y partimos. La Madre había visitado Ayodhya. Había caminado por las épicas riberas del Yamuna en Brindavan y Mathura. Ahora iba rumbo a Dwaraka, tan familiar para su corazón a través de las leyendas, los dramas y los cantos. El espacioso templo de Sri Krishna estaba abarrotado de gente que esperaba el arribo de Swami. Mientras aquellos de nosotros que llegamos últimos no pudimos ni siquiera llegar hasta las puertas exteriores, observamos que la Madre y su pequeño grupo salían del interior, radiantes porque habían podido lograr un atisbo del recóndito santuario, con sus arcos de puntos de luz.

Swami no propuso entrar, ya que ello habría significado una aglomeración aun mayor e incluso que pudieran sofocarse los que se apretujaban adentro. Se paró afuera, en el centro de un recuadro abierto, ayudando de esta manera a aliviar el tumulto, ya que la gente comenzó a salir para reunirse en torno de El. Más tarde seguimos viaje hacia Mithapur. Swami volvió de allí por la tarde y la Madre pudo echar otra mirada al templo de Dwaraka a través de las ventanillas del auto. Ansiaba poder volver a entrar, porque no había logrado una visión satisfactoria de Krishna esa mañana, debido a la muchedumbre. Pero, ¡cómo iba a prevalecer su anhelo sobre la Voluntad del Señor!

Los automóviles corrieron raudamente. Alrededor de una media hora más tarde, Swami observó un terraplén que se extendía a la derecha. Más allá de él, recordó, se extendía el mar en el que se había hundido la ciudad de Dwaraka. Los vehículos se detuvieron y nos bajamos para trepar a gatas por las dunas y seguir penosamente tras El hacia el mar. Swami llegó hasta el borde del agua y jugó un rato con las olas, divertido con el problema de algunos de nosotros que quedamos empapados al ser tomados de improviso por las traviesas olas que rompían con alborozo para salpicar a los desprevenidos. Más tarde nos sentamos en la arena en torno de El. A una indicación Suya, levantamos un montón de arena frente a El. Su Voluntad transformó esos monótonos granos de arena en azúcar, vibhuti y platillos de plata que llevaban grabadas las figuras de las diferentes deidades adoradas por los componentes del grupo.

"¿Cuántos de ustedes se perdieron el Darshan en el templo esta mañana?", preguntó Swami. Una docena de manos se levantaron. La Madre dijo: "Swami, yo no logré un Darshan completo"... A lo que Swami interpuso: "Pero si fuiste la primera en entrar"... "Sí, pero había tal gentío que sólo pude ver el humo del incienso", replicó ella. "Bien, no te sientas apenada", la tranquilizó Swami, "podrás mirarlo todo el tiempo que quieras." Aplanó (a punta del montículo y trazó con Su dedo un diseño sobre él. "¡Miren! ¡Aquí está El!", anunció Swami y extrajo, justo por debajo de las líneas que había trazado, un encantador ídolo en oro de Krishna, de unos 45 cm de alto.

Quedamos abrumados de asombro. La Madre no podía reprimir sus exclamaciones de admiración. ¿De dónde habría sacado todo ese oro y cómo había podido fundirlo y moldearlo con esa rapidez? Hasta las joyas que llevaba eran las descriptas en los versos del Bhagavatha. Swami puso el ídolo en las manos de la Rajmatha y se levantó para proseguir el viaje.

Eswarama, sin embargo, estaba ocupada en la playa recogiendo conchas de formas y colores extraños. "Los niños estarán dichosos de tenerlas para jugar", explicó apurada, atando una docena de ellas en la punta de su sari. Le encantaba hacer felices a los niños con dulces y juguetes, y le habría gustado haber recogido más de estas conchas, ya que su juvenil clientela era más bien numerosa, pero Swami ya había llegado a la cima de las dunas. Tuvo que apurarse para alcanzarle, aunque la gruesa alfombra de arena le impedía moverse con soltura.

Había una razón más para el entusiasmo de Eswarama en acompañar a Swami. Desde Bombay, El habría de dirigirse a Somnath, para inaugurar allí el Gopuram de entrada en el histórico templo de Shiva. Este había sido restaurado y revitalizado después de años de abandono, por los partidarios de la India libre. El jam saheb de Nawanagar fue el adalid de los que habían hecho el voto de resucitar el santuario. Había vivido como para ver cumplido su sueño. El templo se alzaba majestuoso por encima de sus ruinas, exactamente igual que cuando se había erguido como centro de atracción para ¡os buscadores de todo el país. El jam saheb había planeado también un imponente Gopuram que él costearía, para ser colocado sobre la entrada al santuario principal. Este era una joya de arte arquitectónico. El había invitado a Bhagavan Sri Sathya Sai Baba para inaugurarlo, pero había fallecido antes. Por lo tanto la Rajmatha le rogó a Baba cumplir el deseo de su marido y Baba había aceptado benevolentemente.

El grupo se quedó por algunos días con la Rajmatha en su palacio de )amnagar. En Somnath, la Madre había estado de pie a su lado, en el umbral mismo del santuario interior, cuando Swami derramaba flores de oro que surgían de Su palma extendida, sobre el Lingam (de aproximadamente 1.20 m de alto). Desde el tiempo en que invasores del noroeste habían descendido por el territorio alrededor del año 900 d.C. se habían producido una serie de incursiones de rapiña por parte de iconoclastas fanáticos y, en la mayoría de las ocasiones, uno de los más preciados botines del templo había sido el mismo Lingam consagrado, que recibía la adoración de los "infieles idólatras". Swami nos había relatado esta historia a los devotos que estábamos con El en )amnagar, antes de emprender el viaje hacia Somnath. Sin embargo, no fue sino después que nos confió que los Lingam que habían sido robados con alegría impía no eran aquellos que habían sido los recipientes reales de la corriente intemporal de devoción. Había un Lingam de Luz de alabastro que había sido implantado en lo profundo del santuario hacía miles de años por un celebrado sabio, el que había permanecido inadvertido y, por ende, incólume, en tanto que los altos Lingam cilíndricos de piedra colocados sobre aquel punto habían sido removidos y reemplazados sucesivamente.

El momento para revelar este misterio había llegado ahora. El santuario ya no corría peligro alguno, dijo Swami, de modo que sacaría a la vista la Luz del Lingam fundamental, cuyas divinas vibraciones habían constituido por tanto tiempo una fuerza latente allí. Mientras hablaba, la Divina Mano describía un círculo y pudo verse una bola ovalada de enceguecedor esplendor en Su diestra. "¡Que el Lingam Primigenio de Luz Cósmica ofrezca Darshan para todos!", dijo. Hizo girar nuevamente Su

mano y creó un receptáculo de oro que se ajustaba con exactitud al Lingam que acababa de extraer de su nicho subterráneo.

La Madre lloraba de alegría. "¡Fue tan emocionante!", comentaba después al compartir conmigo su sentimiento de suprema ale

gría. "No podía convencerme de que aún estaba viva. Me preguntaba cómo podría entrar de nuevo a la vida a la que estaba todavía atada."

Bhagavan visitó Goa en diciembre de 1970. June Schuyler quien componía con otras tres señoras el grupo de mujeres que acompañaron a Bhagavan, escribe sobre los maravillosos eventos que ocurrieron el octavo día de ese mes. "Almorzamos sin Baba. Fue algo penoso, todos se preguntaban por qué no había venido. Yo no sabía que había algunos que se daban cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero que estaban demasiado afligidos como para hablar de ello. Resulta muy raro que Baba no salga de Su habitación, ya sea en Prashanti Nilayam o dondequiera que esté. El se entrega plenamente en todo momento, desde muy temprano en la mañana hasta tarde en la noche. Yo también sabía que estaba programado que hablara en una reunión pública. Incluso habíamos pasado, al ir a la iglesia, frente al sitio mismo en que se llevaría a cabo y habíamos notado que ya comenzaba a llegar gente, horas antes de la iniciación del acto."

¿Por qué desengañó Baba a los que le esperaban? Dejemos que Swami mismo continúe con la historia y revele la respuesta. "La noche del siete se produjeron extraños eventos. No podía quedarme acostado, no podía sentarme, ni podía darme vuelta hacia ningún lado en la cama. Tampoco podía hablar ni llamar a nadie, ya que no quería despertar inquietudes ni causar problemas. Me quedé en silencio, pretendiendo que todo estaba bien." En la mañana, sin embargo, llegó un grupo de médicos expertos a Su lado, llamados por el gobernador adjunto Sri Nakul Sen, nuestro anfitrión, que había viajado hasta el Cabo Raj Nivas que era el lugar en donde nos encontrábamos. El pronunciamiento unánime fue: "Una apendicitis paracólica aguda; negativa a defiarse intervenir quirúrgicamente".

Se me envió a dirigir la palabra al público reunido y para asegurarle que Bhagavan se dirigiría a ellos tres días más tarde. Relaté la historia del anterior ataque de parálisis que Baba había tomado sobre Sí y sobrellevado, y les aseguré que esta apendicitis aguda que no le pertenecía, sería desechada tan misteriosamente como había sido asumida. Esta apendicitis asombró al mundo. Corrió como reguero de pólvora por toda la India y también fue noticia transmitida a ultramar. Las ediciones de la mañana de los diarios nacionales sembraron ansiedad, zozobra y desesperación en millones de corazones, y comenzaron a llegar telegramas y llamadas telefónicas que inundaron el palacio gubernamental trayendo plegarias, ruegos, dudas, rechazos, esperanzas y llantos. Había ofrecimientos de "tomar la enfermedad sobre mí"; había promesas para llevar a cabo votos expiatorios.

En estos momentos la Madre se encontraba en Puttaparti. El recuerdo del Milagro del Gurú Purnima la alentaba frente alas olas de desesperación que levantaba esta nueva crisis. Las seguridades que había dado Swami la tarde de aquel día en que se sanara a Sí mismo del ataque de parálisis, seguían resonando en su corazón. "La enfermedad jamás podrá afligir a este cuerpo. No puede ni siquiera acercarse a él. Si llegara a producirse en algún momento, confíen en esto: le pertenece a alguien más y no a Mí. Y se irá tal como vino, por un acto de Voluntad Mío. Yo no tengo contacto con ella. Ella no Me afecta." La Madre se dedicó a calmar la ansiedad de otros con el ejemplo de su pose serena, pero cuando se quedaba sola, daba rienda suelta a su pena y no se atrevía a volver a hablar con nadie, por temor a escuchar noticias peores.

Entretanto, Baba había desechado en un abrir y cerrar de ojos la masa purulenta que los médicos habían deseado extirpar y le habló a la multitudinaria reunión, tal como lo prometiera, el 10 de diciembre. El Gobernador adjunto describe de la siguiente manera ese milagro de milagros: "Bhagavan vive en los recodos internos del corazón de Sus devotos. No hay nada que no haría por ellos. Ha asumido las enfermedades de Sus devotos y las ha sufrido por ellos, porque en caso de haberlos abandonado, ellos habrían sucumbido. Hemos sido testigos ahora de un Lila (juego divino) que ha dejado perplejos a los expertos médicos de Goa. ¡Ello no deja lugar a dudas en nuestras mentes de que no hay nada en la Tierra más allá de Bhagavan Sri Sathya Sai Baba!".

El 11 de diciembre Swami me pidió que viajara a Puttaparti para narrarles lo sucedido en Goa a los residentes de Prashanti Nilayam. "Todos allá están siendo dominados por el pánico. Estos alocados rumores les han alterado", me dijo. Cuando vacilé por unos instantes y quise rechazar el encargo, me señaló: "Si fuera cualquier otro, los residentes y en especial la Madre, no confiarían en lo que dijera. En tanto que ella tiene la seguridad de que tú jamás te alejarías de Mi lado, a menos que Yo esté perfectamente bien y liberado de la apendicitis que los periódicos han exagerado como para convertirla en un asunto mortal". Eso me decidió. Llegué a Puttaparti lo más rápidamente que pude y me encerré con la Madre para tranquilizarla antes de dirigirme al salón de oraciones y narrar durante horas los eventos de Cabo Raj Nivas a los demás.

La Madre descubrió que cuando Swami visitaba una región y retornaba, comenzaban a llegar cientos de personas de esa área a Puttaparti. Descubrió esta tendencia cuando empezó a llegar una corriente de gentes de los Nilgiris, de Himachal Pradesh, de Maharashtra, del Punjab. Aprendió a distinguir las diferencias regionales de vestimenta y de etiqueta y muy pronto fue capaz de distinguir el lugar de procedencia de las mujeres que entraban a su habitación para tocarle los pies, por la forma en que vestían, la entonación de sus homenajes y los variados gestos de devoción y reverencia. Sin embargo, no era sólo una observadora pasiva, sino que estaba siempre alerta para conocer los motivos por los cuales estas mujeres buscaban merecer sus bendiciones para agregarlas a los favores ganados y recogidos en Puttaparti.

De la noche a la mañana, Prashanti Nilayam se había convertido en un templo multirreligioso: puertas de plata y terminaciones de oro con cúpulas en la terraza, imágenes esculpidas de todos los Dioses y un santuario central donde fueron instalados los símbolos del Sanathana Dharma (Justicia Eterna), el Zoroastrismo, el Budismo, el Cristianismo y el Islamismo. No había ningún otro salón de oraciones o santuario que hubiera visitado la Madre que tuviera estos símbolos no hindúes. No había ninguna iglesia ni mezquita que honrara de este modo a otras religiones. Estaba feliz de haber aprendido que Swami había venido a nutrir las raíces de todos los credos, para ayudar a los hindúes a alcanzar las metas señaladas por el Hinduismo, a los musulmanes a ser genuinos musulmanes, a los cristianos a ser genuinos cristianos, como para que todos ellos se pudieran reunir sobre la plataforma de Luz y de Amor, donde las diferencias se disuelven al fundirse en el UNO.

La Madre estaba enormemente satisfecha de encontrar a musulmanes y a cristianos sentados en el salón de oraciones en las sesiones de bhajans, para llegar luego con sus hijos en brazos a buscar sus bendiciones. Había también algunos renunciantes (sanyasins) vestidos con túnicas amarillas quienes, según le dijeran, eran budistas de Sri Lanka. Para ella, Sri Lanka seguía siendo uno de los tres reinos que, juntamente con Ayodhya y Kishkindha, cubren el tapiz del Ramayana. El saber que la isla estaba iluminada ahora por la sonrisa beatífica del Buda, la alegró mucho.

Muy pronto, cada día en Puttaparti se transformó en un festival. La Madre no tenía descanso al ser arrastrada por la marea de la inspiración y la iluminación, (a adoración y la adulación que hacían brillar cada día al Nilayam. La habitación dedicada a los bhajans que era considerada lo suficientemente espaciosa en 1942 (1.20 x 2.40 m, aproximadamente), rápidamente tuvo que ser suplementada por el camino de ripio exterior que era rebasado por el número de devotos. El subsiguiente salón de oraciones en los confines de la aldea (de 5.50 x 2.40 m), fue descartado en favor de un cobertizo amurallado (de 3 x 12 m) que se construyó a su lado. El Prashanti Nilayam que fuera inaugurado en 1950 tenía un salón de oraciones de 30 x 6 m, pero también se encontró que era demasiado chico. Una inmensa estructura tubular que cubría un espacio de 7.50 x 42 m, le cedió el paso a un cobertizo aún mayor hacia el norte. La Madre se mostraba perpleja ante esta creciente expansión. "¿Por cuánto tiempo bastará?", era la pregunta que surgía dentro de ella cada vez que veía los preparativos para levantar otro salón o auditorio. No había respuesta posible. Se le contó que las conferencias que atraían a miles de devotos de todas partes del mundo se estaban llevando a cabo en Madrás, en Bombay o en otros lugares. Por último, su asombro no podía sino refugiarse en la declaración de Swami: "¡Sólo el cielo podrá ser el techo del auditorio en que se reúnan estos devotos!".

Los devotos volvían de la Presencia de Swami con entusiasmo renovado, con la lámpara del amor en sus corazones brillan=' do más fuerte que nunca, porque habían sido orientados por la Divina Mano y alimentados con la Divina Bendición. La Madre también veía a los cientos de voluntarios, tanto hombres como mujeres, dichosos con la misión de servicio a (a que adherían por sus votos de dedicación y sus intenciones de mantener el entorno de Prashanti Nilayam y la zona de los alrededores libre de ruidos, segura y en apropiadas condiciones sanitarias. "¿Qué es lo que hacemos en esta aldea para merecer este generoso sacrificio y toda esta adoración?", les preguntaba a menudo a sus compañeras.

 

 

LA CONTESTACION AL LLAMADO

 

 

 

Pronto la Madre notó que Swami estaba mostrando un interés especial en reunir a niños y a madres, a estudiantes y a profesores ante Su Presencia. Se sentía jubilosa frente a los incentivos que Swami brindaba a los niños y niñas inteligentes y serios. Ella misma ponía las más altas esperanzas en los hijos de algunos devotos pobres que carecían de recursos como para darles una educación superior y, confidencialmente, solía mandarles una cierta suma de dinero todos los meses. Yo llegué a saberlo porque en aquel tiempo estaba actuando como jefe de correos de Prashanti Nilayam, y era a mía quien llegaba para preguntarme si habían llegado los recibos que los muchachos habían firmado cuando el cartero les entregaba el dinero.

En 1972 se planeó un campamento de un mes de duración en Brindavan, Whitefield, para más de 800 muchachos y muchachas, alumnos seleccionados en Institutos Superiores situados en varias partes de la India. Cuando la madre lo supo, expresó el deseo de poder estar también en Brindavan por esos treinta días. Devotas de Prashanti Nilayam se ofrecieron como voluntarias para ayudar en la cocina y los almacenes y la Madre estableció su residencia en la planta baja del bungalow de Swami, junto con las familias del administrador y uno de sus propios nietos.

Los estudiantes fueron acomodados en las sélas de la residencia para estudiantes junto a sus profesores que les acompañaban para supervisarlos y guiarlos. Se programaron conferencias sobre Cultura y Espiritualidad de la India, dictadas por ancianos distinguidos, en un pabellón transitorio levantado junto al bungalow. Los estudiantes pasaban por una rigurosa rutina consistente en cantar el CM, cantos alegres y piadosos antes del alba, asanas yogas, bhajans, actividades de servicio rural, etc., además de sesiones de exámenes y de elocución. Swami derramaba Su Gracia sobre ellos, prestando una atención personal a su salud y comodidad y les habló cada noche durante todo ese mes. A través de todo ello, la madre sentía que compartía el entusiasmo y éxtasis de un nuevo festival en un templo magníficamente majestuoso de Saraswati.

El undécimo o duodécimo día del campamento, abordó a Shirdi Ma, la octogenaria señora que había conocido y adorado a Sai Baba de Shirdi, para contarle de una trascendental experiencia. Peda Bottu, apelativo por el que también se conoce a Shirdi Ma, relata el secreto que le confiara ese día. "Peda Bottu", me dijo Eswarama, "quiero contarte algo que me sucedió, pero no se lo repitas a nadie." Me senté más cerca de ella y le dije: "¿Qué es? Dímelo". "¡Nuestro Swami es Dios!", susurró. Me eché a reír. "¿Por qué te ríes?", me preguntó. "No, no. No me estaba riendo de ti. Sólo me siento feliz de que te hayas dado cuenta ahora. Bueno, dime, ¿cómo llegaste a saberlo?", le pregunté. "Sabes que he estado con fiebre alta por cuatro días. Swami vino a verme." "¿En un sueño?", le pregunté. "No", me contestó, "vino a verme cuando estaba dando vueltas en la cama. 'Madrecita, ¿cómo te sientes?', me preguntó. 'Me duele todo el cuerpo', le repliqué, levantando la mirada hacia El. Entonces... ¡cómo puedo explicarlo! No era El, el que tú y yo conocemos. ¡Era Ramachandra* con su corona y su arco! Levanté las manos unidas e

 

*  Uno de los nombres de Rama, séptimo Avatar divino, el Ser Supremo.

 

 

hice esfuerzos por incorporarme y salir de la cama. Mas después de unos breves momentos volvió a ser Swami, me dio vibhuti como alimento y dijo: 'La fiebre se irá', y se fue." "¡Eres bendecida en verdad! ¡Qué suerte tan única!", exclamé. "Nadie de nosotros ha tenido una visión de Sai Rama como Ramachandramurthy estando totalmente despierto y consciente."

Esta Divina revelación representó ciertamente el más adecuado preludio para la fusión de ese sagrado rayo en la Llama Suprema, de la que había emergido. Swami, la personificación de esa Llama Suprema, develó El mismo los eventos e incidentes del último día de Eswarama, el 6 de mayo de 1972, durante uno de Sus discursos de esa fecha, el día dedicado a su memoria. Swami dijo: "Sucedió el día anterior a su deceso que, en medio de una conversación casual, (e pregunté de pronto: '¿Dime, hay algo más que desees?'. Ella contestó: 'He terminado con mis peregrinaciones a todos los templos. He visto el más grande templo de todos y al Dios que reside allí. No siento deseos de nada más'. Mas Yo sabía que un pequeño deseo se escondía aún en un rincón de su mente: deseaba darle un regalo a una de las nietas para su cumpleaños. De modo que insistí para que aceptara 500 rupias para ir al bazar y comprar lo que quisiera. Hice que fuera con una de sus compañeras y volvió feliz con lo que había comprado".

El 6 de mayo de 1983, Swami continuó con el relato, hablando con mayor detalle del Día de la Liberación. "Este día es el Día de Eswarama. La importancia del Día es que se celebra como el Día de los Niños, un día en que a los niños pequeños se les debe recordar el ideal, un día en que ella encarnó un ideal. Nadie puede escapar a la muerte, mas el objetivo de cada uno debería ser acordarse, en el momento de la muerte, de (o Divino o albergar algún pensamiento piadoso o sagrado. La importancia de este Día es conocida por muchos." Kasturi también habló entonces al respecto. Hay un dicho en telugu: "La evidencia de los Buenos es la manera en que mueren". La devoción genuina se hace evidente en los últimos momentos. Voy a señalar un pequeño incidente concerniente a la bondad de Eswarama.

"Habían comenzado las clases de verano en Bangalore. Por la mañana, a las 7.00 había que servirle el desayuno a los estudiantes. Ellos estaban haciendo la ronda mientras entonaban bhajans (Nagara Sankirtan) y volvieron a las 6.00. Di Darshan cuando finalizaron. Entonces fui a tomar un baño. Entretanto, Eswarama había terminado de bañarse, tomó su café como de costumbre con alegría y fue a sentarse a la galería interior. Más tarde al dirigirse al baño, gritó de pronto: '¡Swami, Swami, Swami!' A ello, respondí: '¡Vengo, vengo!'. Dentro de ese período lanzó su último suspiro. ¿Qué mayor signo de bondad se requiere? No tuvo necesidad alguna de que la sirvieran y la cuidaran. Swami vendrá a la memoria en esos momentos sólo para unos pocos. La mente, habitualmente, buscará y se detendrá en uno u otro objeto, joyas o valores. Desde la planta baja, ella gritó: '¡Swami, Swami!'. Yo respondí: '¡Vengo, vengo!'... y se había ido. Fue como el caso del elefante que llamaba y el Señor que llegó a bendecirlo: cuando dos cables logran estar conectados, la circulación se produce de manera instantánea."

"Esta es la consumación auténtica hacia la que debe tender la vida. )unto a ella tenía, en esos momentos, a su hija Venkama y a su nieta Sailaja, pero ella clamó sólo a Swami. El no tener sino este anhelo en el último instante representa el fruto de una santa pureza. Es el signo de una vida ideal, adorable. Tal actitud ha de surgir por sí misma y no gracias a la intervención de alguna fuerza externa. Este es un ejemplo para aprender de él."

En la época de la muerte de Eswarama había más de mil personas en el recinto de Brindavan. Se estaba dictando una charla y 800 jóvenes la escuchaban entusiasmados mientras tres automóviles llegaban silenciosos al costado del bungalow. En uno de ellos iba el cuerpo de la Santa Madre, serena y satisfecha. Las hijas y los nietos la rodeaban como lo habían hecho por años, incluso la noche anterior. En los otros vehículos iban unas pocas personas a las que Swami había elegido e indicado dar la noticia en la aldea y llevar el cuerpo a la residencia del hijo mayor, para que allí los aldeanos pudieran rendir un último homenaje a quien se preocupaba por ellos y que compartía sus alegrías, sus temores y sus lágrimas.

En unos pocos minutos la noticia se había difundido por todas partes y Puttaparti se transformó en un valle de lágrimas. El cuerpo fue cubierto con tributos florales, fragantes de gratitud. Los devotos acompañaron el féretro entonando bhajans y mientras el sol se ocultaba lentamente tras el horizonte occidental, el cuerpo fue reverentemente descendido a la tumba, junto al del "padre", Peda Venkapa Raju.

En Whitefield las cosas siguieron adelante de;a manera habitual. No hubo sollozo, ni lamento ni susurro suprimido que denotará el deceso de la Madre a la que el Hijo había elegido. Swami se mostraba como el mismo Swami a quien todos conocían. El Amor en movimiento, pronto a dar y a perdonar. No obstante, al avanzar la tarde, el vacío de los departamentos de la planta baja arrojó una mortecina sombra de pesar en los rostros de las mujeres que estaban allí. Esto fue percibido, investigado y explicado y entonces, la noticia de que se había extinguido la llama de alcanfor de Eswarama entristeció a miles y millones.

La fecha del 6 de mayo se grabó en la historia como el Día de Eswarama. Es celebrado en el mundo entero, como culminación de un Festival para Niños que dura una semana. El Instituto Superior Eswarama en Puttaparti se levanta como un monumento al íntimo afecto de la Madre por los niños y a su deseo de ayudarles a desplegar sus talentos, sus habilidades y su divinidad.

 

LA VICTORIA LOGRADA

 

 

 

Swami le confió a Arnold Schulman, el autor teatral norteamericano: "Hay algunas personas que piensan que es algo bello que el Señor esté en la Tierra con una forma humana, pero si estuvieras en mi lugar, no lo sentirías muy lindo". Conozco tu pasado, tu presente y tu futuro; de modo que sé por qué sufres, cómo podrías escaparle al sufrimiento y cuándo lo lograrás, finalmente"... y, "Nadie puede venir a Puttaparti, por muy accidental que parezca el viaje, sin que Yo lo llame. Traigo acá sólo a aquellas personas que están listas para verme, y a nadie más. Nadie puede encontrar por sí mismo el camino que lo traiga acá".

Estas y otras declaraciones similares que han sido escuchadas y grabadas por miles, revelan que Baba es la encarnación humana única de la Conciencia Cósmica, de la Totalidad de Su Poder, Sabiduría, Luz y Amor. Si es que, como dice Swami, nadie puede volverse hacia el Señor sin que sea con el consentimiento y la aceptación del Señor, ¿qué podríamos decir acerca del rol de Madre que El confirió ala campesina analfabeta Eswarama, que pasaba sus días en las labores de rutina establecidas por las heroínas de la épica, los remotos legisladores y los convencionalismos contemporáneos? Swami había revelado que la merced de ser presentado ante el Mundo como "padre" del Avatar, un favor que sólo una persona puede ganar en toda una Era, había sido ganado por Peda Venkapa Raju. De manera similar, la corona de la "Maternidad" fue adquirida por Eswarama como premio por su bondad acumulada.

Nadie puede calcular las alturas que uno puede llegar a alcanzar, a menos que sea impulsado a elevarse. Ella fue urgida por el destino. Ella se elevó. Ella se ganó la estimación de todos los que fueron atraídos a su presencia. La ocasional mirada de sorpresa que brillaba en sus ojos, las pequeñas arrugas que se marcaban en sus mejillas, la risa de corazón que hablaba de su bondad inmaculada, el velo que entristecía su mirada cuando sabía de alguien que estuviera enfermo o en la miseria: todo ello proclamaba que Swami la había elegido como "madre" no sólo como recompensa por su pasado, sino también apreciando aquello de lo que iba a ser capaz en esta vida.

Ella constituía un ejemplo loable de hermana, esposa, madre y abuela ideales. En cuanto a ser la Madre de Easwara, de Dios, se destacó con un brillo tan propio como el de Kausalya, Devaki o María*. Valmiki declara: "Kausalya fue glorificada por aquel hijo de esplendor ilimitado". Ahora uno puede declarar que Eswarama fue glorificada por el Sai de esplendor ilimitado. Su fama está a la par de otras madres épicas. La historia de Rama tal como la relata el Rama de esta Era, Sai Rama, cuenta que Kausalya tuvo una visión de su "hijo" en dos localizaciones al mismo tiempo: en la cuna y en el santuario del palacio. Vio Su Forma Cósmica que El proyectó de Sí mismo iluminando toda la Creación. Rama es alabado como "Aquel que dotó a Kausalya con una dicha siempre creciente". Esto constituyó un don que también Eswarama agradeció con gratitud en Benarés, Badri, Ayodhya, Somnath, Sri Sailam y cada vez que depositaba sus ofrendas florales a los Pies de loto.

 

* Madres de Rama, Krishna y Jesús, respectivamente.

 

Cuando Rama se despidió de ella para internarse como un exiliado en la floresta, Kausalya se consoló con la plegaria: "Que los dictados de Dios que defiendes sean tu armadura y tu protección". Esta misma convicción era la que sostenía a la Madre cada vez que Swami viajaba hacia lo que Eswarama se imaginaba como las regiones de los demonios. También Devaki fue testigo de incontables milagros y victorias de Krishna sobre las fuerzas demoníacas. Ella extraía su solaz y su fortaleza, como también lo descubriera Eswarama mucho después, en esta Era, de la oración y la penitencia, y del recuerdo del misterioso, majestuoso y poderoso poder de su "hijo".

Como la mayoría de las mujeres nacidas, criadas y casadas en las aldeas de la India, Eswarama debió adaptarse a la populosa familia de conjunto de la que pasó a ser miembro. La familia se apiñaba en una pequeña casa. Ella tenía que hablar con modestia, cuidado y respeto. La serenidad y el silencio, la reverencia y la regularidad formaban parte de la estructura social. Después del deceso de su suegra, Eswarama poseyó el derecho al voto decisivo en cualquier problema doméstico, ayudada por el consejo que Swami concede a las devotas que se encuentran en situaciones similares. Sólo en contadas ocasiones llevaba su dilema directamente a Swami para obtener su consejo respecto de cómo debía actuar.

Su vivaz sentido del humor que fuera desarrollando a lo largo de los años, representaba un amortiguador siempre presente para las crisis de la vida. No pasó mucho sin que descubriera que, con la agradable manera en que la ridiculizaba y la aguijoneaba con sus bromas, Swami sólo estaba ampliando su horizonte y profundizando su fe. La asustaba describiéndole los horrores de las selvas africanas y, al mismo tiempo, la fascinaba comunicándole que allá el oro era tan barato como los dátiles. Esto le enseñó que Swami podía hacer desaparecer todos los terrores y que la codicia por el oro que ella mostraba, era una falta femenina que debía desechar rápidamente. Era así que iba absorbiendo las lecciones que Swami buscaba enseñarle, y se destacaba por su simplicidad y en humildad.

Peda Bottu que la conocía muy bien, se mostraba cálida en manifestar su admiración. "No tenía trazas de envidia y nunca gustó del escándalo. Su lenguaje sonaba dulce por el afecto y la compasión. Su piel era de tono café dorado, los ojos bordeados con "kool", el inmenso punto de kumkum resaltando en su amplia frente, todas estas cosas nos hacían pensar en la popular imagen de Sri, la Diosa Lakshmi." Los devotos se postraban en dondequiera que la encontraran y ansiaban lograr sus bendiciones maternales. Sus grandes ojos brillaban y su boca sin dientes se entreabría cuando dibujaba una sonrisa de reconocimiento, de satisfacción o de apreciación. Los devotos le hablaban en diferentes idiomas y recibían su respuesta en el único idioma que podía pronunciar en tales ocasiones: el del corazón.

En todo momento la Madre hablaba con dulzura. Su lenguaje reflejaba paciencia y tolerancia. Siempre era claro como el cristal, porque siempre estaba libre de pretensiones. No tenía filos que hirieran al interlocutor, era, para usar otra expresión, directo. Durante el tiempo en que Swami permanecía aún en el Mandir de la aldea, había muchas mujeres aparentemente "poseídas" por espíritus que eran traídas a Su Presencia por los atribulados padres. Las infortunadas gritaban, se encerraban en mutismo, gemían y corrían de un lado para otro. Muchas veces su condición había empeorado porque los charlatanes que las habían tratado tenían sólo un recurso: la vara.: Eswarama era, a menudo, la primera persona en ponerle remedio a estas curaciones, tratando a las víctimas con el bálsamo de la simpatía. Algunos minutos en su compañía tenían un efecto tranquilizante. Las trataba con amor de madre y calmaba sus emociones explosivas. A lo largo de toda su vida ofreció este bálsamo con generosa abundancia a los afligidos. Fue así que, cada vez que la gente la llamaba "Madre" lo hacía con labios temblorosos y ojos llenos de lágrimas. Swami a menudo se iba en automóvil a Bangalore en las primeras horas, cuando los devotos estaban inmersos en la recitación del OM. La Madre solía rogarle que no los dejara sumidos en el pesar.

Salía a buscar a sus casas a los que estaban enfermos, en cama, y les persuadía para que la acompañaran al hospital de Sathya Sai, sobre la colina tras el Nilayam. Durante todo el camino, desde la aldea hasta la cumbre de la colina, les iba infundiendo valor. Su lenguaje era vibrante de esperanza. Se quedaba al lado de ellos, con su tibia mano apoyada en su hombro mientras e) doctor ponía inyecciones o cortaba. Pronto toda la población de la aldea los aceptó como celestiales curadores y agradables servidores, comisionados por Bhagavan para tenerles a todos sanos y felices.

Los años pasaron y, de hecho, la vida pasó rauda para Eswarama, mientras Swami llenaba cada día con extravagancias o sorpresas. Lo imposible, lo increíble, lo impredecible representaban su pan de cada día. Ella podía digerirlo todo y sobrevivir a su ritmo, porque para su tesoro personal, su memoria preservaba un sinfín de historias y leyendas del pasado, de las vidas de los santos y los sabios, y relatos de guerra y de paz. Estas eran sus compañeras constantes y convincentes. Las historias concernientes a Brahmamgaru y a sus profecías asombrosamente acertadas, a Panduranga Vittal y a sus asombrosos actos de Gracia, las historias de las sanaciones que se producían en Kadiri cuando está instalado el Dios Narasimha, todo ello le servía de piedra fundamental para reconocer la autenticidad del Avatar que estaba frente a ella ahora. Descubrió paralelos y coincidencias, aproximaciones y similitudes, y su fe se fue acrecentando al pensar constantemente en los perturbadores aunque felices sucesos que se producían a su alrededor. La fe que iba logrando a través de este proceso, ayudó también a muchos otros a fortalecer la propia, y se convirtió para ella en un instrumento para una acción empeñosa y decisiva.

La Madre poseía una riquísima fuente de sabiduría nativa con la que calmaba la sed de los desolados y los desposeídós. No solamente conocía los remedios caseros para las enfermedades físicas, sino también muchas "estrategias psicoterapéuticas", que eran capaces de demoler la depresión o el temor en la mente de las mujeres que llegaban hasta ella. Muchas le confiaban cosas que no habrían osado contarle a sus propias madres. La simpatía con la que escuchaba, abría todos aquellos recodos de sus corazones en donde se escondía la agonía. Ella toleraba las largas narraciones, sin mostrar nunca prisa o aburrimiento, resentimiento o disgusto, y las lágrimas que asomaban a sus ojos, bastaban a veces para ahogar los pesares.

La Madre se encontraba firmemente asentada en la sabiduría que había almacenado a través de los años, incluso aunque se fuera haciendo más dura gracias a las muchas tormentas que había sorteado. La muerte le había arrebatado a cuatro de sus hijos, cuando aún eran infantes que gateaban y aprendían sus primeras palabras. Sus hijas habían quedado viudas en la flor de la vida. Uno de sus nietos había nacido sordo y había crecido como retardado. Una nieta fue víctima de la viruela. Estos eran los desafíos que debía enfrentar en la esfera doméstica. Pero las acciones de Swami la conmovían hasta lo más profundo, en tanto que Sus palabras llenaban su entendimiento de valor y claridad. Aprendió a serenarse tanto en medio de las tormentas como de la calma, y asombraba a todos por su resolución en el avasallador apego a Swami y a todos quienes le adoraban. No tenía apetitos por las novedades, la variación o la distracción. En sus últimos años, se mantenía firme en la plenitud de su corazón.

Recuerdo las ocasiones en que gané su resentimiento e incluso su rechazo. Estos eran los momentos en que, en ciertas ocasiones, no le podía contar todo lo que estaba sucediendo o la historia completa, hasta donde yo la conocía, como respuesta a sus ansiosas preguntas, por miedo a desencadenar su pánico. También había instancias en que yo no podía ayudarle con respecto a alguien que hubiera pedido su intervención para conseguir entrar en alguna institución de prestigio. Habría sido altamente indiscreto haberlo hecho. Y en cada una de estas ocasiones yo le explicaba qué era lo que me había impulsado a actuar así, y comprendiendo que su enojo no era razonable, se reía de su reacción original. No guardaba rencor a nadie, ni albergaba sentimientos que alimentara de rencores, sino que, en la primera oportunidad de encontrar a la persona en cuestión, la encaraba para descubrir la naturaleza de los impulsos que había detrás de sus palabras y acciones. Muy rara vez se mostraba demasiado indolente o indiferente como para descuidar esta averiguación y si descubría que las razones se conformaban a los dictados y directivas de Swami, volvía feliz, habiendo desaparecido todos los resentimientos.

La Madre estimulaba a los devotos a venir una y otra vez a la Presencia, porque tenía conciencia de que la sublimación de la conducta, el carácter y las actitudes requiere de un largo y cercano contacto con el Avatar. ¡Les confiaba su propia historia: del temor que le cedía el lugar a la maravilla, la maravilla que se transformaba en adoración, la adoración conformándose en aceptación, la aceptación expresándose en la dicha que producía! "Tienen que practicar la paciencia. Pasa un largo tiempo entre el tierno botón y la jugosa fruta", solía decir, citando la homilía de Swami para pacificar a los desesperados y a los descorazonados. Su consejo resultaba realmente reconfortante, porque ella misma era la personificación de la fortaleza que prescribía.

La fortaleza trajo consigo la ecuanimidad y la ecuanimidad derramaba amor incluso sobre aquellos que no sabían cómo ni cuándo lo podían devolver. Se trataba de la práctica espiritual de amar a los enemigos, de enfrentar el odio con el afecto, decía

Swami, porque todos no son sino células en el Cuerpo Cósmico de Dios. "Cuando vuestra lengua es mordida por vuestros dientes, ¿sacan a martillazos a los culpables?", solía preguntar. He oído a la Madre repetir esta misma pregunta para calmar el enojo de muchas mujeres que se sentían insultadas e ignoradas. La fortaleza de que hablábamos, significa también la cualidad de la misericordia que se manifiesta como el impulso a perdonar y a olvidar. La Madre no tenía más que una fina película de memoria para los incidentes que atacaban su autoestima. Estos recuerdos desaparecían con que sólo un apenas perceptible soplo de sabiduría agitara esta infinitesimal ira suya.

El Avatar ha tomado sobre Sí mismo la tarea de redimir al género humano de la ruina hacia la que está lanzado. Su llamado hacia la Sublimación no involucra tan sólo el proceso de limpieza, el desarraigo del odio, de la hostilidad, del fanatismo, de la locura y el prejuicio, sino también el proceso de nutrir las cualidades positivas de la tolerancia, la hermandad, la simpatía, la caridad y la claridad. Eswarama, al igual que millones de sus hermanas, era asaltada por la insensatez, el temor y la búsqueda a tientas, cada vez que se acumulaban en ella los deseos mundanos y clamaban por ser satisfechos o producían conflictos. Swami la condujo hacia el ámbito de la felicidad, la bondad y la sabiduría. El la elevó, a ella a quien había elegido como la Madre, al status de primerísima discípula Suya, mientras ella progresaba desde la perplejidad a la preeminencia de la fe en la Divinidad, que nos engaña como diversidad y también nos ayuda a salir de ese engaño, porque no se trata sino de un juego que le gusta jugar.

Las vidas de los hombres y las mujeres de las aldeas eran liberadas de las enfermedades ola desesperanza, sostenidos por el rito, el sacramento y la ceremonia, los mantras, yantras y tantras, los sacerdotes, los oficiantes y los adivinos. Swami explicó el sentido medular que encerraban estas costumbres y fórmulas, e iluminó a la Madre y a otros respecto de su significado doctrinario, su propósito básico, su validez de diagnóstico y clínica. De este modo hizo más liviana la carga de ansiedad y de ignorancia, llenó de luz los rincones oscuros y ahuyentó el temor de sus mentes.

Estas, al igual que otras innumerables lecciones fueron derramadas sobre la Madre por el Maestro Supremo, por años; por medio de la mirada de advertencia, la sonrisa alentadora, la exclamación que alerta la pregunta que interrumpe, la metáfora que aclara el sentido, la historia que inculca un mensaje... hasta que la fue conformando en una genuina santa que podía ver cualquier evento, emoción, pensamiento o cosa como una puerta enjoyada a través de la cual podría reconocer al UNO: No es de extrañar, por ende, que el Señor haya respondido positivamente y con complacencia con un "¡Vengo!"... cuando la Madre anhelaba la fusión con su último aliento y gritara, con todo su ser: "¡Swami, Swami!"... Aquella ola que se había levantado y corriera por la superficie en respuesta a la Voluntad Oceánica, era invitada ahora, por esa misma Voluntad a volver a Ella.

 

 

 

 

 

 



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